La vida y sus eventos son como los océanos. Algunos están en
calma por mucho tiempo, otros, dependiendo de su ubicación y los efectos
climáticos, pueden estar más tiempo en movimiento, con turbulencias leves o más
agresivas, son siempre un ambiente siempre cambiante.
Los océanos son el origen de tormentas, de huracanes y pueden
ser los brazos actuantes de otros fenómenos naturales, cuando se convierten en
sunamis, luego de un fuerte terremoto ocurrido en su lecho. Las temporadas de
huracanes, tifones, etc, están más o menos definidas, dependen del tiempo que
se vive, del impacto de la luna en las mareas, de la actuación o no del niño o
la niña y de muchas otras variables. En el caso de los sunamis, la clave está
en el comportamiento interno del planeta, del movimiento de las capas
tectónicas, hasta de la actividad volcánica, originando enormes olas que
simplemente llegan a tierra, destrozando con su terrible fuerza todo lo que
encuentra a su paso y luego arrastrándolo, como una maquina en reversa, hacia
el océano, por la misma vía por la que entró; es como una terrible herida de
entrada y salida, hecha con un puñal de doble filo y acanalado.
Esto anterior, ha ocurrido siempre, durante toda existencia del planeta tierra, solo que ahora lo sabemos de manera inmediata por la velocidad de las noticias. Hoy día ya existen algunos mecanismos técnicos para detectarlos que dan varios minutos para tomar previsiones y salvar vidas.
La vida es así. En los países, las empresas, las familias y hasta en cada uno nosotros estas situaciones cíclicas las podemos ver, en unos casos con más o menos frecuencia y también con efectos de diferentes potencias.
En un mundo globalizado económica y comunicacionalmente, cualquier cosa que ocurre en un país, repercute en otros, en muchos o en casi todos, dependiendo precisamente del vínculo y del evento mismo. Esos efectos pueden ser positivos o negativos y su gradualidad también es relativa a la cercanía o lejanía del origen y del receptor. Cuando un pais depende del petróleo como único o principal ingreso, las fluctuaciones de los precios lo harán “más pobre o más rico”, pero esto también estará marcado por la capacidad de ahorros o de medidas para enfrentar esos avatares del mercado.
Hace casi dos años escribí un artículo que titulé, El Buen Tiempo No Eterno que es una especie de antítesis de lo que hoy aquí les presento, vale la pena que lo lean. Algunos de ustedes van a entender muchas cosas de las que he dicho en los últimos dos años y como hay que atender las señales de los tiempos. En ese escrito menciono el caso de Noruega, que para mi es emblemático y hago una critica a la cultura Saudita (suicida) de administrar los bienes, sobre todo cuando son de otros. Este país nórdico, que a pesar de estar en los lugares 12 y 8 entre los países productores de petróleo y gas, respectivamente, según lo publicado en la Statistical Review of World Energy en su 72va edición de 2023, Noruega no padece de forma significativa cuando el precio de esos dos productos que les proveen de sus mayores ingresos caen drásticamente. En principio por su altísimo nivel de ahorro, pero en especial porque ha vivido al menos sus últimas tres décadas en un adecuado orden presupuestal, invirtiendo en lo que realmente es necesario, controlando con mano férrea el gasto público y creando una cultura de no derroche en su población.
Los indicadores del Producto Interno Bruto (PIB) y de Riqueza de cada país, que no son, ni miden lo mismo, ambos ubican a Noruega alrededor del lugar N° 40, sin embargo, este pequeño país está entre los tres países con mejor nivel de vida, posee el mayor fondo soberano de ahorros del mundo y ha diversificado sabiamente su economía.
Comparar la calidad de vida de un país con otro requiere
analizar muchos factores, siendo bien difícil poder tener en cuenta aspectos
intangibles propios de cada de cada uno. Noruega cuenta con excelentes índices
de seguridad, atención médica, educación, tratamiento a los adultos mayores, contaminación
y clima, factores que contribuyen a la calidad de vida, demostrando que no hay
que ser el más rico para vivir mejor. Podrá ser aburrido como me decía un amigo, pero ese es otro tema.
