Imagen de la película Tierra de Maria |
La Virgen
María, es la mujer más famosa de nuestra historia. Amada por los cristianos católicos
y por personas de otros credos, que la veneran y respetan, pero también ignorada o vilipendiada
por seguidores de ciertos cultos, por quienes no tienen filiación religiosa
alguna, ateos o sencillamente incrédulos. La solemnidad del día de hoy 1° de enero,
en mi iglesia católica, es la de Santa María, la Madre de Dios. Uno de los
hechos más discutidos, estudiados y que sigue levantando controversias y
debates: cómo es posible que una simple mujer sea la Madre de Dios. Yo no voy a
dedicar este escrito a ese tema en específico, yo estoy convencido de mente, alma y
corazón de que es así, pero es un asunto profundo, muy complejo y aún no he
estudiado lo suficiente para poder explicarlo. En su lugar, voy a describir y a
imaginar desde mi corazón y mi mente, lo que pienso de ella.
María, hija
de Joaquín y Ana, era un muchacha humilde y sencilla, creyente en Dios y con
una fe inquebrantable. Eso es lo que dicen quienes la describen en la Biblia,
los que la conocieron y escribieron sobre ella. En esas mismas escrituras, María
se muestra dócil y hasta sumisa ante Dios, cuando por medio del Ángel, acepta
ser la Madre de Dios en la tierra. Como diría un larense, "naguara", hay que
tener mucha fuerza para aceptar el salir preñada en sus
condiciones y en el entorno histórico en el cual se desarrollaron estos hechos.
Pudo haber perdido la vida por el solo hecho de haber sido catalogada como
infiel, pero alguien no menos valeroso y lleno de fe como José, escuchó a Dios
en sueños y la recibió embarazada, de otro.
Hoy, 2000 años después, pregunto:
alguno de los hombres que lee esto, ¿aceptaría manejar ese encargo? O alguna de las
mujeres, ¿se eximiría de criticarla y de exponerla al escarnio público? Piensen
un poquito y contéstense, en lo más íntimo de sus corazones, esa pequeña e
inocente pregunta.
Ante de
continuar, quiero hacer énfasis (por si alguien no lo tiene claro) que el
centro de todo lo que tiene que ver con mi religión es Cristo, Dios, el Espíritu
Santo, en otras palabras, la Santísima Trinidad. El núcleo de todo no es la madre,
el padre o los amigos de Jesús, tampoco los santos y los profetas. Dios es el
centro de todo, pero Él se vale de algunos seres humanos, con ciertas cualidades
y dones, con demostrado espíritu de sacrificio, con amor en su corazón y capacidad de
arrepentimiento verdadero, para ayudarnos al resto de nosotros a tomar el buen
camino.
María debió
iniciar, muy pero muy nerviosa, ese su camino de entrega a Dios y a la
humanidad (a ti, a mí, a todos), cuando aceptó ser la Madre del Hijo de Dios (me
imagino que San Joaquín, de haber sido Jobitero, hubiese dicho: Oh y me salió
fallo el nieto), pero también mostró una gran fortaleza cuando, por ejemplo, escuchó a
Simeón, ese profeta que esperaba se cumpliera la promesa de Dios, de que no
moriría sin conocer al Redentor del mundo. En Lucas 2:33-35, este anciano que
recibe al niño Jesús en el templo le dice: "Este niño ha sido puesto para
ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará
contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los
corazones. Y a ti (refiriéndose a María), una espada te atravesará el
alma".
En el
evangelio de hoy, también Lucas en 2:16-21, dice: “En aquel tiempo, los
pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María, a José y al niño
acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel
niño. Todos los que los oían se admiraban de lo que les habían dicho los
pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su
corazón”
Pongo
aparte específicamente la línea que dice: “María, por su parte, conservaba todas estas
cosas, meditándolas en su corazón”. Muchos fueron los eventos desde el
nacimiento, la presentación de Jesús en el templo, del momento en el cual
encuentran al niño perdido en el templo y muchas otras situaciones, que
María guardaba en su corazón y allí las meditaba. Unas eran muy bellas, pero otras
eran terriblemente fuertes. María siempre supo cuál sería el destino de su
hijo, pero aun así, “Nunca se dio por vencida”, ni trató de influir para cambiarlo. Continuamente se enteraba de situaciones que le atravesaban el alma, pero seguía guardándolas en su corazón. Le pregunto a las que son madres: si supieran
que su hijo va a morir, que lo van a asesinar, ¿No tratarían de salvarlo? ¿No
buscarían la forma de evitar su muerte?. Difícil decisión, complicado no actuar, ¿o no?
María tenía
una fortaleza increíble, toda ella basada en la fe en Dios, en sus claras convicciones.
La palabra no dice nada de cómo llegó a tener ese valor y es aquí donde
comienza a funcionar la imaginación. María seguramente oraba de manera
constante, se comunicaba con Dios a diario y en esa conversa directa y franca,
debió conocer muchas cosas que nosotros no sabemos, porque igual debió
guardarlas en su corazón y no se las dijo a nadie, por eso no están escritas. Dios debió contarle, prepararla o anticiparle diferentes asuntos
de la vida de Jesús, a ella y a también a José (aunque a este último siempre le hablaba
en sueños y seguro que el pobre, en ocasiones, debió no querer quedarse dormido.
Cada vez que el Ángel de Dios le hablaba, tenía que salir corriendo, hacer maletas, revisarle los cascos de las patas al burro, preparar la merienda
para el camino, revisar los pasaportes, las visas, buscar los euros, después lo del alquiler de
la casa; unos cuantos depósitos en garantía debió haber perdido por dejar la
casa antes de tiempo, pobre José). Esa oración constante fue lo que le permitió a Maria preparase para la dura vida que le tocó vivir, cuando cercano a los treinta
años, Jesús salió a repartir palabras, buenas acciones y milagros a todo el mundo y de retorno, casi siempre, solo recibía maltratos, traiciones, desprecios y finalmente la muerte. No debió ser fácil
para María; pero ella “Nunca se dio por vencida”.
