sábado, 25 de julio de 2020

PERDIMOS UN MSC EN LA TIERRA y GANAMOS UN AMIGO EN EL CIELO

El escrito que pensaba publicar este fin de semana, contiene una forma jocosa de ver algunos de los efectos que ha causado la pandemia y sobre los que muy poca gente habla, pero también hay otros aspectos, que desde mi óptica, deben ser considerados muy seriamente; son como una oportunidad para arreglar algunas cosas. Pero uno de esos eventos de la vida que uno no puede controlar, me llevan a diferir su publicación y en su lugar comentarles sobre un amigo MSC, que se adelantó en el viaje.

Los MSC o Misioneros del Sagrado Corazón es una congregación cristiana católica, con presencia en los cinco continentes, a la cual estoy vinculado desde hace más de tres décadas. El capítulo venezolano forma parte de la Provincia de Irlanda, país de origen de los primeros misioneros que llegaron a Venezuela, siendo Maracaibo la ciudad donde tienen mayor presencia. Los MSC, junto a las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y de los Laicos Misioneros del Sagrado Corazón, forman parte de la Familia Chevalier, apellido de su principal fundador, el Padre Julio Chevalier; esta congregación nació en Issoudun, un pueblo ubicado en el centro de Francia. Los designios de Dios y la invitación que recibimos del P. Vicente Screene, nos llevaron a Judith y a mi a un curso de espiritualidad en Ciudad de Guatemala en enero de 2010, permitiéndonos conocer a un gran grupo de MSC y de HNSSC de Centroamérica y Brasil, además de un grupo de LMSC de Guatemala; allí conocimos al P. José Doré Chicas, quien posteriormente fue nuestro anfitrión, junto a los padres Joaquín Herrera y Mario Absalón en el 2017, en nuestra última visita de dos meses y medio a Guatemala. También el hermano Larry Miranda y Omar Torres nos recibieron en Chahal, un pueblo ubicado en las montañas del norte de ese país, donde tienen una maravillosa obra, el Instituto Educativo Faustino Villanueva.

Pero ahora la vida nos jugó muy feo, el pasado sábado 18 de julio, contagiado y con complicaciones producto del virus que nos azota, José Doré dejó nuestro mundo para irse a reunir con nuestro creador. No fue fácil escuchar que un hombre de 45 años, totalmente entregado a su trabajo de formador en el seminario ubicado en la Colonia El Tesoro, al occidente de Ciudad de Guatemala, ya no estaba. José o Padre Doré, como casi todos le decíamos, era un salvadoreño que inició su caminar con los MSC en 1997, hizo sus primeros votos en 2003, votos perpetuos en 2006 y fue ordenado sacerdote el 07 de junio de 2008. Hombre de carácter, como su guía y amigo, el P. Joaquín Herrera, a quien estoy seguro le está haciendo mucha falta, pero a su vez echador de bromas y mamador de gallo, como decimos en mi tierra. Le encantaba el fútbol, el cual jugaba cada semana con los patojos del seminario y también disfrutaba tocar la guitarra.

Donde José más se destacaba, era en lo bien hilado, en la finura y la firmeza de sus homilías. Recuerdo una en especial, donde nos hablaba del pasaje de Jesús durmiendo en la barca en medio de la tempestad y todos sus discípulos pensaban que iban a morir, por lo que despiertan al Maestro, quien ordena al mar y a los vientos a detener sus fuerzas. No recuerdo con exactitud sus palabras, pero fue una de las mejores iluminaciones que el Espíritu Santo ha hecho en un sacerdote, a cuya celebración yo haya asistido. La forma como me ayudó a entender, que el solo hecho de estar con Él debería ser suficiente para no entrar en pánico, que la compañía de Jesús nos debe evitar o al menos permitir manejar el miedo, ante una situación difícil y peligrosa, fue excepcional. Se convirtió en una hermosa y radical experiencia su disertación, esa manera de explicarnos como Jesús demostraba lo importante de la fe. Otra frase que él y el Padre Joaquín manejaron mucho, mientras estuvimos allá fue: Con gusto, sin gusto y a disgusto, sobre la cual escribí en abril de 2018 https://ejleonh.blogspot.com/2018/04/con-gusto-sin-gusto-y-disgusto.html.