Eso mismo ocurre en cualquier empresa. Hay quienes son más juiciosos y hasta conservadores en cuanto al manejo de sus operaciones y sus finanzas, aunque esto le quite velocidad y arrojo para asumir nuevos proyectos o mejoras. Cualquier negocio debe centrarse en su principal producto o servicio, sin dejar a un lado cualquier otra posibilidad de mejorar sus ingresos, con una actividad alterna o de nuevas vías de inversiones rentables. También debe ser muy cuidadoso de no gastar si no en lo estrictamente necesario para operar de manera adecuada, vigilando la eficiencia, la productividad y todos los indicadores razonables de un buen manejo económico. Podrá parecer simplista, pero manejar una empresa no difiere mucho del hacerlo en una familia.
Lo anterior no quiere decir, ni para nada es mi interés, que para llegar lejos hay que ser lento y conservador. Mi idea principal aquí es que aun teniendo todos los recursos económicos, si queremos alcanzar nuestros objetivos con la mayor rapidez, no podemos dejar a un lado los controles e hilar fino a la hora de comprar, producir y vender. Y enfatizo que esto es sumamente importante en las zafras, cuando hay muchos recursos disponibles, pero más aun cuando nos apretamos el cinturón, siempre debemos ser sumamente cuidadosos, en especial si sobre nuestros hombros reposa la responsabilidad del manejo de los recursos de un país, de una ciudad o de una empresa de las cuales no somos dueños, sino administradores.
Tanto en la empresa como en la familia, hay unos ingresos limitados,
que son utilizados de acuerdo con un presupuesto establecido, revisando y midiendo a diario, constantemente, la eficiencia de la operación, sus resultados. Para ello es indispensable evaluar y promover el trabajo en equipo, reducir el tiempo perdido en reuniones, promover la rápida y consciente toma de decisiones, el adecuado
actuar, etc.
Por otro lado, no desde ahora, sino desde hace muchos años, hay algo que no debe perderse de vista y es el hecho de no quedarse atrás en lo referente a la automatización de los procesos, de hacer más agiles la toma de decisiones, las correcciones a que haya a lugar, hasta la restricción o reducción a tiempo de operaciones que no son convenientes o rentables, no iniciar proyectos sin tener claras sus estructuras y el adecuado manejo. En esta época, las empresas cuyos lideres no entiendan que estamos en la era de la Inteligencia Artificial, en el manejo inteligente y dinámico de los datos, en la generación de modelos económicos cambiantes y constantes, quienes no entiendan la importancia del manejo diario, oportuno y certero de la información, sencillamente en muy pocos años van a quedar fuera del mercado, no van a lograr crecer y si mantienen la forma de siempre para hacer negocios, seguro van a obtener los mismos resultados, mientras que quienes manejen acelerada y eficientemente la información, podrán vender hasta gas y petróleo desde su pequeño computador, de hecho ya lo hacen y ganan fortunas.
La Inteligencia Artificial NO es solo preparar presentaciones, imitar cantantes o preparar fotos y videos, es el futuro que nos está estallando en el frente, es el manejo inteligente de la información, pero hoy. Quienes la aprovechen esto desde ya, serán los verdaderos ganadores.
En tiempos de ajustes, cuando toca apretar, hay medidas que son dolorosas, cómo por ejemplo tener que reducir personal, a nadie le agrada enviar gente a su casa; yo mismo he tomado esas decisiones. Unas veces solicitando la lista, en otros casos elaborándola, hacer el duro trabajo de ejecutarla y también el triste momento de estar en ellas e irme a la casa; en otras palabras, en cualquiera de esos cuatro escenarios, también me tocó el momento de apretar el cinturón. Hablando de eso, aquí una ácida comicidad. En lo único que no se parece la administración familiar a la de una empresa, es que difícilmente (no imposible) los padres despiden a un hijo para recortar gastos, aunque se han visto casos. El 30 de octubre próximo pasado, el diario El Tiempo reseñó el caso el de una mujer jubilada de 75 años en Pavia, Italia, que decidió tomar medidas legales contra sus dos hijos adultos, de 40 y 42 años, puesto que se negaban a abandonar el hogar maternal, pretendiendo seguir siendo mantenidos por ella.
