Cuenta la palabra que camino a
Jerusalén, Jesús comentaba a sus apóstoles y seguidores lo que le ocurriría al final
de ese viaje. Que sería puesto prisionero, enjuiciado, golpeado y crucificado
hasta morir. Ya esas palabras estaban escritas en el antiguo testamento, ya el
destino del Cristo era conocido, Jesús mismo se las había repetido antes a sus
apóstoles, pero pareciera que ellos no lo entendían, no terminaban de asumir
este inevitable hecho y Jesús sencillamente se los recordaba.
En ese viaje, la madre de los
hijos de Zebedeo, se acerca a Jesús y le dice: “Señor, quiero pedirte que
cuando llegues a tu reino, pongas a estos mis hijos (Santiago y Juan) uno a tu
izquierda y otro a tu derecha”, Jesús la mira y le dice, “Sabes tú lo que me
estás pidiendo?”
Para esta mujer ese lucía algo
sencillo. Jesús era el mesías e iba camino a ser el Rey, así lo veía la gente. Esta
madre le estaba pidiendo a un candidato, que al llegar a ganar la presidencia, pusiera
a sus hijos en los mejores puestos de su gabinete. Era una petición válida, si suponemos
que en las lides políticas, quien más se
destaca, es quien recibe la mejor ubicación en el poder. Bueno, eso no es
necesariamente cierto en la política que nosotros conocemos.
Pero además, obviando a propósito
el resto de las palabras pronunciadas por Jesús en ese pasaje, los demás
apóstoles escucharon esa petición y no les pareció muy buena. Esos dos les
estaban ganando, su madre les gano en velocidad, como dirían por allí, al hacer
esa petición. Los otros diez apóstoles se molestaron, ellos también creían
haber hecho muy bien su trabajo durante la “campaña” de Jesús y consideraban
que tenían los mismos derechos a ocupar esos puestos. Jesús luego les aclara que el
Reino al que Él va, no está en Jerusalén, que para llegar a su Reino tendrá que
pasar una prueba de muerte y además, que es su Padre quien decide quién va a la
derecha y a la izquierda.
Muchas veces ese es nuestro
comportamiento, acompañamos una causa, pero solo buscando el beneficio
personal, no voy a ser hipócrita, siempre que hacemos algo, queremos ser los primeros en la repartición del pastel, pero no nos damos cuenta del daño que hacemos al no
considerar el efecto que causa, cuando nos la damos de vivos,
buscando privilegios, al querer ser los primeros en ser ubicados y en los
mejores puestos.
Me preguntaba al escribir esto, como
sería la cara de Pedro a quien ya Jesús le había dado su puesto y la de Tomas,
que tenía sus propias dudas sobre muchas cosas. Esta es otra faceta que nos muestra
este evento, el impacto que causamos a otros con nuestros actos o de alguien
cercano que, aprovechando sus influencias, quiera resolvernos a nosotros la
vida.
La mujer de Zebedeo no tenía idea
de lo que pedía y especulando un poco, me imagino que después de ver lo que
finalmente ocurrió con Jesús, debió haberse arrepentido del pedido que le hizo.
A diferencia de Juan, quien probablemente pudo estar apenado por la conducta de
su madre, quien si entendió perfectamente a donde iba Cristo, cuál sería su destino
terrenal, él si aprendió bien las lecciones que su Maestro les enseñó durante esos
tres años de juntos caminar y lo acompañó hasta el último momento. Algo curioso
que aquí ocurre, Juan recibe a María como su madre a petición del propio Jesús y
sabemos que se queda con ella, de su propia madre no tenemos historia
posterior.
Debemos estar claros en lo que
pedimos, a donde queremos llegar y por cuales vías. Debemos tomar las riendas de
nuestras propias vidas y no permitir que sean otros quienes decidan por
nosotros. La mujer de Zebedeo, estoy seguro que no hizo este pedido con maldad, ya que considero que todas las madres desean lo mejor para sus hijos, pero no
necesariamente esos deseos sean los que más les convienen.
Pretender llegar al “reino
de los hombres”, es una cosa, pero al Reino de los Cielos, es algo totalmente diferente;
requiere de entrega, de aprender a llevar cargas y de ayudar a los demás con
las de ellos, de soportar iniquidades, de tener la capacidad de sacrificarse
por el prójimo, de aceptar la voluntad de Dios, de creerle y sobre todo, confiar en Él.
Difícilmente podamos acercarnos a
lo que Jesús hizo por nosotros, cuando, como la mujer de Zebedeo, pero dos mil
años después, no lo hemos aceptado aún, no entendemos el misterio de su muerte
y resurrección. Este próximo Domingo de Ramos, recordemos este pasaje y si
somos capaces, imaginemos el valor que tuvo Jesús para, montado en un humilde
burrito, asistir a esa cita fatídica, obedeciendo a su Padre, para nuestra salvación.
Eduardo J. León Hernández
Abril 08, 2017
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