Recién escuchaba la palabra el día de ayer y el sacerdote
pasó a comentar sobre el contenido de esta oración tan bella que Dios nos regaló,
por intermedio de su hijo Jesús. Hay dos versiones, una en Mateo y otra en
Lucas, la diferencia es solo el ámbito en la cual cada evangelista la
explicaba. Es mi intención aquí, ir específicamente al perdón que se pide
a Dios en esta oración, esa acción sanadora, que para mí es esencial de
entender en estos días de tanta locura que vive nuestra sociedad.
En el Padre Nuestro decimos “perdona nuestras ofensas, como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Ayer entendí que no es una oración
personal, aun cuando la hace cada persona, pedimos por todos, ya que el contenido
es en plural y es lógico que sea así, cuando Jesús explicaba cómo orar, Él se lo decía a un grupo de personas, no a uno solo en particular. Además, dice la palabra “donde dos o
tres de ustedes estén orando, yo estaré allí”, con eso
busca nuestra unión.
El perdón va en diferentes direcciones. Yo pido perdón y a la
vez debo perdonar. Esta parte es crucial, porque Dios nos ofrece su perdón, pero
de alguna forma lo está condicionado a nuestra propia actitud. Para entenderlo
mejor, es como si yo quiero que alguien me pague algún dinero que le di en
calidad de préstamo, pero yo no quiero pagar mis deudas. Esto ante un juez,
sería algo muy “injusto”, ya que yo debo cumplir mis obligaciones para poder
exigir que me cumplan.
Pero esto va más allá, Dios nos ofrece perdón por Él
mismo, por su cuenta. Si hemos hecho mal a alguien, o a la inversa, alguien nos
ha ofendido, nosotros pedimos perdón o lo otorgamos, pero esa persona a quien
ofendimos o nos ofendió, pudiera no contestarnos, hacer caso omiso de nuestra
intención. En este caso, el propio Dios se hace fiador o co-deudor de esa
persona y actúa en su nombre concediéndonos o aceptando la solicitud de perdón.
Esto es maravilloso porque si nuestra solicitud, nuestro arrepentimiento es legítimo
y verdaderamente sincero, sentiremos el perdón de Dios y eso, de verdad puedes
percibirlo, es como que se te destapa el alma, respiras mejor y te sientes
libre.
También está el perdonar a Dios. Suena raro, pero es cierto.
Dios no necesita que nosotros le perdonemos, cuando nosotros tenemos la osadía de
cuestionarlo, cuando lo estamos juzgando, cuando ponemos entre dicho al único
ser perfecto (y no me digan que nunca lo han hecho), le reprochamos lo que nos
ocurre y a veces nos olvidamos de Él, en lugar de tratar de entender lo que
quiere de nosotros. Perdonar a Dios no significa disculparlo de su error, es
por el contrario, quitarnos de encima esa carga de haber ofendido a quien no debemos,
es haber dudado, cosa a la que pensamos tenemos “derecho” por ser seres
pensantes, pero que por misericordia del mismo Dios, podemos reparar. Es un acto en doble vía donde le pedimos perdón por haberlo ofendido, pero a su
vez, hurgamos en nuestra mente y sacamos esos pensamientos injustos hacia Él,
que mantenemos en la loca mente que nos gobierna.
Por último, está lo más difícil, perdonarnos a nosotros
mismos. No hay ser más cruel y perverso que uno mismo, no hay persona que más nos humille
constantemente que esa que vemos en el espejo. Nos menospreciamos, nos creemos
lo peor, aun cuando mostremos a los demás que somos fuertes, valientes y nobles,
muchas veces son solo corazas que ponemos al frente para no mostrar nuestras
debilidades. Muchas veces somos nuestros peores enemigos y no nos hemos dado
cuenta de ello. Por eso es necesario entrar en nosotros mismos, acompañados de
Dios, quien forma parte de nosotros desde el bautismo y debemos buscar esas
cosas que desde niños o durante nuestra vida, consideramos faltas a nosotros
mismos y tratar de limpiarlas y dejarlas atrás.
Otorgar y pedir perdón, sentirse perdonado, es como no tener
deudas, ni peso en los hombros. Es poder caminar sin miedo, es ser
transparente. Es mirarse en el espejo y entender que eres tú, con defectos,
pero sin complejos.
El día que nuestra sociedad entienda la amplitud y la
necesidad del perdón, empezaremos a ser humanos de verdad, con todas las características
propias que nos lleven a tener una vida llena de amor y paz, donde veamos
personas misericordiosas y no odiosas, donde el hambre se sustituya por un buen
hombre, donde la tristeza sea cambiada por la belleza y donde finalmente la
verdadera vida, triunfe sobre la muerte.
Pidámosle siempre a Nuestro Dios, que nos tenga siempre en su
Cielo, Santifiquemos a diario su Nombre, que nos considere siempre parte de su
Reino, hagamos su Voluntad, que nos conceda Pan físico y el espiritual, que
Perdone nuestras ofensas y nos ayude a perdonar a los demás, nos mantenga lejos
de la Tentación y nos libre todos los días del Maligno. Que así sea.
E.J. León
Marzo, 08, 2.017
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