El hecho de llamar a la gente a unirse, a tomarse de las manos, a colocarse uno al lado el otro, no por encima ni debajo, al mismo nivel, es un acto de mucha significación, esa acción nos muestra iguales, porque lo somos, aunque todos y cada uno de nosotros es único. Pero además de eso, si ponemos a nuestros padres detrás, como respaldo, como esa fuerza humana que nos protege y guía en la tierra y de culmen pedimos a Dios que nos siga acompañando en cada acción, es una vaina especial.
Los deportes en general, junto a la escuela, son el mejor trampolín para completar la formación del ser humano. Y digo que son el complemento, porque la escuela básica está en el hogar, con nuestros padres o con esa persona que le correspondió nuestra crianza. A muchos les ha tocado ser educados por sus abuelos, hermanos, tíos, padrinos y hasta por personas que no son su sangre, pero que se han comprometido con esa proeza que es levantar a un niño y ayudarle a convertirse en una buena persona. Alguna gente dice que todos nacemos inocentes (aunque ciertos estudios confirman que la bondad y la maldad, también se heredan), que es la vida, lo que vemos, lo que aprendemos, esos eventos diarios son lo que producen nuestros giros para un lado o para el otro y nos convierten en buena o en mala gente. Yo creo que todos tenemos traemos algo de ambos, con las inclinaciones graduales de cada caso. Esa es una discusión muy amplia, muy compleja, porque es difícil de clasificar o medir al otro, con mis propios instrumentos, esos que están calibrados con mis principios y mi propio ser.
Los padres o a quien les tocó criarnos, son fundamentales desde nuestros inicios, desde esos primeros pasos donde hay caídas y paradas continuas, es con ellos con quienes iniciamos nuestro caminar, tomados de sus manos. Aquí es donde Emilio Lovera dice, que los feos empiezan a caminar solos, porque nadie los quiere ni cargar. Ese apoyo, que lamentablemente a muchos niños en el mundo les hace falta, es la base de la formación de la sociedad.
La escuela, esa otra pata que estabiliza la mesa, un buen maestro que enseñe o complemente los valores de la casa, alguien que motive a los niños a aprender, a leer, a escribir, a crear buenos hábitos de conducta y respeto, a apreciar y aceptar lo nuevo, a respetar la historia. Esa persona que entusiasma al niño a buscar, a investigar, a fabricar simples y complejos “porqués”, a abrir su mente y su creatividad, a valorar lo que tiene y desear lo que le conviene, esa es una parte esencial de nuestra vida. La escuela es donde conocemos a nuestros primeros amigos, a nuestro primer amor, que a veces resulta platónico, como ese que las chicas sienten por un profesor o los chicos por esa maestra muy, pero muy cariñosa o que está muy buena (ya desde esos días empieza nuestra “malicia” y ahora mismo puedo imaginarme la pícara sonrisa que saltó en muchos de ustedes, porque de verdad estaba muy buena), esas primeras relaciones humanas, de juego, de vida, los empujones en la fila para entrar al salón o para comprar algo en el quiosco, cantina o como quiera que llamemos al sitio donde, normalmente una señora nos vendía jugos, sándwiches o cualquier vaina, muchas veces frita, para matar el hambre. Allí también aprende a desenvolverse el niño, además son sus inicios en el comercio, en el arte de comprar y también de vender (aquí me imagino a Cesar Revilla con una bolsa de cosas, de las que ahora vende por internet). Ese submundo, es sumamente importante y quienes allí acompañan a los niños, más las cosas que ocurren, son vitales para su futuro.
El deporte, la competencia, las carreras, los gritos y el sudor, son otro muy importante complemento, yo diría que muy necesario, porque nuestras vidas, se convierten precisamente en eso, en una carrera y con obstáculos. Para bien o para mal, vivimos corriendo, peleando con alguien en la via, siempre andamos “esmollejaos” (los que no saben Maracucho, busquen en Google o deduzcan) para no llegar tarde al trabajo, a la escuela o para no perder el vuelo. En esas carreras siempre hay gritos, unos que se escuchan, como los que le lanzamos a ese que se atravesó o esos que nos tragamos, gritos silenciosos que nos ensordecen y se clavan en nuestra garganta. Por supuesto, todo eso nos hace sudar, bien sea por los movimientos corporales o por la tensión mental que altera nuestro pulso y activa nuestros poros.
La vida es un deporte muy exigente, a veces extremo, que muchos deciden practicar en solitario. Algunos los juegan solos, como si fuera tiro al blanco con flecha, otros muchos más tranquilos, parecieran que estuvieran haciendo un crucigrama. Otro gran grupo, quisiera decir que la gran mayoría, pero el individualismo nos está llevando a mantenernos cada uno en nuestro metro cuadrado, vivimos la vida en compañía, compartiendo y compitiendo en equipo, dando lo que tenemos y recibiendo con gusto y agradecimiento lo que nos dan los demás. Respetando a nuestros guías y en especial a los que nosotros mismos guiamos. La vida es un deporte para el cual debemos entrenar muy duro, pero con el descanso apropiado. Concentrándonos cada uno en nuestra especialidad, buscando lo que nos gusta, lo que nos llena, aquello que nos hace feliz, lo que podemos compartir con otros y disfrutar de ello, con respeto y sin dañar a nadie, sin interés de mostrar nuestra superioridad, aunque la tengamos, porqué también tenemos debilidades y esas, precisamente esas, no nos gusta mostrarlas, nos pegan.
