Hace algún tiempo, saliendo de una misa dominical, tuve una conversación con una persona que aprecio mucho y me decía que “para él, los cristianos católicos no deberíamos participar en política, que no se veía bien, que no eran compatibles esas dos actividades”, de inmediato le dije, que ante todo somos ciudadanos y la religión que profesamos no impide el ejercicio de nuestros derechos, hasta allí llegó la conversa. Cierto tiempo después descubrí lo que en su comentario encubría, ese compatriota estaba de acuerdo con lo que el régimen hacía y no tenía el valor de defenderlo. Sin embargo, he visto muchas otras personas que por ser tibias o por dejarle “ese problema a los demás” ni siquiera comentan de estos temas, hasta que la política les toca el bolsillo, su seguridad o su libertad.
La RAE define la Política como el “Conjunto de orientaciones o directrices que rigen la actuación de una persona o entidad en un asunto o campo determinado”, también menciona que es “La actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto o de cualquier otro modo” y son políticos “quienes rigen o aspiran regir los asuntos públicos”. Para el común de nosotros, ser político es manejar de cualquier entidad de carácter público, que funciona con recursos de la nación y para ello se actúa como funcionario público por elección o por nombramiento.
En cuanto a la Religión, su más amplia definición es “El conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto” y también es la “Obligación de conciencia, el cumplimiento de un deber, regido por la palabra de Dios” En esta conceptualización no es de interés involucrar a ninguna religión en especial, como si en el concepto mismo para poder evaluar la compatibilidad o no de las acciones a que se refiere el escrito.
Todas las religiones y quiero enfatizar en la palabra todas, buscan la paz, el amor y el bienestar de la gente. Si revisamos los textos básicos de cada una, podremos observar esa verdad. También si miramos a nuestro alrededor y buscamos a esas personas que conocemos, que profesan alguna religión diferente a la nuestra o sencillamente ninguna de las existentes, no es su tendencia religiosa lo que define su bondad y amabilidad o su arrogancia y mal comportamiento, porqué como dice la palabra, “de todo hay en la viña del Señor”; y es por eso qué el mundo es mundo.
Lo que ocurre con las religiones, con todas, son las modificaciones, tergiversaciones o interpretaciones erradas (o de pronto convenientes para quienes las han hecho) que se hace de la esencia de estas. El fanatismo, el interés malsano, los ánimos de poder, etc, que vemos a diario y que clasificamos dependiendo de la religión que profesa el actuante, es producto más de lo que proviene de su corazón, que de la interpretación de la norma, palabra o mandamiento que dice seguir.
En el caso de la política, el problema es lo desprestigiado que está ese término y quienes lo ostentan, ya que está comprobado que, dependiendo del país o área, pocos, varios o muchos de los que actúan en este campo, de alguna manera se han enriquecido de manera ilícita o al menos han usado el poder para su propio beneficio; creo que esto no es necesario explicarlo en demasía. Aquí mi primera acotación: El dinero en los países siempre alcanzaría, si la corrupción no se lo llevara.
El término corrupción es el complemento intrínseco de nuestra política que, junto a la no aplicación de las leyes, el no accionar de “los buenos” y la hipocresía del cuanto hay pá mí, es lo que ha llevado a la política, que debería ser la ocupación más sublime, como es la de dirigir desde un país o el más pequeño de los pueblos, con rectitud y administrar sus recursos con pulcritud y honestidad, a convertirla en una actividad odiada, nauseabunda, pero también en algunos casos envidiada.
Si nos devolvemos a revisar la definición de Política, encontraremos que para nada menciona, ni siquiera tiene un vestigio de la palabra honestidad o de al menos administrar con rectitud. Es solo una serie de orientaciones o reglas que se deben seguir, según haya sido concebido. De la definición de Religión quiero rescatar la parte que menciona la “obligación de conciencia, cumplimiento de un deber, regido por la palabra de Dios” y el agregado de qué todas buscan la paz, el amor y el bienestar de la gente. Siendo así, la política, en su concepto, no solo no está enfrentada a la religión, muy por el contrario, la necesita y eso precisamente es lo que, como decía mi abuela, debemos meternos en la cabeza.
