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En estos días de finales de año, para muchos son muy distintos a los del resto del año. He escuchado a más de una persona decir o preguntarse: ¿Por qué todos los meses no son navidad? Algunos expresan que estos días decembrinos son más suaves, más alegres, que sienten que unen más a la gente, fluyen los sentimientos y se ven más acciones compasivas, de caridad, de misericordia. La gente sonríe mucho más y pareciera que se enferma menos; por si acaso, el guayabo, resaca o ratón, no es una enfermedad.
Mucho de lo anterior es muy cierto, puede hasta comprobarse estadísticamente, aunque también se incrementan los estados de ansiedad y de tristeza, se agudizan o se sienten más algunas distancias, se nota con mayor profundidad las necesidades de unos y la “opulencia” de otros; en fin, se abren más aun, las brechas en las mentes y los corazones de unos y otros en direcciones opuestas, por la falta de cercanía con su familia, por estar lejos de su tierra o por recordar, esos eventos que ocurrieron durante el año, como la partida de este mundo de algún ser muy cercano, la pérdida de un amor o sencillamente haber llegado a diciembre sin trabajo.
La navidad tiene esas dos caras. Alegría y tristeza, nostalgia por lo pasado y esperanza por el futuro, recuerdos y olvidos, juguetes, regalos y sitios vacíos, donde aún no llega nada bueno; cenas y tambien irse a la cama, con muy poco o nada en el estomago; eso se nota más en esta época del año. Es indudablemente un mes de contrastes, pero aun así, por mucho, es mejor que los otros meses. Se cierra un año, un ciclo, un proceso y nace otro. Nadie puede decir si mejor, igual o peor, eso depende de cómo cada quien ve y vive la vida, de las decisiones que toma y de lo que le ocurre en ese camino tan individual, como lo es la vida tan única de cada quien, como únicos somos los seres humanos, siendo a su vez tan iguales. (Si no entendió, vuélvalo a leer, con calma).
Algunos de los que quisieran que la navidad se repitiera varias veces al año, normalmente son personas de buenos sentimientos que aprecian el comportamiento caritativo y la misericordia, son seres que ven lo bueno en el otro y que sienten también lo bueno floreciendo en ellos. Sin duda hay otros que tienen doble cara, que en su hipocresía son capaces de enmascarar la navidad, pero en el fondo se les nota su parecido con el Grinch, ya que por sus resentimientos, odian esta época. Por cierto, para aquellos que creen que ese famoso duende verde empeñado en acabar con la navidad, llevado al cine y genialmente interpretado por Jim Carrey, con varias versiones posteriores y decenas de musicales navideños en Broadway y en otros teatros del mundo, nació en el inicio de este siglo, les informo que el Grinch data de 1957, es más viejo que mucho de los que leen esto ahora. Su primera aparición fue en el libro infantil nombrado “Cómo El Grinch robó la Navidad” y luego llevado a la pantalla por primera vez en 1966, donde apareció en un especial de televisión con el mismo nombre basado en el libro.
Cuando leí eso anterior, me acordé de la vez que un joven consiguió a su abuelo escuchando a Luis Miguel. Era un hombre bastante mayor, amante de los boleros y que criticaba duramente la música moderna, la favorita de su nieto. Las canciones que interpretaba en ese momento, el entonces joven “LuisMi”, también conocido como el Sol de México, eran: Somos Novios y Mía, canciones incluidas en su famoso álbum Romances. El joven de quien hablo, con la intención de ganar unos puntos con el viejo, para después pedirle dinero para ir al cine, le dijo: “Ves abuelo, como un joven es capaz de componer la música que a ti te gusta”. De inmediato el septuagenario se volteó y le espetó en la cara: “Mira carajito, esas canciones son de Armando Manzanero y fueron escritas hace más de 30 años”. Lo anterior no tiene que ver nada con la navidad, pero me gustó la similitud, para señalar que el regueton es el Grinch de la buena música, de cualquier tiempo. Por cierto, el nieto, por pendejo, creyendo que se la estaba comiendo, no fue para el cine y por castigo se tuvo que quedar con su abuelo, escuchando a Javier Solís, Pedro Infante, Felipe Pírela, Manzanero, Los Panchos, Tito Rodriguez y a muchos otros, para que aprendiera de boleros.