El miedo al dolor y a la muerte, es el más terrible de los que acechan a los humanos, sin embargo, si es necesario vivir esos eventos, si provienen de una acción voluntaria dirigida a ayudar a nuestro prójimo, no debería serlo; si somos conscientes del objetivo podemos reducirlo y hasta anularlo. Dios se pone a nuestro lado y suaviza esa angustia, esos sentires y alivia cuando llega, si ese es el caso, la despedida. Dios es nuestra fortaleza, nuestra roca, nuestra protección, dice el salmo 18 y solo con Él, sabemos cómo cruzar esos umbrales hacia terrenos desconocidos.

El Padre Doré, probablemente tuvo miedo, pero no se detuvo, sabía de los riesgos de contagiarse con el virus, ya que él era el encargado de salir a comprar los alimentos de la casa de formación. Él también sabia, que de esa forma protegía a los jóvenes que están en el seminario y a los padres mayores que allí habitan. Mala la hora y el momento en que se contagió, un descuido propio (era humano) o la imprudencia de alguien que no se protegía adecuadamente, pudo haberlo afectado. Cualquier cosa que diga sería una conjetura, el hecho cierto es que José Doré, ese ser inteligente y noble, fue capaz de sacrificarse por los demás: ¿no es eso lo que nos pide Dios que hagamos, cuando las circunstancias lo exigen? José entró a esa barca, en medio de una tormenta y estaba consciente de que podía naufragar, pero no tuvo miedo y si en algún momento lo atacó, la compañía de la calma de Jesús en esa nave, lo ayudaba a seguir adelante. Todo eso lo hizo con gusto, así doliera.

La tormenta que vivió cuando cayó enfermo en ese cuarto de hospital, que aun cuando es difícil tener todos los detalles, debió ser terrible, pero seguramente la vivió en calma a pesar de la altura de las olas y la enorme fuerza del viento. Todos hemos estado en medio de una tormenta en tierra, acompañada de truenos y relámpagos, sabemos lo temible que puede ser. Quienes la hemos vivido en un avión en vuelo, aprendimos que es algo que petrifica y convierte en creyente a un acérrimo ateo, pero con un giro en la ruta del avión, podría en pocos minutos (que normalmente se convierten en una eternidad) alejarnos del mal tiempo. Una tormenta en el océano, con la terrible oscuridad de la noche, es algo que no he vivido, pero puedo imaginar cuanto se debe padecer, sufrir y hasta llorar de miedo. Esa tormenta oscura, tenebrosa, con movimientos bruscos por las olas y el constante rugido del viento que ensordece, fue la que debió padecer mi amigo Doré, pero su confianza en Dios y la seguridad de estaba al lado del capitán de esa nave, lo debieron llenar de tranquilidad, de una paz que solo Jesús nos puede dar. Eso es lo que de corazón espero haya ocurrido.

En estos días el evangelio ha versado sobre las parábolas de la buena semilla, de la buena tierra, de las condiciones necesarias para sembrar y producir buenos frutos. José era un buen sembrador y venía de una buena familia, de una buena tierra. Su papel de formador en el seminario era muy bueno, así como el de guía de su pueblo. Decía el P. Joaquín en la homilía del pasado domingo, “pensamos en el hermano mayor que nos va a hacer falta, en cómo vamos a extrañarlo, porque no lo veremos más”. Nos invitó a pensar desde la fe, no en nosotros, no en el vacío que sentimos por no tenerlo. Nos invitó a pensar en el hermano fallecido, no en nuestras carencias, quería que pensemos en el hermoso hecho de que, Doré se ha ido a ver a Dios. La muerte es ese momento donde nos encontramos con el amado. Probablemente, cuando Doré estuvo cara a cara con nuestro Señor le dijo, con su fuerza y su sonrisa: ya era hora, 45 años esperándote. Y seguro (agregado mío), le preguntaría si tiene una guitarra, en esa habitación que Jesús ofreció tenerle en la casa del Padre y un televisor grande para ver los partidos del Alianza F.C., del cual era fanático. Lo importante no es el tiempo que se vive, lo verdaderamente importante es la intensidad con la que se hace. José Doré lo dejó todo, mucho o poco, pero todo. Dejó a su familia, a sus amigos, todo para conseguir cien veces más en entrega y ahora, la vida eterna. Desde la fe, la ida de un ser amado no debe ser motivo de tristeza, es su pasó a la vida eterna. A partir de ahora tendremos un formador en el cielo, pero solo si miramos esto desde la luz de la fe, solo así podremos entenderlo.

