Hoy domingo, como muchos otros, le
hice el almuerzo a mi esposa. Es una forma divertida de pagarle tantas vainas
que le he echado en esta vida; a mi encanta cocinar y a ella que yo le cocine.
Tenemos unos días solitos en casa, Pauli, la hija mayor con quien vivimos
está de viaje, Dios la bendiga y la guarde, se fue unos días para el imperio.
Hoy es el día de su cumpleaños, anda por My Little Town Blue, (New York), la
ciudad más arrecha (léxico Zuliano) que existe, después de Maracaibo claro está.
Me inspiré en una de esas recetas
que aparecen en las redes y preparé una pasta corta, con una salsa de camarones,
espinacas, crema de leche y unos toques secretos, acompañada de un cabernet y
pan tostado. Yo no acostumbro tomar licor los domingos, pero vi ese tinto que no
se dejó pedir dos veces, puse música de un carajo que debe ser familia mía,
David Bisbal, un andaluz genial y que junto a otro paisano de él, Alejandro
Sanz, normalmente me acompañan en estas faenas. Preparando esa deliciosa comida,
porqué como siempre me quedó del carajo, recordé a Celyrene, Malala, Francisco,
Jorge, José y a Olga (The party planner) y a otros amigos a quienes vi en
una foto compartiendo, en una reunión que quisiera se convirtiera en un vicio,
en una adicción; ese maravilloso compartir entre amigos, como debe ser la vida.
Me senté en la mesa con Judith, con
la pasta, el pan, una copa de vino y la música. Di gracias a Dios y me la comí
poco a poco, casi no hablé, recordando tantos momentos con los míos, no es
fácil. Después de charlar un rato, me fui a lavar los platos, la tarea es
completa y le pedí a Judith que me hiciera un café (al menos verdad?) y como
quise en ese momento que mis padres, mi Tiabe y mi cuñada Antonia estuviesen conmigo,
para tomarnos ese cafecito juntos, a ellos que tanto les gusta un buen tinto,
como se dice por aquí y que a veces no tienen, es duro. La abundancia pega cuando los tuyos tienen
escases; por lo menos a mi me ocurre, así me criaron.
Recordé un día de ya hace muchos
años, Antonia, la mayor de la casa de mi esposa, nos dijo que fuéramos a la
Costa Oriental del Lago, a buscar el Comisariato. Yo lo había escuchado, pero
nunca había estado en uno de ellos. Les explico para quienes no conocieron esa
maravilla que muchos en mi país deseaban tener. Los trabajadores petroleros
recibían, como parte de su compensación salarial, un cartón mensual para hacer
una compra de alimentos a precios especiales, en un establecimiento que había
en los campos petroleros, lo llamaban el Comisariato. Recuerdo que con una
cantidad módica de dinero, se podía comprar víveres, pollo, quesos, plátanos,
leche en polvo, etc., para los que necesitabas al menos tres sacos grandes, si
decidías llevártelo todo. Era un beneficio para lo que se llamaba la nómina
menor. Había gente que lo pensaba cuando le ofrecían un ascenso, porque al
subir de nómina ese beneficio lo perdían y significaba bastante en el bolsillo,
claro en poco tiempo emparejaban la cosa.
Mi compadre Félix, Tiabe (así
llamamos a mi tía Betílde) y mi primo Nicolas, también tuvieron acceso a ese
beneficio y con ese cartón, no tienen idea de cuanta gente se beneficiaba, incluyendo
los de mi casa. Muchas veces llegaron a nuestra mesa cosas compradas en el
Comisariato de Bachaquero y Lagunillas. Las sopas de queso que nos hacía Mamafé
eran únicas, era un queso blando que llevaba Tiabe, se ponía “aguaito” pero mantenía su
consistencia y con un sabor increíble. En general los productos eran buenos, no
había basura, no había mala calidad en ellos.
Bachaquero y Lagunillas son dos
localidades de la costa oriental del lago de Maracaibo, junto con Cabimas y
Ciudad Ojeda, conforman los centros petroleros por excelencia del occidente de Venezuela.
Fue donde la historia del oro negro empezó. Tristemente, el mote de bachaquero se
utiliza hoy día para denominar a quienes comercian con los alimentos en mi país,
los que acaparan todos los productos disponibles en el mercado para luego revenderlos
a precios exorbitantes o sacarlos de contrabando fuera del país, bajo la mirada
complaciente y sobretodo cómplice de las miserables autoridades que deberían
impedirlo. Un bachaco, es un insecto algo más grande que una hormiga
y por supuesto con mayor fuerza para mover las cosas, de allí el sobre nombre.
En las épocas en las que funcionaban
los Comisariatos, no existían los bachaqueros. En ocasiones, quienes recibían
estas tarjetas, no podían comprar todo y regalaban lo que en ellas quedaba
disponible, era demasiado lo que podía comprarse para que lo consumiera una
sola familia. En otros casos había quien la vendía, para que no se perdiera,
pero era muy raro ver que alguien especulara a otro con el traspaso de ese
beneficio. No había necesidad, en todas partes había comida para comprar. La
palabra Bachaquero de otrora significaba petróleo, buen salario, pero sobre
todo: Trabajo. No era fácil trabajar en esa zona, una de las tierras con la temperatura
más alta que yo he sentido. Nadie en Bachaquero se ganaba la plata sin sudar.
Los Comisariatos eran un
beneficio que se habían ganado los trabajadores petroleros, no era un dádiva, mucho menos una tarjeta de racionamiento.
Era un complemento al salario de la nómina menor, la de los empleados de menor
rango, de los obreros (bueno en algunos casos ni tan menor, habían obreros que podían
ganar más que sus jefes). Alguien que recibía esta tarjeta tenía garantizada su
comida, eso era seguro.
Hoy día, esto ya no existe, hace
tiempo que desapareció. Han tratado de engañar a muchos con la tarjeta de la
patria (creo que con unos cuantos lo han logrado) y con unas cajas de comida
que dan pena. Los Comisariatos desaparecieron y solo queda el bachaqueo. Lagunillas,
Cabimas, Ciudad Ojeda y Bachaquero no son ni señas de lo que eran, ciudades con
problemas, no lo niego, pero pujantes y luchadoras, con gente trabajadora; hoy
parecen pueblos fantasmas.
Estas letras las escribí pensando
en mi gente, en mis amigos, recordando con nostalgia esos días de los
Comisariatos, de la bonanza que teníamos, no solo por lo bueno
de nuestra economía, también por el tiempo disponible para compartir, como lo
han hecho los panas en casa de Olga. Como lo hacíamos Locando, Eddy, Gladis (la gallega),
Marco Romero y con Noé y Antonio cuando iban de Maracaibo, no pelábamos un buen
almuerzo en El Caserío o La Huerta. O un mojito de pescado en coco, arroz blanco y plátano verde en mi casa, pregúntenle a Natera, Luis Arangú o Angarita, fue una época dorada. Los almuerzos con VCS y CHO no se comentan. Extraño
esos años y muchos otros momentos, pero convencido estoy que regresarán y nos volveremos a ver las caras.
Eduardo J. León Hernández
Barranquilla
Octubre 22, 2017
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