La Virgen María no solo viajó estando embarazada de Jesús a
visitar y ayudar a su prima Isabel, también le tocó emigrar junto a San José, ya con
el niño en brazos, para evitar la muerte, la segura muerte que necesitaba
Herodes para poder seguir creyéndose el Rey. Son muchas las discusiones que
podemos encontrar en diferentes textos y autores sobre el tiempo de vida de
Herodes o de cuantos años transcurrieron para que Jesús volviera del exilio, lo
cual, según las santas escrituras, estuvo marcado por la muerte de Herodes.
El tiempo que vivió Jesús en Egipto y cuáles fueron las
condiciones de vida que llevó junto a sus padres, no tiene fechas exactas, se
menciona que va desde 4 meses hasta 8 años, esto según los análisis de diversos
historiadores y expertos en esta materia, por medio de la evaluación de escritos de esas fechas, donde se llevaban registros de los eclipses y otros eventos, así como de los cambios sociales y políticos ocurridos en diferentes sitios durante esa época.
Pero el hecho cierto es que Jesús, María y José fueron emigrantes, se vieron en
la necesidad de huir ante la posibilidad de perder la vida y guiados por el
Ángel de Dios, tuvieron que abandonar su tierra.
Hay historiadores que señalan que Jesús, a pesar de su corta
edad en ese exilio, hizo algunas señales de quien era, algunos eventos ocurrieron
ante su sola presencia, era inevitable que se sintiera la presencia de Dios, pero seguro también, junto a su familia, pasó por ciertas calamidades. Los próximos
cinco párrafos fueron tomados por quien les escribe, de un artículo publicado
en ACI Prensa ya hace un tiempo. En el primero de ellos, se menciona al buen ladrón, el que fuera crucificado a
la derecha de Jesús y explica un vínculo previo con Jesús, que debo reconocer
nunca antes había leído.
“Pedro de Natabilus relata que la Sagrada Familia fue
asaltada por un bandido (camino a Egipto), pero a la vista de los rasgos
celestes del Niño y de la Santísima Virgen, su crueldad se cambió en ternura,
su ferocidad en compasión, y que, en lugar de despojarlos, los condujo a su
gruta, donde les dio los subsidios necesarios para proseguir su ruta. Ahí María
lavó los pañales de su Hijo, y la mujer del bandido se sirvió del agua, así
santificada, para hacer lociones a su propio hijo enfermo de lepra, quien se
vio curado de inmediato. Llegado a la edad adulta, vivió como su padre del
robo, hasta que prendido por los romanos, fue crucificado al costado derecho de
Cristo, bajo el nombre de Dimas, o buen ladrón”.
“Otro hecho maravilloso es relatado como producido en el
momento en que la Sagrada Familia llegaba a Heliópolis. A la entrada de la
ciudad había un gran árbol, llamado Perseo, que por instigación del demonio
estaba reservado como morada a una divinidad. Ahora bien, cuando la Santísima
Virgen, con su Hijo en los brazos se aproximó al árbol, de donde huyó el
demonio, inclinó sus ramas hasta la tierra en signo de homenaje a su Creador.
Pero un acontecimiento de un alcance más general señaló la entrada del
verdadero Dios hecho hombre en la tierra de los Faraones. Isaías había predicho que el Señor iría a Egipto y que los ídolos serían arrancados delante de él”.
“Numerosos autores, tanto los sagrados como los
historiadores profanos, afirman que ese prodigio tuvo lugar con la llegada de
la Sagrada Familia, como signo de la ruina de la idolatría, que debía conducir
la predicación del Evangelio. San Atanasio dice a este propósito ¿Quién entre
los justos o los reyes ha derribado los ídolos de Egipto? Abrahán vino, pero la
idolatría subsistió. Moisés nació, sin embargo, los Egipcios perseveraron en
sus supersticiones. Fue necesario que Dios descendiese corporalmente para
destruir en Egipto el culto a los ídolos.”
“Se cuenta a este propósito que la Virgen, el Niño Jesús y
san José, atravesando la ciudad de Hermópolis, penetraron en su famoso templo,
que desde Abulema, contenía tantos ídolos que en ciertos días del año se
derrumbaban cuando uno se acercaba a ellos. La presencia del verbo hecho carne
bastó para arrojar los demonios a tierra y ponerlos en fuga. Paladio hace,
igualmente, mención de este templo, quien lo visitó personalmente con sus
compañeros, por causa de este hecho maravilloso, cuyo recuerdo había guardado
una tradición constante.”
