martes, 22 de septiembre de 2015

EL SOLDIMONIO, EL CHOFER Y LA GRANJA

Érase una vez una Granja que tenía de todo, había sido creada por Dios con todo lo necesario para vivir de manera plena, para que todos los que allí habitaran, fuesen de donde fuesen, tuvieran los mejores alimentos para el cuerpo y para el alma. La llenó de maravillas naturales, de sitios que contrastaban por su cercanía, como el agua de mar y las montañas con nieve, que en esa Granja están solo a kilómetros de distancia. Con lugares paradisíacos, con comida inigualable y gente maravillosa.

Pero como en el Edén, Dios permitió que el demonio llegara y probara la fe de sus moradores, quería saber cuánto apreciaban lo que les había regalado, ver si eran capaces de defenderlo y comprobar, sino había sido un error, haberles dado tanto.

Falsos demonios llegaron, o no digamos falsos, eran demonios con poco poder, con solo un poco de maldad, algo de egoísmo, que al ver que esos moradores no defendían lo recibido, hicieron de las suyas. Robaron y dejaron robar y cuando se acabó la plata, cuando ya no había dádivas, llegó el verdadero demonio, con su piel de cordero, a ofrecerles la salvación.

Demonio, verdadero demonio, con uniforme y todo (o sea un soldimonio), a quien rodearon buenos y malos, ayudándolo a llegar a la cúspide, lo consideraron el mesías, el salvador. Sus primeros años de poder fueron de una simbiosis impresionante, desarrolló un encanto tal, que la pobre serpiente bailadora pasó a un segundo lugar. Era impresionante, embrujó a muchos e idiotizó a otros, poco a poco, sin inocular su veneno de manera directa, sino más bien transmitiéndolo por ósmosis, les escupía el veneno a la piel, a los ojos y a sus oídos y ellos creían que era algo bueno, lo agradecían.

Pero el Diablo no da cuartel y eran muchas las deudas que este soldimonio tenía con él, al tiempo se las empezó a cobrar, ya que no logró complacerlo plenamente, su propio ego maligno quiso desbancar al príncipe del mal y además su corte, sus compañeros de causa, se les fueron de las manos e hicieron y deshicieron. El príncipe del mal actuó y el soldimonio se murió, así nada más.

Como en muchas de las novelas, si, de esas culebronas, siempre hay un pela bola que hereda lo que queda y en este caso fue el chófer, el estupidon, el manejable, el que sirve de frontis, el que lo manda la mujer. A él le toco la vaina. Lo más que había hecho en su vida era deponerla y le tocó seguir el camino frustrado, “mantener la nueva senda”, la mejor forma de crear a un hombre nuevo. Oh, oh, craso error. La volvió a deponer. Dijo Dios: “Hasta cuando, Yo hice al hombre y a Jesús, mi hijo, que es el único hombre nuevo, nadie más”.

El creador volvió su mirada a la granja y tuvo misericordia de sus moradores, pero aun así dijo: “Les voy a dar una oportunidad más, una más de tantas que ya les he dado, para que salgan de esto”. Quiero que me demuestren que son merecedores de lo que tienen, de lo que por capricho y porque soy el dueño del universo, les regalé a ustedes, haciéndolos privilegiados en riquezas y confort. Solo quiero que luchen, que luchen al menos un poquito y que además volteen su mirada hacia mí, pero no como llorones, no no no, sino como gente arrepentida, que quiere tener de vuelta su paraíso.

Eso fue ayer, un regalo que Dios, en el día Internacional de la Paz, quiso entregarle a mi granja, a la granja de sus moradores, a la granja donde se puede vivir en paz, si quienes la habitan quieren y respetan a su creador. Ayer lo pensó y yo se que es verdad.

Dios es misericordioso, pero también es Padre y en ocasiones los padres deben dejar padecer a sus hijos, aunque les duela, para que enderecen su camino.

Quieres recomponer tu camino y que vuelva la paz y la cordialidad a la Granja? pues haz tu trabajo, defiéndela, probablemente duela (y va a doler) y tendrás miedo, mucho miedo, como cuando la noche no tiene luna y tú tampoco una lámpara. Pero tú tienes instintos, tu corazón te dice hacia donde ir. Vamos, hazlo y seguro que más pronto de lo que piensas, el Padre Nuestro, nos ayudará a arreglar la Granja.

Eduardo J. León Hernández

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