P.- A que hora llegaremos a Rwanda.
R.- Llegaremos con un retraso de 500.000 muertos.
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El título del escrito es un viejo dicho que resalta nuestro deseo de inmediatez,
es nuestra necesidad de que ocurran las cosas rápido, a nuestro tiempo.
Nuestra sociedad
se ha convertido en una sociedad de seres inmediatistas, sin paciencia. Cuando
prendía el computador para iniciar este escrito, lo primero que leí en la pantalla
fue: ESPERA, el sistema necesitaba reconocer algunos comandos,es un proceso que toma unos
segundos más de lo habitual, tal vez un minuto y ya yo empezaba a cuestionar la
velocidad de mi equipo, empecé a pensar que probablemente era tiempo de cambiarlo, lo
noté como lento.
Recuerdo cuando empezamos a utilizar computadores e internet
en nuestras empresas, en la firma donde trabajaba fuimos pioneros en el uso de
los computadores para hacer las labores de auditoria y teníamos unos computadores portátiles enormes, que
pesaban como ocho kilos, con una pantalla pequeñita verde cuadrada que medía, tal vez unos
15cm x 15cm y tardaba unos cinco minutos en estar lista para trabajar. Cargar
los datos de las sumarias, procesar los ajustes y preparar un consolidado, llevaba hasta un día, ya que el solo proceso de sumar que hacía la máquina, si
era una consolidación de muchas compañías, había que dejarlo “corriendo” toda la
noche. Igual era la conexión de internet vía telefónica, hoy día lo vemos como
algo lentísimo, inaudito, hoy no podríamos vivir a esa velocidad.
Así pasa en nuestra vida. Todo lo queremos rápido y lo
que deseamos que sea más lento, ocurre en un santiamén (pregúntenle a Luis
Dautant o a Irwing Morillo). Hay un ejemplo que pone esto en una mejor
perspectiva. Cuando estamos prendiendo un fósforo y la “cabeza” se enciende, pero
se queda pegado en uno de nuestros dedos, eso son solo fracciones de segundo, es lo que dura
esa intensa quemada, pero a nosotros nos parece una eternidad. Sin embargo, si
estamos con alguien en la cama, haciendo algo sabroso, lo que a veces allí se hace pues, con un
cuerpo escultural o que nos gusta, es todo lo contrario, el tiempo pasa rapidísimo. Eso es lo que se conoce como la relatividad del tiempo; depende de las condiciones y situaciones que se viven.
Pero hay otras circunstancias o eventos que no pueden
esperar y a veces no sabemos cómo actuar para resolverlos, esos si necesitamos arreglarlos lo más rápido posible. El caso
Venezuela es un ejemplo de ello. Hay una catástrofe que resolver, pero no sabemos
cómo, y lo peor, estamos esperando que alguien lo haga por nosotros. Las expectativas creadas
por algunos líderes mundiales, secundado por algunos criollos, nos han creado
la esperanza de que alguien tomará la decisión de enviar un ejército, para atrapar
a los malos y devolvernos la paz. Otros esperan que algunos militares propios
tomen los cuarteles y por la fuerza derroquen al tirano, liberando al país; esa
es parte de la función de las fuerzas armadas de un país, proteger a su pueblo,
pero en nuestro caso, los militares están protegiendo otra vaina, sus propios intereses.
Escucho a veces gente que dice que la oposición no hace nada y yo me
pregunto, quien es la “oposición”, acaso no somos todos los que queremos fuera a esta gente del Narcogobierno? Entonces por que pedimos a otros que lo hagan y nosotros no hacemos
nada. El que tiene garganta no manda a cantar, dice un dicho criollo.
Es cierto que toda sociedad necesita lideres para guiarla, también
es una verdad que no todos somos líderes y que hay muchos que ni siquiera se
montan en la carreta, mucho menos ayudan a tirar de ella; muy por el contrario, sujetan la parte trasera para evitar que esta se mueva. No todos somos líderes,
pero a veces nos toca. En la vida cada uno de nosotros hemos tenido de frente situaciones que nunca nos había tocado encarar, ni sabíamos cómo resolverlas, pero les pusimos el pecho y nos ingeniamos una salida; a veces perfecta, a veces
no tanto, pero salimos adelante. Lo que no podemos hacer es quedarnos sentados,
esperando que otro venga a resolvernos nuestros problemas.
Muchos países del
mundo han tenido y tienen confrontaciones bélicas, guerras civiles o
sencillamente tiranías o gobiernos dictatoriales que actúan diezmando a la
población. Unos por temas políticos, algunos por asuntos religiosos y otros
porque les da la gana, por tener poder, para enriquecerse, para imponer su desquiciada
visión personal o grupal al resto, no importando las consecuencias que ello
trae. Son muchos los países del mundo donde millones de seres humanos
han perdido la vida o han sido heridos, con terribles consecuencias, pero el mundo (los vecinos) responde solo cuando la diplomacia, la
burocracia o los intereses de cada país se lo permiten. Muchos se escudan en la
independencia de cada nación y en sus derechos, en la autodeterminación de los
pueblos y eso está muy bien, hay que respetar y no meterse en cada problema
domestico que aparece. Pero cuando está comprobado que lo que está ocurriendo
es un holocausto, una mortandad, no hay espacio para la espera. Cada minuto, hora
o día que pasa, seguro es un muerto más que hay que incluir en la lista.