La palabra Navidad, viene de natividad, que procede del latín nativĭtas, cuyo significado es nacimiento. Eso muchos lo saben, como también saben que es una fiesta religiosa, principalmente cristiana, donde se celebra el nacimiento del niño Jesús, nuestro salvador. Digo principalmente, porque conozco a muchos que, por cristiano, conocen más al futbolista que al hijo de María y José, pero que se gozan (a su manera) estas fiestas como ellos solos, sin tener idea de lo que realmente representan.
El 25 de diciembre, es la fecha en la que celebramos el cumpleaños de Jesús, quien nació hace más de 2.000 años. Ese día y no el 24, se repite un evento, que a todos a quienes nos regocija festejarlo, nos llena de esperanza y renueva nuestra fe. Jesús no vuelve a nacer, su Espíritu es el que recibimos nuevamente. Es por eso que durante esta época, nos sensibilizamos un poco más y abrimos la mente, el alma y el corazón, para ver a los demás y a nosotros mismos, con un poco más de amor, cariño o de misericordia.
Voy a tomar las palabras, más o menos textuales, que me decía William (él sabe quién es), el viernes próximo pasado, mientras me mostraba un pequeño pesebre que tiene en su oficina: “Ojalá fuera diciembre todo el año”. Yo estoy seguro de que lo dijo con el real deseo de que fuese así. Eso mismo es lo que Dios quiere y eso no depende de la época del año, como tampoco de la celebración de una fecha de cumpleaños que la iglesia fijó como conmemorativa, para recordar que el hijo de Dios se hizo hombre, se igualó hacia abajo, en cuerpo, pero no en alma. Eso que quiere Dios, depende de nosotros, de nuestra capacidad de celebrar la vida cada día, de sentir bonito al despertar, a pesar de nuestros problemas, de abrir nuestro corazón a los demás; en otras palabras de servir al prójimo, de estar pendiente del otro, de escuchar a quien necesita ser escuchado, de dar ese modesto y adecuado consejo a quien lo necesite, de levantar al caído y atender al enfermo, de alimentar el alma y el cuerpo de quien lo necesite; en otras palabras, ser como una mata de mango. Eso, mi estimado William, se que tu tambien lo sabes.
Lo de la mata de mango, fue parte de unas palabras que dijo mi yerno Juan David, el día de ayer domingo 22 de diciembre, en un momento especial y muy sentido, como lo fue la entrega de unos juguetes y una merienda, a más de 100 niños en un pequeño pueblo o corregimiento, cerca de Barranquilla. Juanda, Pamela y varios colaboradores, sin recursos económicos, pero con muchas ganas, cada diciembre y en otras fechas especiales, tratan de regalarles a esos niños al menos un rato diferente.
En el momento de hablarle a las madres y niños presentes, Juan les ponía el ejemplo de una niña que salía al campo con su papá y por primera vez, veía un enorme árbol de mango, cargado de frutas; los colores amarillos y rojos de los mangos y el contraste con el verde de las hojas, hacían un hermoso juego de “luces” a sus ojos. La niña le decía que era el más bello árbol que había visto en su vida. El papá, aprovechando ese momento, le pidió a la hija que se acercaran más a esa frondosa mata, para que viera las muchas otras cosas que un árbol frutal, como el mango, nos ofrece.
Primero le señaló la cantidad de nidos que había sobre el árbol, muestra de cómo sus ramas sirven para albergar a los pájaros, permitiéndoles construir un sitio donde vivir. También le enseñó como las ardillas podían jugar, corriendo por las ramas y protegiéndose en las hendiduras del tronco y en las pequeñas cuevas que el mismo árbol les permitía hacer. Además le explicó que los pájaros, las ardillas y todos los otros animales e insectos que cohabitan allí, podían alimentarse de sus frutos y hasta de sus hojas. Le hizo ver que de igual forma los humanos o cualquier otro ser creado por Dios, capaz de tomar esos frutos, aun después de caídos al suelo y de madurarse en exceso, pueden alimentarse con ellos. Por último, le explicaba el papá a la niña, que además de todo lo anterior, en ese momento y en cualquier otro, cuando alguien siente el sol inclemente sobre su cara y su cuerpo, también ese maravilloso árbol lo protege con su esplendorosa sombra. En ese momento, la niña pudo entender todo eso, pudo percibirlo y experimentarlo, mediante su propia vivencia y gracias a la explicación amorosa de su padre.