Seguramente,
durante el tiempo transcurrido, esos 18-20 años, que pasaron entre la perdida
de Jesús en el templo y cuando se acerca a su primo Juan para que lo bautizara y
así iniciar su ministerio publico, Jesús, María y José, debieron tener momentos
muy felices. José enseñando a su hijo su oficio de carpintero, mostrándole las
maravillas del mundo que los rodeaban, probablemente fueron a pescar, para que Jesús practicara lo de la pesca milagrosa y no le tuviera
miedo al mar. También le educó, le mostró como ser bondadoso y la calidad de
un buen hombre, con su propio ejemplo. María por su lado, debió enseñar a Jesús
a cocinar bien, además del arte (milagroso en cualquier época) de hacer rendir la comida, como buena administradora de
hogar que era; eso debió ayudarle en la multiplicación de
los panes y los peces. Hay muchas cosas de la vida de la Sagrada Familia que no
sabemos, pero que sin duda alguna, podemos imaginar cómo buenas y alegres. Tampoco
nos hablan de la muerte de José, aunque debió haberse ido muy satisfecho por la
labor realizada.
Para mi, María
era una fortaleza en un cuerpo de mujer. El 25 de
diciembre de 2017, publiqué en este mismo blog, un artículo titulado “Por qué Jesús no fue mujer” y ahora veo que me faltaron varias consideraciones. Si en un lugar de Jesús, María hubiese sido
la redentora, la historia sería otra y tal vez nos estuviéramos portando mejor.
Primero: las mujeres soportan mucho más el dolor que los hombres y se sanan
mucho más rápido, son más astutas; María capaz se hubiese hecho la muerta y bajado de la cruz. Segundo: aun
cuando las respuestas de Jesús eran las apropiadas, ¿se imaginan la lengua de una
mujer con el apoyo del Espíritu Santo?, nadie hubiese podido con ella. Tercero:
Impresionante hubiese sido la rellenada que le habría dado al demonio en el
momento de la tentación, sería algo así: mira carajito, yo te conozco muy bien.
Ya le echaste a Eva un tronco de vaina con lo de la manzanita esa en el Edén. Te participo que yo
no tengo hambre porque estoy a dieta, tampoco necesito reinos porque soy la
hija del dueño del mundo y además, porque no me da la gana y punto; así que, mejor sigue
tu mal camino. Cuarta: los apóstoles hubiesen sido mujeres, al menos la
mayoría, y ¿quién se hubiese metido con esas fieras cuando atraparon a Jesús
(en este caso a María)? difícilmente la hubieran crucificado. Se hubiesen ido
en cambote a sacarla del tribunal donde estaba y seguro la hubiesen salvado. Ninguna la hubiese negado (bueno, excepto alguna chavista, que
seguro estaría de intrigante, nunca faltan). Las mujeres son mucho más valientes que los hombres e
infinitamente decididas.
María fue tan extremadamente “jodida”, que no se
murió, Dios terminó llevándosela al cielo en cuerpo y alma. La palabra no dice
nada de sus últimos años, solo que los pasó junto a San Juan, a quien le debió ser bien
complicado protegerla, ella no se quedó tranquila. Ya con su hijo en el cielo, Maria no tenía nada que callarse, debió andar por la calle, hablando de Dios, como
los evangélicos que tanto la critican y vilipendian. A pesar del sufrimiento
padecido, de ver morir a su hijo y de las persecuciones a las que se enfrentó durante
toda su vida, “Nunca se dio por vencida”; el mal no pudo vencerla, no puede
vencerla y nunca podrá.
La palabra
de hoy, en su primera lectura el libro de los Números (6:22-27) dice: “El
Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su
favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”. Y en la
segunda lectura el apóstol san Pablo dice a los Gálatas (4:4-7): Cuando llegó
la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la
Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la
adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu
de su Hijo que clama: «¡Abba, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo;
y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
En esas palabras, Dios nos
considera sus hijos y quiere revelarnos su rostro, pero no cuando muramos, sino ahora,
hoy, en esta nuestra vida. Todos los santos, San José y Santa María, Madre
de Dios y también madre nuestra, son caminos, son una maravillosa ayuda para
acercarnos a Él. Ellos son como recovecos, trochas o grandes autopistas, dependiendo
del tipo de vehículo que quieras usar y a qué velocidad desees ir, para ayudarnos y de sus manos llevarnos a conocer a Dios, si no somos capaces de buscarlo directamente.
Para todos
ustedes, conocidos o no, creyentes, ateos, buenos y no tan buenos (esto incluye a los chavistas, para quienes pido a Dios que los convierta en santos y se los lleve al cielo, pero ahora mismo en enero), les deseo
el mejor de los años, en este 2020 que hoy comienza. Sin embargo, eso es solo mi deseo, que
no deja de ser bueno e importante, no obstante, todo depende de ustedes mismos,
de sus fuerzas, de su fe, de sus buenas intenciones. Los años que pasaron ya son historia, no podemos
cambiar nada en ellos. Y los días, semanas, meses y años que vienen, están en eso, por venir, son
inciertos, pero si sus intenciones son buenas, de la mano de Dios y de la Sagrada
Familia, nada podrá con ustedes. Como Santa María: Lucha, canta y ora. Nunca te des por vencido.
Eduardo J.
León Hernández
Barranquilla
Enero 01,
2020