Lo anterior es el mejor resumen que pude hacer de lo expresado por el padre Joaquín, a quien sé que ha golpeado mucho esta partida, como también debe ser duro para los padres Absalón, Max y Carlos, para los mayores, en especial el P. Tino, a quienes cuidaba con mucho amor y en general, para todos los MSC de Centroamérica, los jóvenes del seminario y los Laicos de la congregación en Guatemala y EL Salvador. José Doré era como la semilla de mostaza, no destacaba por su estatura corporal, pero en su interior, fue creciendo un corazón enorme y una especial entrega por su prójimo, a la que muchos de nosotros ni nos acercamos a la mitad de su tamaño.  

José se adelantó y ahora podrá conversar con su admirado San Oscar Romero, el gran santo de su país natal El Salvador. También con los mártires MSC José María Gran, Faustino Villanueva y Juan Alonso, párrocos en el departamento del Quiche, en Guatemala, que serán beatificados en diciembre próximo, junto a siete compañeros laicos, que fueron asesinados en la década de los ochenta, por defender con su palabra y su presencia a su pueblo. Seguro también conversará con Gaspar García Laviana, otro MSC, que tomó las armas y murió enfrentando la dictadura de Somoza en Nicaragua; Gaspar no subirá oficialmente a los altares, no importa, para la Familia Chevalier ya lo está.

Termino con unas palabras tomadas del libro del P. Julio Chevalier, El Sagrado Corazón de Jesús: "El hombre, aunque sea uno, es un compuesto maravilloso de diferentes clases de vida cuya perfección va creciendo, y que, sin estar nunca en él, ni separadas ni confundidas, se sobreponen las unas a las otras. Cada una de estas vidas, si se la considera separadamente, es de modo verdadero, sobrenatural con relación a la que ella domina. Está claro, por ejemplo, que florecer y fructificar, sería para un mineral un acto sobrenatural; que caminar, sentir, discernir lo sería también para un vegetal; y que, si un bruto razonara y hablara, haría algo muy superior a su naturaleza. Entonces, si el hombre es a la vez, el mineral que florece y el arbusto que camina, que conoce, que goza y sufre, y ese bruto que argumenta, que comprende, que discurre, su naturaleza, es precisamente eso, ser el conjunto sustancial, viviente y permanente, de estas diversas vidas”. José Doré dio muchos frutos en su vida, caminó, sintió y pudo discernir claramente durante su recorrido; sufrió, pero también sintió gozo. Argumentar, enseñar y proclamar la palabra de Dios fue parte central en su vida, fue un ser humano con errores y virtudes, pero vivió de la manera más sustancial posible y con mucha intensidad.

En la imagen que encabeza este escrito, el P. José Doré es quien está a la derecha, al centro el P. Carlos Avea, al otro extremo el P. Tino y detrás del altar, su entrañable amigo el P. Max Castillo, durante la celebración del Festival del Maíz, en la parroquia San Luis Mariona, en San Salvador. Publico esa foto en especial, porque creo que a él desde el cielo, le gustará verse así, rodeado de los suyos.  

“Amado sea en todas partes, el Sagrado Corazón de Jesús. Por siempre, amén”.

  

Eduardo J. León Hernández

Julio 25, 2020


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