viernes, 3 de mayo de 2019

TU PAREJA NO ES TU ADVERSARIO, ES TU ALIADO

Imagen tomada de habilidadsocial.com
Hay una icónica frase que hemos leído alguna vez que reza “La gente no escucha para entender, sino para responder”. 

Esto podemos verlo todos los días, con gente cercana, lejana y hasta desconocida. Todos creemos tener la razón y no le damos tiempo a los demás para que hablen, para explicarse, no nos dignamos a prestar atención para comprender lo que nos quieren decir. No tenemos esa sabiduría que tuvieron nuestros abuelos de escucharnos, entendernos y luego darnos su opinión; bueno, algunos nos hacían entender la vaina con un chancletazo, pero ese es tema para otro escrito.

Lo anterior no lo digo por querer mostrarme como un abuelo joven y sabio, nada más lejos de lo segundo. En mi caso la cosa es al revés, yo he aprendido mucho sobre esto de mis dos nietos mayores y seguro que los dos menores, cuando hablen, me darán contra el suelo. Ellos se acercan y me hacen preguntas de verdad relevantes, me asombro de la profundidad con la que hablan y piensan y por ser mis nietos (por supuesto), llego a extasiarme con sus palabras y evalúo muy bien lo que les contesto. Los niños nos enseñan mucho más de lo creemos, pero no somos capaces de entenderlo, por nuestro egocentrismo y sentido absurdo de superioridad. Temprano en la mañana de hoy, justo antes de terminar este escrito, escuché decir a un amigo en un grupo de oración al cual pertenezco, que Jesús nos regala su palabra de forma "pediátrica", como si fuéramos niños y es así, por lo menos hoy yo entendí que a mi me habla a través de mis nietos.

Es muy usual que en la familias, con nuestra pareja, hermanos, padres, tíos, etc., con esos que ya no son niños, no nos escuchamos, no nos comunicamos adecuadamente, solo esperamos el ataque para devolverlo; a veces creemos que la intención del otro es ganarnos, es estar por encima de nosotros, en cualquier área o escenario, en público y en privado, de día o de noche, con tragos y sin ellos. Es una eterna lucha, no escuchamos, punto.

Esto me trajo a la memoria al Santo Cura de Ars, Juan Bautista María Vianney (1786-1859), quien hoy día es el patrón de los párrocos de la Iglesia Católica. Él campeón de los penitentes y de la oración. Su deseo de ayudar a su pequeña parroquia rural en Francia atraía a decenas de miles de peregrinos cada año y muchísimas personas viajaban de todas partes de Europa para asistir a sus misas, pero en especial para sentarse en su confesionario, “donde pasaba hasta 16 horas al día escuchando a los penitentes”.

El Santo Cura de Ars, fue expulsado del seminario al menos en dos ocasiones, sus compañeros lo trataban como un bruto, un incapaz, decían que nunca podría ser sacerdote por sus limitantes intelectuales, pero él siempre tuvo un apoyo superior que lo ayudó y se convirtió en un gran “escuchador”, en el mejor confesor, en alguien que podía pasar horas atendiendo, oyendo y sobre todo entendiendo lo que los demás querían o necesitaban decir, eso es un enorme don, un regalo, una gracia de Dios, que lamentablemente muchos (muchísimos) no entendemos. Cosas de la vida, el bruto, el iletrado, se convirtió en el patrono de quienes así lo calificaban. Muchísimos sacerdotes se destacan por su elocuencia y capacidad de comunicarse y eso es maravilloso, pero a quienes realmente el demonio detesta, son aquellos que se sientan en el confesionario.

Pero lo más triste y grave del no saber (o no querer) escuchar, es cuando esa conducta llega a la pareja, al centro de la familia y por ende de la sociedad, a esos hombres y mujeres que juraron ser fieles entre sí, ayudarse en las malas y en las buenas, en la salud y en la enfermedad, siendo gordos o flacos, con y sin celular. Es muy común ver como un hombre o una mujer resalta los defectos de su pareja, y esta última responde usando la misma técnica o tipo de respuesta, destacar también los defectos del otro. Es recurrente que traigan al presente cosas que alguno de los dos hizo en el pasado (no sé si como advertencia o si es una especie de venganza velada) que no hacen otra cosa que herir, recordando cosas no agradables; estas personas viven mirando por el retrovisor, siempre hacia atrás, perdiendo el norte del camino. Muchas veces estos comentarios empiezan como bromas, como simples "chistes", sobre un evento que uno de ellos considera gracioso, pero que en el fondo solo termina removiendo lo que ya debería estar tranquilo y enterrado para siempre.

Ante un consejo o comentario relativo al cuidado de la otra persona, de su forma de hablar o sobre como mejorar su salud, la respuesta inmediata es “y tú con que moral hablas, si haces lo mismo” y probablemente es cierto; pero si lo que se está recomendando es algo bueno, por qué devolverlo como los vaqueros, con un tiro a quema ropa. Lo peor de todo, es que esto se lo enseñamos a nuestros hijos y nietos, con nuestro ejemplo. Nuestras palabras, nuestros actos, son los que ellos emulan. Tristemente, a veces, nuestros propios hijos son quienes traen al presente esos "chistes", esas historias o recuerdos, pero es porque nos han escuchado a nosotros mismos decirlos.

