domingo, 12 de febrero de 2023

ANGUSTIA, ANSIEDAD O DEPRESIÓN: DE QUE SUFRIMOS REALMENTE.


Este es un tema muy controversial, ya que mucha gente “padece de estas condiciones”, pero pocos hablan de ello. Es más tabú que el sexo, inclusive que el consumo de drogas. Todos tememos, nos da pánico y pena reconocer que podemos estar padeciendo de algún trastorno “mental” y con esto no quiero decir que estemos locos, aun cuando en algunos casos es una verdadera enfermedad, no quiero calificarlo así. Sin duda es un problema de la mente que tenemos que entender, para luego poderlo atender.

En un excelente documental de Netflix llamado XANAX, escuché “que nuestro problema es que vivimos en nuestra mente y no en el mundo, puesto que estamos ensimismados en nuestros teléfonos, computadores o frente al televisor”. Les recomiendo que vean ese reportaje gráfico, para que conozcan otro punto de vista sobre la ansiedad, la depresión, los medicamentos que se usan para su tratamiento médico y las opiniones de diferentes conocedores del tema, así como de personas que han luchado con este flagelo.

Ciertamente la tecnología nos ayuda de manera enorme para mejor la vida o llevarla de forma más cómoda, pero en los últimos tiempos ha pasado de ser una herramienta para avanzar, convirtiéndose en un mecanismo de control. Antes de seguir y para tener marcados los límites, hagamos algunas aclaratorias en los conceptos.

Angustia: Estado de intranquilidad o inquietud muy intensa, causado especialmente por algo desagradable o por la amenaza de una desgracia o un peligro. El Dr. Mario Puig, la define como un miedo actual a algo que no se le puede poner nombre, porque regularmente no existe. Se siente en el estómago.

Ansiedad. Estado mental que se caracteriza por una gran inquietud, una intensa excitación y extrema inseguridad. Es la Angustia que acompaña a algunas enfermedades, en especial a ciertas neurosis. También puede entenderse como la proyección al futuro de un problema que no existe y de la incapacidad de resolverlo cuando aparezca. Se siente en el pecho.

Depresión. Enfermedad o trastorno mental que se caracteriza por una profunda tristeza, decaimiento anímico, baja autoestima, pérdida de interés por todo y disminución de las funciones psíquicas. En muchos casos es una mezcla de la recurrencia de las dos anteriores, más los efectos de la culpa o sufrimientos del pasado que no se han podido eliminar.

Todo este tema está vinculado con la carrera de nuestra vida, por la forma como pensamos y como nuestro subconsciente trabaja, pero también con el funcionamiento de nuestro cuerpo, principalmente por lo causado en el por las hormonas. No pretendo desarrollar a fondo sobre esto, por no ser un profesional del área, además de que llevaría vamos tomos o una enciclopedia poder cubrirlo.

El cuerpo humano genera unas 65 hormonas principales, sin ellas sencillamente el cuerpo humano no funcionaría, moriría inmediatamente, ya que son indispensables para que todos los órganos realicen su trabajo. Estas sustancias químicas se producen en diferentes partes del cuerpo y se desplazan por todo el organismo; cuando están balanceadas todo está bien, pero al alterarse es cuando empiezan los problemas. Las que más se mencionan cuando hablamos de estos estos temas son: la Serotonina, Endorfina, Dopamina y Oxitocina, más conocidas como el "cuarteto de la felicidad"; la Adrenalina, el acelerador de todo nuestro cuerpo; la Melatonina, moderadora del sueño y el descanso; la Vasopresina, que regula la presión arterial; la Insulina, reguladora de la glucosa y también del potasio en nuestro cuerpo; el Cortisol, conocida como la hormona anti estrés o ansiedad, pero que en exceso o frente a la presencia de otras hormonas, puede operar en sentido contrario, generando problemas más serios. 

La ansiedad y la depresión (para abreviar las llamaré A-D) NO DUELEN, esa es una gran diferencia con relación a la mayoría de las enfermedades que generan un dolor físico. Cuando sufrimos de A-D, solo padecemos sensaciones, que pueden generar dolores de cabeza, sensación de ahogo, que no podemos respirar, sobre todo cuando estamos hiperventilados. También generan mareos, visión de túnel o borrosa, náuseas y vómitos, inquietud, agitación, indigestión, diarrea o estreñimiento, dificultad para orinar, pérdida de peso o de apetito, aumento de la sudoración, falta de sueño o insomnio, boca seca, bajo deseo sexual, disfunción eréctil, alucinaciones, taquicardias, temblores en todo el cuerpo, zumbidos en los oídos y algo muy peligroso: pensamientos suicidas. Estos malestares, que como pueden ver son muchos y de variada afectación, insisto, son sensaciones reales de un mal físico que no existe, cuando no tienen un origen en un órgano dañado o una mal función corporal. Son “simplemente”, desordenes cerebrales, síquicos, mentales y/o nerviosos; pero que no sabemos que son, ni por qué, tampoco cuando o cómo, ni a quienes y donde ataca.

