Tomado de Internet |
En una reciente homilía, mi amigo el Padre Charly García, hizo una excelente analogía usando las espadas de Toledo y nuestra actitud ante la pandemia, tema que nos ha imbuido el miedo hasta los tuétanos y obligado a cambiar diametralmente nuestras conductas, costumbres y maneras de llevar y mirar la vida. Pero veamos que son las espadas de Toledo para entender como nos sirve la historia.
Toledo es una ciudad de España situada a unos 70 Km al suroeste de Madrid y que históricamente fue el centro de muchas actividades, entre las que resalta la fabricación de armas de guerra, en especial de espadas, dándole a los guerreros que las utilizaban una gran ventaja ante los contendores, básicamente por su calidad. El solo portarlas ya atemorizaba al enemigo, porque sabían de su rendimiento y superioridad.
El hombre logró subsistir desde la época de las cavernas, en parte mediante la caza de animales, lo cual hacía utilizando piedras y palos que conseguían en cualquier parte, estas armas las fueron transformando en un poco más letales, haciéndoles perfiles agudos o filos, como se ve en algunas piedras con figuras de cuchillos y ramas de árboles muy puntiagudas.
Necesitado de tener armas manuales cada vez más eficientes y letales, el descubrimiento y uso de metales como el oro, la plata y el cobre en la edad de piedra, los cuales podían ser moldeados a golpes, le permitió al hombre avanzar en este sentido. Cierto tiempo después pudieron transformarlos en líquido, aplicando el fuego, permitiendo darles forma hasta lograr el instrumento deseado, usando principalmente el cobre. Sin embargo este último, fue sustituido con la aparición del Bronce, siendo tan relevante ese cambio, que esa nueva era que sucedió a la edad de piedra se le llama edad del bronce. Un material, mucho más resistente, que no es otra cosa que el mismo cobre con un agregado de estaño, que permitió elaborar armas más fuertes y de mayor tamaño. Luego surgió el uso del hierro, permitiendo fabricar las “armas blancas” y tiempo después el acero, que es el mismo hierro, con agregados de otros componentes, lo que lo hacía más costoso. Henry Bessemer en 1855 patentó un modo de producir acero en grandes cantidades con un costo razonable, iniciándose el uso generalizado de este material, no solo para la fabricación de armas, sino para muchas otras cosas, incluyendo estructuras, puentes, etc, dejando al hierro en un segundo plano.
No es fácil conseguir porqué se definen como “blancas” a los puñales y espadas, como si puede hacerse con las de fuego. En una ley de 1721, Felipe V, nombra por primera vez las armas blancas y las identifica como armas punzocortantes de uso manual. Algunos historiadores señalan que esa denominación, proviene del equipo que usaban los guerreros el cual incluía un arnés de color blanco, siendo eso lo más vistoso y esa indumentaria incluía el puñal, la espada y la lanza. Para los duelos y torneos importantes, los caballeros llevaban sus mejores armas, conocidas como “armas de punta en blanco” porque estaban bien afiladas, eran cortantes y puntiagudas, estaban fabricadas de acero pulido, de tal modo que brillaban al sol con destellos blancos.
Los secretos de la forja, que es como se llama desde antaño a la técnica de fabricación manual usando el acero, eran cuidados por los maestros de manera muy celosa y de ahí surgieron leyendas sobre el temple de las espadas de Toledo. Forjar el acero es básicamente un proceso donde se calienta el material, luego se golpea y se procede a enfriarse, en una forma secuencial, que se repite cuantas veces sea necesario hasta obtener la figura, el grosor y la dureza deseada. Se decía que el acero no se enfriaba en agua sino en orina de pelirrojos (por ser el color del pelo de Judas y, por tanto, una garantía de que llevaría a cabo su mortal cometido con eficacia). Que la hoja era sometida a un tratamiento con aceites especiales antes de ser enfriada e incluso que los artesanos habían hecho algún trato con el diablo, para conseguir la perfección en su obra o que llegaban a enfriar el material al rojo vivo atravesando con él a los condenados a muerte. La técnica de forjado y temple podría haber sido mucho más sencilla e ingeniosa, donde los artesanos usaban su experiencia para detectar diferentes tonalidades del acero candente y se servirían de oraciones y cantos para calcular los tiempos de enfriado de las hojas.