Practicar la política, buscar votos en la calle, caminar y visitar barrios pobres, cargando niñitos y besando viejitas, no es una tarea fácil y con esto no estoy defendiendo a los políticos, pero es una realidad y no todos estamos dispuestos a hacer estas actividades, que entre otras cosas, son costumbres de nuestros políticos, es la estrategia que se han inventado para hacerse "tocables" y luego, al alcanzar el poder, convertirse en todo lo contrario. Pasan de meretrices toconas a pretender ser estrellas de Hollywood con varios guardaespaldas; seres intocables.
Pero nosotros somos los principales culpables. Los funcionarios públicos son nuestros empleados, desde el Presidente de la Republica hasta el más humilde recepcionista. A los de elección popular nosotros con nuestros votos los ponemos en esos puestos y pagamos con nuestros tributos sus salarios y todos los demás beneficios que perciben, licita e ilícitamente. Sin embargo, también nos convertimos en sus fans, en sus seguidores, esos que de vez en cuando criticamos, cuando conocemos de alguna noticia sobre su mal comportamiento personal o administrativo, sea cierto o no, pero que cuando lo tenemos al lado le aplaudimos y si está en nuestra familia o círculo de amigos, los defendemos a capa y espada. Nunca les hacemos frente, por complicidad, por miedo o porque simplemente nos queremos desentender del asunto.
Algunos dicen que la corrupción, cómo el pecado, son propios del ser humano; que está implícito en nosotros. Yo creo que esto no es cierto, la corrupción es parte de lo que vivimos y vemos. Ser corrupto o no, depende de nuestra crianza, de los ejemplos y experiencias que tuvimos en nuestra vida. Sin embargo no dejo de reconocer que individuos con excelentes padres y notables ejemplos de honestidad y buenas acciones, también se han torcido. Este es un tema muy espinoso, cuya tribuna de discusión no es esta.
Siendo así, tomando lo anterior como bueno, podemos decir que una buena formación religiosa, una familia ocupada en la adecuada crianza de los hijos, más un hilo consecutivo de útiles y oportunos consejos, junto a buenos ejemplos deberían formar buenos ciudadanos, con capacidades ideales para conducir un país, una empresa, una familia, de manera honesta y justa. En otras palabras, esas personas, pueden ser políticos honestos, como ciertamente los hay.
No somos nosotros, nuestros hijos y nietos honestos y justos? No somos capaces de trabajar en beneficio de nuestro prójimo y de nosotros mismos, con pulcritud, rectitud y bondad? Y aquí si hago la pregunta a mis hermanos cristianos católicos: Si realmente tenemos esas virtudes o al menos estamos en el camino de tenerlas: ¿Por qué no participamos activamente en política?
En ciertos países hay políticos honorables (no íntegros, eso es otra cosa), que hasta se suicidan cuando son descubiertos en alguna irregularidad, prefieren morir antes que ser la deshonra de sus hijos o de ir a parar a una cárcel, simplemente se suicidan. En otros países en cambio, el político bandido que es atrapado en un fraude o robo multimillonario, trabaja en un acuerdo con la fiscalía, devuelve una pequeña parte de lo sustraído y termina privado de la libertad, solo por dos o tres años en su propia casa; en esa misma que compró o construyó con el dinero mal habido, del cual guarda un poco o bastante para poder seguir pagando sus gustos, dándose la gran vida.
Lo más triste es que muchos, admiran a ese bandido y hasta lo envidian por lo astuto que es, algunos en secreto se lamentan por no ser amigos de ellos.
Esto también es parte de esa poca y tímida aplicación de justicia, que también criticamos, siempre y cuando no sea a nuestro favor. Cuantos podemos decir que nunca hemos ofrecido dinero a un policía para evitar una multa, comprado algo que sabemos no tiene una limpia procedencia, habernos quedado con un cambio mayor al que nos corresponde al recibir los vueltos de una compra o sencillamente haber cometido una infracción, porque nadie nos está viendo? Y peor aún, delante de nuestros hijos y nietos. Estos parecieran actos pequeños, de no mucho valor monetario, pero definitivamente son el inicio para eventos fraudulentos de monta mayor.