El profe Luis les da a sus muchachos, a esos pelaos como dicen por estos lares, mucho de lo mencionado anteriormente. Es ejemplo, se comporta como un padre en su tiempo, protegiendo y dando apoyo en su espacio, en esa oportunidad diaria que la vida le regala. Pero también es maestro, enseña lo sabe, entrega lo que tiene y lo que no también, les adiestra en respeto y orden, trabajo en equipo e igualmente, en como desarrollar sus capacidades individuales. El profe Luis, ese maestro, como muchos en el mundo, debe ganar muy poco para todo lo que hace, pero seguramente hace su trabajo con amor y pasión. Unir a los hijos con sus padres en esos pocos minutos es un acto de sabiduría, una acción que despierta el buen actuar de una familia, de una sociedad, de un país, algo que a muchos de nosotros nos falta, lamentablemente no hemos entendido.
Pero también el profe Luis hace algo que a muchos nos apena: Orar, más si es en público. Él ha aprendido la profundidad y la utilidad de ese acto, de ese momento unitario y grupal que nos acerca a todos y que nos une a Dios. Orar pidiendo misericordia, ayuda, guía y sabiduría es esencial para nuestra vida. Aproximarnos a ese que nunca nos deja por fuera, a Él que siempre está, pero que nosotros no le creemos (o no le confiamos), es lo más importante de todo lo que hacemos cada día. Orar, esa reverencia de gran respeto, lo hacen los grandes jugadores y no los llamo grandes por el tamaño de su cuerpo (aunque así son los de la foto, mollejuos, otra Maracuchada), sino por su actitud.
El profe Luis les da a sus muchachos, a esos pelaos como dicen por estos lares, mucho de lo mencionado anteriormente. Es ejemplo, se comporta como un padre en su tiempo, protegiendo y dando apoyo en su espacio, en esa oportunidad diaria que la vida le regala. Pero también es maestro, enseña lo sabe, entrega lo que tiene y lo que no también, les adiestra en respeto y orden, trabajo en equipo e igualmente, en como desarrollar sus capacidades individuales. El profe Luis, ese maestro, como muchos en el mundo, debe ganar muy poco para todo lo que hace, pero seguramente hace su trabajo con amor y pasión. Unir a los hijos con sus padres en esos pocos minutos es un acto de sabiduría, una acción que despierta el buen actuar de una familia, de una sociedad, de un país, algo que a muchos de nosotros nos falta, lamentablemente no hemos entendido.
Pero también el profe Luis hace algo que a muchos nos apena: Orar, más si es en público. Él ha aprendido la profundidad y la utilidad de ese acto, de ese momento unitario y grupal que nos acerca a todos y que nos une a Dios. Orar pidiendo misericordia, ayuda, guía y sabiduría es esencial para nuestra vida. Aproximarnos a ese que nunca nos deja por fuera, a Él que siempre está, pero que nosotros no le creemos (o no le confiamos), es lo más importante de todo lo que hacemos cada día. Orar, esa reverencia de gran respeto, lo hacen los grandes jugadores y no los llamo grandes por el tamaño de su cuerpo (aunque así son los de la foto, mollejuos, otra Maracuchada), sino por su actitud.
Es de grandes agradecer a la vida, al universo, a la naturaleza, a la madre tierra, como dice mi yerno Juan, hay que ser agradecido con todo lo que nos pasa, por lo que tenemos y por lo que no también. Agradecer, en si mismo, es una acto de nobleza, de amor, es una de las cosas que más agrada a Dios, que es el verdadero amor. Si tu no crees en Él, igual agradece, porque créelo o no, Él está allí, así tu no le pares e igual te cuida, eres uno de sus hijos; además orarle y recibir sus gracias, es gratis, aprovecha esa oferta que no caduca.
Orar es un acto de unión, demuestra que tenemos sentimientos, buena educación, que sentimos respeto por quienes nos rodean y por nosotros mismos y que de paso, si nos ayuda a ganar en el fútbol, nos cuadra el día, nos completa la misión.
Saludos Profe Luis, mis respetos.
Eduardo J. León Hernández
Barranquilla
Agosto 29, 2019
Orar es un acto de unión, demuestra que tenemos sentimientos, buena educación, que sentimos respeto por quienes nos rodean y por nosotros mismos y que de paso, si nos ayuda a ganar en el fútbol, nos cuadra el día, nos completa la misión.
Saludos Profe Luis, mis respetos.
Eduardo J. León Hernández
Barranquilla
Agosto 29, 2019