Al momento de llegar al altar,
muchas veces, sobre todo siendo muy joven, se dicen muchas palabras que no se
entienden. Uno sabe el significado idiomático, por aun no conoce la profundidad
de muchas de ellas.
No sabes lo que es realmente el
amor, hasta que lo sientes, igual ocurre con la alegría, la tristeza, el
rechazo, la misericordia, la verdad y la mentira, el dar y el recibir, la
soledad y la compañía, el bien y el mal. De todas esas etapas, circunstancias o
momentos que tienen un nombre, podemos conocer su etimología completa, pero
hasta no vivirlas, realmente no se sabe lo que es, no se ha probado lo ácido,
lo amargo, lo dulce, lo salado, lo frío o lo caliente de cada una de ellas.
En el altar, al casarse ante
Dios, se proclaman varias frases que son digamos, estándar, promedio, básicas,
pero que a su vez son muy profundas. Una de ellas es “te acompañaré en las
buenas y en las malas”. Acompañar en las buenas, es muy sabroso, es fácil, no
hay problemas, hay digamos de todo: recursos, salud, casa y todas esas cosas
materiales que son necesarias en nuestra vida. A veces hay mucho más: dinero,
viajes, joyas, carros lujosos, buenos vestidos y zapatos, clubes y ese sin fin
de cosas que son muy buenas, desde el punto de vista material y que si son
acompañadas con un uso humilde, si cabe la palabra, decente y sin falso orgullo
y vanidad, es beneficioso. Esta debería ser la condición de todos los seres
humanos, tener todo lo necesario para vivir, pero acompañado de una verdadera riqueza
espiritual y mental, que es lo verdaderamente importante, que le permitiera
vivir en confort con su entorno, con el mundo y la naturaleza.
Cuando ocurre lo contrario es
cuando vienen las pruebas. Cuando escasea el dinero, cuando se acaban las
fiestas y los viajes, cuando no hay para el restaurante, ni para ir al cine,
cuando los helados son menos o ninguno, un solo carro en la casa (si acaso),
sin vestidos caros, ni regalos finos en diciembre, cuando no hay para el whisky
o el vino, cuando no hay quien lave y planche, ni quien ayude a limpiar, cuando
hay que hacer el jardín con sus propias manos, cuando miras al cielo y le
preguntas a Dios: Que Pasó? Porque allí es cuando finalmente de acuerdas de Él.
Allí, justo en ese momento, cuando llegaron las malas. Cuando la cuenta
bancaria pesa por el vacío que tiene. Cuando ya no hay.
Todos hemos pasado por allí. La
vida es como las olas del mar, arriba y abajo, con cambios bruscos, que te
mojan y te dejan salado, te irritan los ojos, te marean y enferman por el vaivén
y lo peor, no vez un puerto de llegada, ni siquiera sabes si el mar se va a
calmar y muy por el contrario miras al horizonte y hay una tormenta que parece se
avecina. Todos hemos pasado por allí y hemos salido, unos más golpeados que otros,
pero salimos.
Saben cuál ha sido mi clave en
estos últimos 35 años? Primero, Dios y La Virgen y segundo, mi esposa. Lo que
han hecho Dios y La Virgen en mi vida no se los puedo decir, son demasiadas
cosas, muchas de las que yo mismo no me he enterado, sino años después. Cada
día me hacen un milagro, si así como lo oyen, por lo menos uno al día y muchas
veces ni lo veo, ni se los agradezco, por lo que estaré siempre en deuda con Él, hasta el
final de los tiempos, hasta que me pare cara a cara con Él y me pase la factura,
bueno si es que me llama. Espero que sea misericordioso conmigo.
La otra parte de ese binomio de
platino, guardando la distancia, es mi mujer, esa que de verdad juró que
estaría conmigo en las buenas (que como dije es muy fácil, el complicado soy yo)
y en las malas, esa que ha cumplido su juramento y que gracias a estar allí, hemos
superado situaciones muy difíciles, muchas propias de la vida y otras
producidas por mí. Pero, como hemos salido siempre adelante, gracias a su
constancia, su oración y su apoyo. Su sencillez y su carácter, que a veces
parece sumiso, muy por el contrario, es el de una mujer fuerte, muy hábil e inteligente,
su apoyo incondicional para emprender cualquier viaje, cambio de vida o
empresa, no tiene comparación. Pocas personas he conocido en la vida que tengan
su empuje y que no se dejen vencer por las adversidades. Es muy humana, aunque a veces la
riega, pero de inmediato (bueno no tan rápido en otras), o casi enseguida, la limpia.
Gracias te doy mi Dios por
regalarme a alguien que siempre ha estado, está y se que estará, en las buenas y en las
malas, hasta que tú lo decidas.
Te amo Judith, no sabes cuánto.
Eduardo León
Febrero 22, 2017
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