La corrupción, la deshonestidad, comienzan a desarrollarse en nosotros en nuestra propia casa, en las vivencias de nuestro entorno, en “la inacción de los buenos que permiten actuar con impunidad a los malos”, en la cobardía ante una agresión sufrida por un inocente, en el robo de un lápiz en el colegio, la alegría de que nos dejaron de cobrar una gaseosa en la cuenta, hasta en la viveza de adelantarse a los demás en una fila y eso ocurre hasta en la fila para comulgar. Los actos deshonestos más pequeños despiertan un monstruo por dentro.
Mi segunda acotación es: Si tenemos buena formación cristiana católica o de cualquier otra religión, si nuestro corazón tiene un solo Dios, en lugar del poder o del dinero, si hemos decidido ayudar al prójimo, si creemos en la justicia en la verdad y en el amor, si de verdad queremos tener un mundo mejor, Por qué no participamos en política?
Puede ser cómo candidatos, o apoyando a otros, pero de verdad, con empeño y optimismo. También votando en las elecciones a las que seamos convocados, incluyendo las del condominio donde vivimos o asistiendo a las reuniones del colegio de los hijos.
Por qué no reclamamos nuestros derechos de forma organizada, sin lanzar piedras, ni dañar bienes? Cómo podemos estar tan apacibles cuando en otra parte de nuestro país, de nuestro estado o departamento o de nuestra ciudad ocurre alguna calamidad, eventos de injusticia y en especial secuestros y asesinatos? Por qué permitimos que la inseguridad se apodere de nuestro entorno y permitimos que hasta la fuerza policial y militar sea diezmada por la delincuencia, sin que las autoridades políticas no hagan lo debido? Por qué permitimos que nuestros sistemas de salud y los educativos sean destruidos o contagiados de pensamientos políticos que está demostrado no son convenientes para ninguna sociedad? Por qué los buenos, que definitivamente somos más, permitimos que los no tan buenos hagan y deshagan? Defender los derechos también es hacer política, pero a veces sentimientos como cobardía, comodidad, desapego, falta de empatía, falta de amor por el prójimo, nuestra desarrollada habilidad de mirar para otro lado, o el “ese problema no es mío”.
Te pregunto, en tu caso, ¿Cuál es tu razón? ¿O es que piensas que algún día esos problemas de los demás no te van a alcanzar? Estar en la madurez te da sagacidad y experiencia, en tu juventud, fuerza e ímpetu, la edad tampoco es un factor para no hacerlo.
Quien les escribe no es un santo, aunque estoy trabajando en eso, tratando de alcanzar el camino de ser, en principio, una buena persona, de corregir los efectos de los errores que he cometido, de no repetirlos y no cometer algunos nuevos, cosa que reconozco no es nada fácil.
No me siento un dechado de virtudes, ni más faltaba, pero intento ser un buen ejemplo con lo que hago. No soy un padre ejemplar, pero puedo decir que mis hijos son honestos, no le quitan nada a nadie, así me enseñaron a mi mis padres. Renuncié al activismo político de calle en el año 1983, cuando me fui a trabajar en PWC, pero nunca he dejado de hacer mi aporte a las verdaderas causas que considero adecuadas para mis dos países.
Alguno podrá preguntarme, ¿Por qué no me ven hoy en la calle haciendo ese trabajo? ¿Dónde está mi desprendimiento para ayudar al prójimo en ese sentido? Y probablemente tengan algo de razón, no soy un político activo en las calles este momento, por razones legales y migratorias no puedo, pero en la primera oportunidad que me sea posible, me verán en la calle de nuevo, haciendo lo mejor posible para ayudar a los demás; mientras tanto seguiré haciendo lo que debo, al menos desde estos medios.
Eduardo J. León Hernández
Barranquilla
Mayo 25, 2025