“La permanencia de la Sagrada Familia en Egipto, relata el
Evangelista, duró hasta la muerte de Herodes, pero no dice en que ciudad vivió
ni a qué ocupaciones se dedicó, ni cuánto tiempo permaneció en el exilio. Algunos
autores piensan que José fijó su morada en una aldea que se encuentra a cuatro
leguas de Heliópolis y a tres leguas del Cairo. El hombre de Dios, considerando
que Cristo no había querido nacer en la gran ciudad de Jerusalén, sino en la
modesta villa de Belén, pensó sin duda, que el Rey de los humildes preferiría
fijar su domicilio en un centro de población de importancia secundaria, más que
en el Cairo tumultuoso o en la opulenta Heliópolis, la “ciudad del sol”. El
verdadero sol de justicia no había venido a este mundo para buscar sus
esplendores. Según la opinión más probable, el Niño Jesús vivió siete años en
Egipto, nutriéndose pobremente de lo que ganaba José por sus trabajos de
carpintero, ayudado por la Santísima Virgen. Lo que más le hizo sufrir no
fueron ni las privaciones ni las incomodidades del exilio. Fue ver a Dios
diariamente ofendido por ese pueblo bárbaro, entregado totalmente a la
idolatría. La Santísima Virgen y san José rezaban al Niño Jesús por esos
desventurados, y Él, como hombre, presentaba sus oraciones a su Padre.”
Hoy 24 de Diciembre, no nace Jesús, hoy no viene al mundo el Niño
Dios. Él está aquí desde hace más de dos siglos, cuando vino a ayudarnos, a instruirnos, a
enseñarnos todo lo bueno que tiene la vida, a ser bondadosos, a tener amor en
el corazón. Lo que hacemos cada año es recordarlo, simulando su nacimiento,
pero nos olvidamos de que donde realmente debe renacer es en nuestro propio
corazón.
Jesús, desde muy pequeño, siendo solo un bebe, tuvo que
vivir como un emigrante, fuera de la tierra que lo vio nacer y donde sus padres
querían que creciera, junto a sus afectos y amistades, pero la vida a veces (o
muchas veces) tiene caminos distintos. He visto en los últimos días paisanos míos
sentados frente a un supermercado, en una esquina o debajo de un semáforo, vendiendo
golosinas o cualquier cosa que les permita subsistir. Les confieso que es duro,
no puedo ayudarlos a todos, tampoco cuento con la manera de darle un trabajo a cada uno de ellos, pero
al menos los saludo, les sonrío, hago una oración por ellos y pido a Dios para que puedan
salir adelante, para que este exilio sirva para algo, que su estadía obligada los haga crecer, apreciar lo bueno y abrigar siempre en el alma lo más preciado para el hombre, su libertad. También oro para que en algún momento, más pronto que tarde, las
condiciones de mi país cambien y puedan volver a sus pueblos o ciudades, con su
gente, su familia y sus afectos. Esto mismo se repite en muchas partes del
mundo, la miseria humana, los enfermos de poder, el fanatismo religioso y la ambición
de algunos queriendo dominar tierras que no les pertenecen y robando lo que tampoco es suyo, son los causantes de
estos efectos migratorios. El hambre, la inseguridad, la falta de salud, la
posibilidad de perder la vida, por orden directa o indirecta de algún Herodes o por la
maldad y la negligencia en su comportamiento político, en su despreciable manera de manejar (digamos más bien robar) los recursos y de conducir el destino de sus países, dan como resultado estos desplazamientos migratorios
indeseados y tan dolorosos.
Tal vez algunos no han vivido esto, otros son muy jóvenes para
entenderlo y unos pocos (tal vez) son insensibles ante estas realidades. Por suerte
vengo de una familia y de un país donde aprendimos a vivir con los inmigrantes, donde los acogimos y los hicimos nuestros, eso me permite entender y hasta vivir, lo que es ser un
migrante, bajo circunstancias y condiciones un poco menos
dolorosas y deplorables, como las que viven esos que están en las esquinas o en los
semáforos de Barranquilla, Santiago de Chile, Lima, Quito o en cualquier otra
parte del mundo donde han tenido el valor y el arrojo de ir a parar.
Jesús y sus padres volvieron a su tierra cuando Herodes
murió. No se sabe cuánto tiempo vivieron ese exilio, tampoco se conoce con certeza
que tiempo después de la muerte del tirano regresaron a su país. Yo espero que
este exilio, que esta estadía obligada que incomoda a propios y extraños termine
pronto. No sé si sea por la necesaria muerte de los actuales tiranos o por la huida de ellos a otro tipo exilio, pero pido Dios que algo ocurra, pronto.
Que el Niño Jesús, en este su nuevo cumpleaños, llegue a cada
uno de nuestros corazones, de creyentes y no creyentes, ya que sin duda todos somos
hijos de Dios y necesitamos de Él.
Feliz Navidad
Eduardo J. León Hernández
Diciembre 24, 2.018