La gran mayoría de los países del mundo tienen embajadas o
delegaciones consulares en Venezuela, al igual que en Nicaragua, donde otro par
de mal vivientes tienen azotada a esa nación. Todos los extranjeros saben lo que en estos dos países ocurre. En Venezuela, los trabajadores de
las embajadas y consulados comen y se enferman en Venezuela, padecen junto a los venezolanos los mismos problemas de
seguridad y de transporte, la terrible calidad de los servicios públicos, la clara falta de información por el control y dominio que tiene el estado de
los medios. Viven la misma calamidad y ven cada día como muere la gente en Venezuela, o no es así? Ellos no son
marcianos que llegan en la mañana en su nave espacial hasta la azotea del
edificio donde trabajan y luego se van al atardecer para su mundo aparte. El
mundo sabe lo que ocurre en Venezuela desde hace años, lo conoce muy bien, pero
parece que el despertador que mueve a sus líderes, empieza a sonar después de
los 200.000 muertos y la acción después de los 600.000 ?.
En el pasado Venezuela extendió su mano a cada pueblo que le hizo falta ayuda,
atendiendo y recibiendo a su gente cuando llegaron a nuestro país huyendo del
suyo, por culpa del hambre o de la situación política y de inseguridad personal
que sufría. También fue de los primeros países que alzó su voz ante las
tiranías del continente. Si no busquen en las redes todo lo que hicieron los
presidentes de nuestra democracia en los años 60, 70 y 80. Revisen la historia de República
Dominicana, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Chile o Argentina. Recuerden o documéntense, en
la atención que se les prestó Venezuela a colombianos, bolivianos y peruanos; a la gran cantidad
de portugueses, italianos, españoles y alemanes, entre otros, que llegaron a mi
país huyendo de la guerra en Europa, buscando una nueva vida y la consiguieron. Gente que recibimos,
aceptamos, acogimos y que desde hace años forman parte de nuestro país, son parte de nuestras vidas.
Pero nosotros tenemos que seguir esperando, sin desesperar; eso es muy difícil.
La situación en Venezuela es agobiante, ya no se puede soportar más, son muchos los muertos, gente inocente, sobre todo niños. También son demasiados los presos, los perseguidos, son millones los que se han tenido que ir. Por eso mismo nosotros no podemos seguir inmóviles,
con la esperanza de que lleguen los cascos azules de la ONU y su misión
humanitaria a salvarnos. Que se sigan tardando como lo hicieron en Rwanda y en
muchos otros países que estaban siendo devastados. Ellos actuaron, sabemos que lo hicieron, después de
terminar de cuadrar todo, en sus rondas de cócteles diplomáticos. Con calma. A su tiempo.
Venezuela tiene que levantarse, toda la nación tiene que
ponerse de pie. Y no hablo de salir a la calle a matar a nadie (aunque dicen que hay suficientes armas en manos de civiles para hacerlo), yo hablo de protestar, en el frente de la casa, haciendo un paro general indefinido, protestando en
cada uno de nuestros espacios, abriéndonos a los demás, convenciendo a los que
siguen esperando o están ya desesperanzados, apoyando a quienes tienen miedo, condición que es muy
natural; quien no le teme a esta situación. Hay que identificar a los líderes de cada
sector, de cada barrio y también a quienes aun están a favor de la la tiranía, con seguridad muchos de ellos también está pasando hambre y viven deseosos de que esto termine, pero por miedo a represalias mantienen su triste posición. Hay que hacer algo, hay que inventárselas, pero ya.
Los venezolanos de bien, somos muchos más que los
integrantes de la banda de narcotraficantes que desgobierna al país, somos millones.
Si todos salimos a un mismo tiempo, a denunciar y a protestar a una sola voz,
nadie podrá detenernos. No dudo que habrá heridos, no digo que no habrá
muertos, porque en algunos casos esas protestas derivarán en enfrentamientos,
pero es mejor morir combatiendo que esperar y morir esperando, que morir de
desespero.
Algunos que dicen conocerme dirán: Y este de que habla si está
afuera, porque no viene él a luchar aquí? El que tiene pecho no manda a cantar, repetirán. Hago mucho más de lo que mucha gente
cree, estoy en Venezuela mucho más tiempo de lo que imaginan, arriesgo mucho, creo que a veces demasiado y tengan la
seguridad que llegado el momento, no me quedaré de brazos cruzados, con la ayuda de la Divina Providencia.
Para cerrar, porque en todo está Dios, en la liturgia del pasado domingo, escuchamos el pasaje de la
mujer enferma, aquella que adoleció por más de doce años de una hemorragia
terrible y dolorosa, ella hizo de todo, confió en médicos y gastó todo lo que tenía sin ningún resultado positivo. Pero decidió buscar a Jesús, sabía que era su salvación. Hizo todo
el esfuerzo posible y con una enorme fe, lo ubicó y logró tocar el manto de Cristo, eso la salvó. El propio Jesús no sabía quién lo había tocado, pero si sintió
la fuerza del momento. Si no buscamos la salida, si no nos movemos y nos comportamos
con la fuerza y la fe con la que acudió a Jesús la señora del pasaje de San
Marcos, difícilmente saldremos de esto. Ya tenemos muchos años con esa hemorragia y podemos morir, perecer, desaparecer, como muchos venezolanos inocentes. No podemos seguir esperando cascos azules, ya llegó el tiempo. Cuantos muertos más vamos a contar ?.
Pidamos al Espíritu Santo la fortaleza, la sabiduría, la fe y la valentía que necesitamos. Dios y la Virgen protejan y bendigan a Venezuela.
Eduardo J. León Hernández
Barranquilla
Julio 05, 2.018
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