Si te viste reflejado en alguna de esas señales sintomáticas, acude al médico para descartar o atinarle al problema. Si luego de esa revisión, el problema persiste, no dudes en explorar una situación de A-D.

En resumen, si algo nos pasa, pero no sabemos que, cómo, ni por qué, esto se convierte en todo un enigma que, a pesar de las muchas y permanentes investigaciones científicas, nadie ha podido descubrir a ciencia cierta de dónde vienen y solo se tienen líneas de acción para reducir sus efectos. Las A-D, en algunos casos son temporales y se van tal y como llegaron, pero en otros, se convierten en malestares crónicos, que se pueden eliminar, aplicar paliativos en el tiempo e inclusive vivir con ellos, si se está consciente de que se tienen y se busca la ayuda adecuada. Y esa es la clave, buscar ayuda, luego de reconocer el problema.

Las A-D han existido siempre, pero han proliferado en el tiempo, dándose a conocer más en los últimos 30 años. La prontitud con la que corren las noticias, la aparición de las redes sociales, las cuales son catalogadas en parte como las responsables del crecimiento de las A-D y de varios cambios negativos de nuestra cultura. Esto último no lo digo yo, lo sustentan investigaciones científicas en todo el mundo. Los que llegamos a leer las noticias en los “periódicos de papel”, nos enterábamos de lo que ocurría en el mundo, cada 24 horas y a veces ampliábamos un poco los sucesos en las noticias de las 10 en la televisión; hoy día el suministro de las malas noticias es tan constante como nuestra respiración, ¿no creen ustedes que esto nos afecta?

Los últimos días de diciembre pasado, compartí varios días con mis nietos menores y me di cuenta de que, acompañar a los niños y compartir con la familia, no es solo “darles tiempo de calidad”. Ese actuar no genera beneficio solo a ellos, sentí que a quienes beneficia en mayor cuantía es a nosotros mismos, nos ayuda a cada uno de forma individual, a literalmente desconectarnos y volver a la realidad, a salir, a dejar de vivir esta vida solitaria que nos enreda la mente cada día. No estoy diciendo nada nuevo, solo miren a su alrededor.

Las A-D no distinguen entre razas, credos, ni clases sociales, ni siquiera edades. Solo aquellos que tienen dificultades de acceso al internet, a las redes sociales, como quienes viven en el campo, en esas zonas alejadas de sus efectos, esas personas que hacen trabajos manuales, los que cultivan y producen alimentos, son menos susceptibles a padecerlas. Su cabeza está centrada en sus actividades, además que el cuerpo suda, la mente y el organismo se distraen en diferentes cosas que hacer. Otros sencillamente toman el tiempo para tocar un instrumento, para cantar, para bailar, para jugar o montar un caballo, para vivir la vida.

Los científicos no saben con precisión qué causa la depresión, pero varias teorías bien cercanas y parcialmente comprobadas, señalan que se debe a un desequilibrio de los neurotransmisores que guían el funcionamiento de nuestro cuerpo. Ya mencionamos antes que el desbalance en la generación y absorción de las hormonas, la mayoría de las cuales también son neurotransmisoras y el constante ataque a nuestra mente por factores externos como la televisión, los juegos de video y las redes sociales, casi completan el espectro de cosas que tienen impacto en nuestra salud mental y nerviosa, pero faltan algunas otros causantes.

Los malos recuerdos, el malvado subconsciente, las culpas, remordimientos, malas acciones, deseos o sueños no alcanzados, frustraciones, malos tratos recibidos, la envidia, el deseo desmedido por algo, la situación marital o de familia, la enfermedad propia o de un ser querido, el consumo de drogas y alcohol, el sobrepeso, el bullying, mejor conocido en los bajos fondos como la mamadera de gallo y una gran cantidad de etcéteras, también suman (y mucho) para crear en nuestra mente las A-D.

Los factores genéticos no se quedan fuera, también influyen, así como las herencias de información, situaciones y vivencias que llegan a nosotros, mediante correlaciones generacionales, algo que desde bastante tiempo se definió, pero que ahora llaman las constelaciones familiares (de eso hablaremos en un futuro escrito). Si a todo esto le agregamos que los científicos ya han descubierto, que no solo en el cerebro hay funciones neuronales, sino que también existen en la amígdala cerebral y en los intestinos y que estos órganos comparten funciones de ordenamiento e interconexión con y de todo el cuerpo, se amplía mucho más la complejidad de este tema, de cómo entender y atacar los factores que causan las A-D. Como se dice en el baseball y no voy a dejar pasar esta bombita, en relación con el tema de pensar con los intestinos, ¿será que ahora hay mierda más inteligente que otra? Pues les adelanto que ya hay gente haciéndose trasplantes de heces.