Apretarse el cinturón tiene varias acepciones y líneas para
interpretar esa frase. La más obvia, reducir la estructura, recortar gastos y
hacer “sacrificios”. Pero también es amarrarse muy bien los pantalones para
afrontar lo que viene. Significa que hay que aprender de esa coyuntura, que es
necesario interpretar el momento y actuar en consecuencia. Cuando un avión
despega o aterriza, se pide a los pasajeros abrocharse el cinturón, pero
también es requerido hacerlo aun estando sentado en vuelo, sin turbulencia
alguna, porque podemos ser sorprendidos y golpearnos por efectos del brusco movimiento.
Apretarse el cinturón es amoldarse a las nuevas condiciones, es enseriarse, prestar atención a lo que debe hacerse y hacerlo bien,
excelente. También es reinventarse, buscar otras formas de actuar, de crear, cambiar
de rumbo cuando sea necesario. Apretarse el cinturón es no tener miedo a lo desconocido,
es tener el coraje para enfrentar lo que venga, con sagacidad e inteligencia,
pero rápido.
El vuelo en avión hoy me fascina, antes le temía. Cuando estamos sobre las nubes, con un
sol tenue, que no quema, que no daña los ojos, en esos vuelos que nos permiten ver
el mar y cielo a su total plenitud e inmensidad, es maravilloso, se disfruta. Pero, al cambiar las condiciones y escuchamos del capitán o del jefe de cabina, “por
favor, abrochen sus cinturones y manténganse en sus asientos, ya que tenemos frente una turbulencia”, además de que vemos a los sobrecargos recogiendo su carrito, tomando sus asientos, nuestra apreciación del vuelo cambia y empezamos a
preguntarnos ¿Para que tomé este avión? Justo en ese momento, hasta quienes no creen en Dios lo invocan, los que tienen un poco más de fe (o tal vez menos) empiezan a rezar y hasta sacan un
rosario. Finalmente pasa la turbulencia y en cuestión de minutos que a veces parecen horas, estamos de vuelta a la calma o alcanzamos tierra.
Hay países que pasan por momentos difíciles y se recuperan
rápido, otros tardan más; en algunos como en el mío, la pesadilla puede durar
décadas. Sin embargo, ese no es el ciclo de las empresas, los altos y bajos no
duran tanto, los hábiles se ajustan y salen adelante con rapidez, cuando no se
ejecuta bien el plan, sencillamente se va a al fracaso. Las personas tenemos
una mezcla de país y empresa, podemos vivir apesadumbrados, tristes,
angustiados por mucho tiempo o durante toda la vida. No obstante, también podemos
tomar la decisión de sacudirnos, enfrentando hábilmente el viento de proa,
aprovechando los surcos que se generan entre cada ola y salir adelante. Para
ello, debemos apretarnos el cinturón para no caernos, usar el chaleco salvavidas y estar aferrados a la
nave, eso nos ayudará a superar la tormenta.
Hay una historieta cómica que transmitían en televisión hace
muchos años y su protagonista es la imagen que inicia este escrito; Simbad el
marino. Un joven marinero que surcaba los océanos, siempre acompañado de su loro
Salado. Simbad tenía un superpoder para defenderse de los piratas y cuando la situación
se ponía color de hormiga, ese joven apretaba fuertemente su cinturón, reduciendo su cintura como muchas de mis amigas quisieran, transformando su delgado cuerpo en uno musculoso y con esa fuerza podía detener a los malos.
El karateca se aprieta el cinturón al inicio del combate y
lo hace de nuevo cada vez que cae o siempre que el combate lo amerite. El
karateca lucha y no se rinde, nunca rinde, solo se retira cuando termina la pelea, es
parte esencial de su vivir; acomodarse el kimono y siempre apretarse el
cinturón.
Eduardo J. León
Hernández
Barranquilla
Marzo 21, 2024
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