Estar debajo de una mata de mango, es algo único, aunque a veces hay que tener cuidado de que una fruta de esas se pueda desprender y caer sobre tu cabeza, porque también riesgos hay en la viña del Señor. La sombra y la frescura que nos envuelve es difícil de describir, es como la presencia de Dios, se debe experimentar para entenderla, para conocerla, para saber que carajo es lo que se siente. La mata de mango, como muchos árboles están allí para servir, no se quejan y se entregan a los pájaros, ardillas, mariposas y hasta a nosotros, para regalarnos todo lo bueno que ellos tienen, sin pedir nada a cambio; su función en la naturaleza, en su larga o corta vida (a veces nosotros mismos nos encargamos de destruirlas, ni siquiera les regalamos un poco de abono, solo a veces, les dejamos algo de ácido úrico) es servir, como todo lo creado por Dios.
Jesús vino al mundo, al igual que la mata del mango, a servir y esa es la razón por la cual nuestro corazón, alma y mente, de manera inconsciente, quiere que todo el año sea navidad. Pensando en esto, ayer en la tarde cuando venía de regreso a mi casa, pasé frente a la cárcel que está en vía 40 en Barranquilla y vi a una gran cantidad de personas con regalos, alimentos, bebidas hidratantes, atendiendo a la gente que estaba entrando a visitar a sus seres queridos, que en mala hora fueron a caer allí. Recordé en ese momento los regalos que Tere y su equipo ha recogido y envuelto con sus propias manos en todos estos días, para, con mucho amor, entregarlos a esos seres que no reciben mucho. También las jornadas de años anteriores, que los Laicos Misioneros del Sagrado Corazón hacían cada año para atender a niños de la etnia Wayuu, de las afueras de Maracaibo, a quienes llevaban a recorrer la ciudad y a comer, a probar, a degustar, cosas que nunca en su vida habían saboreado. Son miles de actividades de este tipo que se realizan en cada corregimiento, pueblo o ciudad en todo el mundo, son acciones de desprendimiento, de ternura, de misericordia. Son esas que durante la navidad nos lleva a recordar, que ese es el verdadero sentido y razón de celebrarla; entender que Jesús nació, que vino a este mundo a servirnos y que eso mismo es lo que Él quiere que hagamos, pero no solo en navidad, sino durante todo el año.
Conozco varias personas que hacen estas obras de misericordia en momentos diferentes a la navidad. Visitan de manera desprendida hospitales, cárceles, buscan a los habitantes de calle, tratan de ayudar a los inmigrantes y a los desplazados. Varios de ellos probablemente no quieren que los nombre, por aquello de que no le digas a una mano lo que haces con la otra, a algunos los veo de vez en cuando en el rosario de los viernes, al cual poco estoy yendo, en las parroquias a la cual asisto (Padre Pedro, nos mudamos, por eso nos ve muy poco), son muchas las expresiones de cariño y misericordia que a diario veo, pero no son suficientes. “Es mucha la mies y muy pocos los obreros” reza Mateo 9:37, palabras de hace más de 20 siglos, que no pierden su vigencia.
Si queremos tener una navidad diaria, tenemos que hacerla nosotros, cambiando nuestro pensar y abriendo nuestro corazón, entendiendo que nuestro fin primario es el servicio, la misericordia. Y aquí hago una aclaratoria. No es regalar a todo el mundo todo lo que necesita, es ayudar a quien realmente podemos identificar. Un buen corazón no es engañado por un vago que quiere que los demás le arreglen su vida, te engañará una vez, pero no dos, mucho menos tres veces, si le pides al Espíritu Santo la sabiduría.
La mata de mango está allí. Su fruto (cuando hay cosecha) y su sombra dan para todo aquel que se ponga debajo de ella. Así debemos ser nosotros. Si tu sombra puede acobijar a otros y ni siquiera te cuesta regalarla, hazlo. Entrega tus frutos y tu sombra a los demás, como Jesús nos regaló su servicio y hasta su vida.
Feliz Navidad para todos y por favor, recuerden estas palabras, cada vez que vean una mata de mango y sobre todo, cuando aprovechen sus frutos y su sombra.
Eduardo J. León Hernández
Barranquilla
Diciembre 23, 2019