Las estadísticas no mienten y aun cuando es difícil obtener una cifra homogénea, según la OMS, en 2019 una de cada ocho (1 de 8) personas en el mundo, lo que equivale a 970 millones de personas, padecían de alguna condición de inestabilidad emocional, cuya lista es muy grande, siendo las más comunes la ansiedad, la depresión, el estrés post traumático, los trastornos obsesivos compulsivos, los ataques de pánico, entre otros y ni hablar de las fobias. La misma OMS estima que esa cifra creció un 28% durante la pandemia.

Entonces, los que sufren de crisis de ansiedad, de ataques de pánico, los que viven con desanimo y en la oscuridad, los que ven la vida en tonos grises y negros, quienes no ven futuro, se preguntarán: ¿Qué hacemos?, yo no tengo la respuesta. Si puedo decirles que tengo la experiencia de haber vivido con Ansiedad y Depresión y es ese el primer paso; reconocer que se tiene y buscar ayuda. Ser Vulnerable, atenderse y dejarse atender, tratar de buscar la causa del malestar de cada uno, con amor y paciencia. No tener “pena” por el qué dirán si se da a conocer, tampoco preocuparse porque se pueda perder el trabajo, al darse cuenta de su condición; seguramente muchos de quienes están en niveles de control de su organización o alguien de su familia, padecen estos mismos malestares.

Claro que no estoy diciendo que debemos publicar que tenemos un padecimiento en los estados de WhatsApp, Instagram o Facebook; eso es un asunto privado, pero si necesitamos ayuda debemos buscarla, pedirla y estar abiertos a recibirla. Pero ojo con esto, tampoco es empezar a tomar cualquier cosa que leemos, que nosotros mismos creamos conveniente o que otros nos recomienden, dada nuestra costumbre latina de automedicarnos, donde algunos creemos saber más que los médicos, esto puede traer peores consecuencias y agravar la situación.

Para ir concretando, hay una práctica que también es contraproducente, si no se hace de manera controlada. Temida por unos y peligrosamente amada por otros. El uso indiscriminado de barbitúricos, ansiolíticos y antidepresivos siempre resulta ser peor que el mal que se desea atacar y si esto está acompañado con un mal dormir, el consumo de alcohol y deficiencias alimentarias, la bomba está preparada y la explosión no se hará esperar. Sin embargo, no se debe satanizar su uso, todos podemos necesitar algún medicamento que nos ayude a tratar o controlar alguno de los malestares o sensaciones descritas a lo largo de este escrito, pero siempre, deben ser autorizados y controlados por los galenos formados para ello. Muchas personas son reacias a tomar algún medicamento para las A-D y están en todo su derecho, tienen razón cuando lo hacen porque piensan que generan adicción, pero como todo, eso depende de cómo sea su uso y también de que otras cosas se esté haciendo para salir del hoyo.

Padecer de A-D, de ataques de pánico, de fobias “incontrolables”, no nos dejan vivir bien, con alegría. Las neuronas y todo nuestro cuerpo viven sobresaltados o tristes o agazapados esperando lo peor, e incompresiblemente, esos eventos terribles que creemos sucederán el futuro no van a ocurrir y aquellos que nos ponen de ala caída, esos que ocurrieron en el pasado, no hay forma de cambiarlos.

Me siento mal, creo que me voy a morir, me voy a suicidar para no seguir así. Esta es una frase más común de lo que creemos, a veces pronunciada y casi siempre pensada, retumbando en nuestro cerebro. El “sentirse mal” crónico, esa vida sin sentido, el tengo todo, pero no siento nada, en ocasiones terminan en el suicidio, que se conoce como la segunda causa de muerte en los niños y jóvenes de 10 a 24 años. Las investigaciones muestran que más del 95% de las personas que se suicidan tienen depresión u otro trastorno mental o de consumo abusivo de sustancias psicotrópicas. Se está vivo, sin existencia. La mente está en gris negativo, queriendo apagarse, dentro de un cuerpo positivo, que no desea morir.

Si te estás viendo reflejado aquí, busca ayuda. Está comprobado que el ejercicio físico, una buena alimentación, descanso adecuado y tratar de mantenerse en el presente, ayudan de manera significativa contra estos males. Si conoces a alguien que tiene esa condición, acércate a esa persona con cautela, amor y paciencia, no la critiques, escúchala. De no querer hablar y solo si te lo permite, abrázala, toma sus manos o simplemente siéntate a su lado. No trates de imponerle soluciones, muchas personas solo necesitan ser acompañadas, tener a alguien a quien pueda contarle sus cosas. Si llora en tu hombro, deja que sobre el caigan sus lágrimas. Dos consejos finales:

NUNCA, pero NUNCA le digan a alguien deprimido: “Eso solo está en tu mente, haz un esfuerzo y te sanarás” y mucho menos esta otra frase que es lapidaria: “Es que no pones de tu parte”. La razón es muy sencilla y la explica Williams Shakespeare: “Cualquiera puede dominar un sufrimiento, excepto el que lo siente”.

El otro, el más importante, ora por esa persona, ponla en las manos de Dios, así ella no sea creyente, sin duda es lo que más le va a ayudar.


Eduardo J. León Hernández

Barranquilla
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