Toledo, como buena parte de España, fue también parte del territorio que sucumbió ante enfermedades y pestes, siendo una de las más fuertes, la acontecida a finales del siglo XVI, considerada la primera pandemia de gripe. Dicha epidemia comenzó en Asia y de allí pasó a Europa y América. Casi toda Europa fue afectada en seis semanas, y se dice que solo el veinte por ciento de la población escapó de la enfermedad. Hay cierta similitud, ¿o no?
Esta pandemia que hoy enfrentamos debería de estar forjándonos y dando temple, como los artesanos a las espadas de Toledo. Se nos ha presentado como una prueba más en nuestras vidas para ver de qué estamos hechos, para saber si somos de madera, bronce o acero, para conocer nuestra capacidad de respuesta y de adaptación. Las pandemias y las epidemias han existido desde que el hombre lleva registros históricos, son cíclicas, muchas de ellas llegaron hasta nuestros países y murió muchísima gente. Duraban años, décadas y repetían, no existían laboratorios para fabricar vacunas, la inmunización prácticamente ocurría por contagio y cada persona afectada sobrevivía por su resistencia, por su fortaleza corporal y espiritual.
El distanciamiento, los obligatorios cambios de hábito, las aperturas y cierres sucesivos de las ciudades, los toques de queda o la imposibilidad temporal de hacer alguna actividad, son como ese forjamiento con calor, golpes y luego el enfriamiento, al que es sometida la espada. El no poder abrazar a quienes queremos, la falta de muestras de cariño, hasta la manera de saludar sin sonrisas visibles y de lejos, nos ha ido dando temple. Si, lamentablemente, a la fuerza nos ha endurecido, pero también nos ha enseñado (o debería estarlo haciendo) a ser más sensibles, produciendo filosas y agudas formas de percibirnos. Estamos aprendiendo a la mala, que debemos cuidarnos (amarnos) los unos a los otros, que cualquier acto irresponsable de una persona puede acabar con toda su familia y en especial, con quienes han resultado los más débiles, nuestros padres y abuelos o aquellos que ya padecen de otros males.
La pandemia también ha afectado nuestro estado de ánimo, los pensamientos, el sistema nervioso y hasta lo amoroso; en algunos casos ha creado terribles sensaciones de miedo, exacerbado fobias existentes o creado otras. Además, nos ha llevado a enterrarnos en uno de los ambientes más perversos que hemos venido enfrentando, la vida digital, el claustro telefónico, la maraña de las redes, la criminal dependencia a la televisión y demás aparatos, que mal utilizados como están siendo ahora, va acabando poco a poco con algo tan esencial para la vida: el contacto directo entre los humanos. No estoy en contra de los adelantos tecnológicos, muy por el contrario, los aúpo e intento permanentemente proponer que sean utilizados, pero no de esta manera salvajemente impuesta, que nos está estupidizando el intelecto, imbecilizando el sentimiento e idiotizando el instinto, en especial a nuestra juventud, a los niños.
Lo más importante de las Espadas de Toledo, es su alma, esa que llevó calor, golpes y frio de manera constante, la parte central de esa hermosa estructura metálica, que sostiene empuñadura y filo, que no permite que se rompa y caiga a pedazos, que no se destruya ante cualquier golpe o que, cuando se enfrenta a algún despiadado enemigo que quiere acabar con quien la porta, muestre tanta fuerza que, con solo verla, el mal se arrepienta y no ataque. Así debemos entender que estamos forjando nuestra alma, nuestra fe, conciencia, mente y corazón.
Alguien escribió sobre las espadas: “No me saques sin razón, ni me envaines sin honor”. Eso traduce que no hagas alarde de lo que eres, pero cuando actúes, hazlo con firmeza y convicción. Eso es lo que nos toca, enfrentar la vida con todas nuestras fuerzas, siempre de la mano de Dios y haciendo lo que más podamos por los demás.
Eduardo J. León Hernández
BarranquillaEnero 16, 2021