Voy a usar un ejemplo familiar para mostrar otra cara de este asunto, no tengo problema en exponerlo, aunque a mi madre de pronto le moleste, pero mientras más real y cercano el hecho, mayor convicción tenemos para afirmar el mensaje. Mi padre, amado por mi y por muchos y odiado por tantos otros, mantuvo una relación extra-matrimonial por muchísimos años, no era un secreto y tristemente, como suele ocurrir, sus "amigos" se la encubrieron, sin tratar de hablar con él para hacerle ver su error, eran solo una parranda de brolleros y chismosos; estaban alrededor del asunto porque les gustaba ese papel, lo disfrutaban. Solo unos pocos que de verdad lo quieren, se acercaron a ayudarlo, pero no pudieron. Sin embargo, en el tiempo de mi crecimiento, conocí a personas que le agradecían a mi padre el haberles aconsejado a ellos no continuar ese tipo de relaciones fuera del matrimonio. Varias personas me dijeron que sus vidas eran mejores gracias a las palabras de mi papá, a sus consejos y a que él mismo se ponía como ejemplo de lo que NO se debe hacer; esas personas me señalaban que mi padre les había salvado su matrimonio, que sentían mucho agradecimiento por haberles dedicado tiempo en escucharlos. Cuando pensaba en eso siempre me preguntaba ¿Cómo un mal portado aconseja a otros de su misma condición, que no continúen en su mismo camino? Mi entendimiento se iluminó un día que un compadre mío a quien siempre admiraré me dijo, muy, pero muy borracho: Eduardito, si te provoca, tómate tus tragos, pero por nada del mundo, nunca me imites en esto. Él estaba consciente de que era un alcohólico, pero no podía salir de esa trampa, ya no tenía fuerzas, ni tampoco ganas, le gustaba el licor, le encantaba y huía de la ayuda de Dios. Finalmente, en sus últimos días cuando ya estaba muy enfermo, creo que dejó de huir y logró reconciliarse con Él, se despidió de nosotros para ir a verlo cara a cara. Mi padre y mi compadre, sabían que su comportamiento no era el adecuado, no podían salir de aquello, pero eran capaces de decirle otros que no los imitaran. No tenían moral, pero si mucha razón.

La vida en pareja es muy, pero muy difícil, pero también es muy, pero muy buena, es excelente. Es un contrato en el cual dos partes acuerdan poner todo lo material y espiritual que poseen para compartirlo plenamente, sin mezquindad. Es un barco que normalmente tiene un rumbo, pero que las tormentas (las comunes y también las individuales), junto a los avatares propios de la vida, casi siempre lo cambian y toca enderezarlo; pero eso no puede hacerlo uno solo, aunque a veces una parte empuje más que la otra. Es una labor titánica, pero a la vez muy dulce, cuando aparecen los hijos y toca tener fuerza y habilidad para sostener el timón, manejar los cabos y controlar las velas, evitando encallar o chocar con las rocas, además de ir achicando el agua que entra por la borda o por algún agujero que se ha hecho en el casco. Es a veces navegar a ciegas, sin estrellas en el cielo que puedan dar una señal de donde estamos y toca en pareja, decidir si se toma otra ruta, probablemente desconocida, que a veces puede resultar equivocada y hay que cambiarla nuevamente. Si esta corrección de rumbo se hace de mutuo acuerdo, sin buscar un culpable del error, se logra llegar a puerto seguro, siempre con la ayuda de Dios.

Escuchemos al otro, veamos qué quiere decirnos, no pensemos siempre que la intención es jodernos. Si prestamos atención, si escuchamos atentos y repreguntamos para estar seguro del objetivo de la conversa, para verificar que estamos entendiendo el mensaje y poder comprobar que somos capaces de ver si el consejo que nos dan o la crítica que nos hacen, nos conviene aceptarla; no pongamos de antemano un escudo para devolver esa pelota. Evitemos hacer “chistes inocentes” que solo ridiculizan al otro, no uses tanto el espejo retrovisor (he visto algunos que ya no usan espejo, tienen una pantalla de cine digital enorme y 
una cámara de altísima definición), recordemos que eso solo se usa para ver quien viene cerca cuando queremos cruzar de manera segura, sin peligro a un choque o para reducir la velocidad o detenernos, evitando que nos arrollen. Miremos hacia el frente, la vida es para ir hacia adelante. 

Tu pareja es tu amigo, es tu aliado, es en quien te apoyas cuando lo necesitas; no es tu rival, mucho menos tu enemigo. Pero si crees que pudiera estarse convirtiendo en esto último, primero escúchalo, con mucha atención, revisa sus gestos, su mirada, la manera en la que te habla, repregunta, discierne, pídele a Dios sabiduría, espera tu momento de hablar, explícate lo mejor posible, utiliza palabras claras, no mezcles un evento de hoy con otro de ayer o peor, con otro de mañana que ni siquiera ha ocurrido, no especules. Tómate tu tiempo, pero dale también al otro el suyo, para hablar en calma, sin gritos ni sobresaltos. Si en ese proceso ves algo extraño, si notas que no hay sinceridad, pídesela, desenmascáralo (si es el caso) y confirma si vale la pena continuar, has el máximo esfuerzo para mantener el barco flotando, puede ser tu percepción la que esté errada; no juegues en la orilla del risco, debes confirmar o desechar tus dudas. 


Si lo que ocurre no es lo que tú quieres, si no te hace feliz su trato, su manera de actuar, si ya comprobaste que no hay comunicación, si luego de agotar todas las vías disponibles, de haber hecho todos los intentos posibles, de haberle pedido a Dios su ayuda para discernir el asunto y estas convencido de que continúa lo que tu no quieres, pues muy decentemente mándalo al carajo, pero NO sigas con ese juego perverso, de los "chistes inocentes", de traer al presente los recuerdos no deseados, porque hacen daño a ambos y al entorno y en algún momento te vas a arrepentir. Pero si hay mutuo amor, nunca, pero nunca, te des por vencido, te juro que la comunicación siempre funciona.


Eduardo J. León Hernández

Barranquilla 
Mayo 03, 2019

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