Todos, en algún
momento, unos con más frecuencia que otros, pedimos a Dios que nos resuelva algún
problema o nos haga un milagrito, pero si se tarda o no aparece cuando nosotros
queremos, empezamos a renegar o decimos que Dios nos ha olvidado. Con qué
frecuencia nosotros lo buscamos a Él, solo cuando lo necesitamos? Realmente le
creemos y confiamos en su misericordia? No sé, cada quien que se responda.
Es histórico el abandono que el hombre hace de su espiritualidad y por supuesto de su fe, podemos verlo en la
literatura, en la propia biblia, el comportamiento del hombre casi siempre ha sido
de duda y desesperanza ante Dios. Veamos lo que ocurre en el pasaje donde
el apóstol Juan habla sobre la resurrección de Lázaro, amigo de Jesús, al igual
que sus hermanas Marta y María, este evento nos da un ejemplo de confianza en
Dios, pero también de incredulidad, de desconfianza.
A Jesús le comentan que
su amigo Lázaro estaba muy enfermo, a punto de morir y Él les dice que no se
preocupen, que Lázaro no morirá y muy por el contrario, lo que va a ocurrir será
para confirmar el plan de Dios. Jesús se tarda dos días mas y finalmente decide
volver hacia Betania, situada en el área donde ya habían querido acabar con Él,
su discípulo Tomas, dice: acompañémoslo, para morir con él. De quien habla
Tomas? Morir con Jesús o con Lázaro? No lo dice la escritura, pero para él, alguien
moriría.
Al llegar cerca del pueblo de Lázaro, Marta lo alcanza antes y le
dice: Señor si hubieses estado aquí, mi hermano no hubiera muerto, lo mismo le
dice María quien vino un poco después a recibir a Jesús. Juntos se
van a la tumba donde reposa el cuerpo y los acompañan los que les estaban dando
el pésame. Lo demás es conocido, Jesús le pide a Lázaro que salga de la tumba y
este, atado de pies y manos, con un sudario en la cara, camina y abandona la
cueva, resucita por obra de Dios. Llegó tarde Dios?, pues no, Él llegó a
tiempo, a su tiempo y cumplió con su amigo y con su familia.
Se me antoja decir que algo así nos pasa con frecuencia,
como las cosas no ocurren como nosotros queremos y en el tiempo que nos
gustaría, algunos perdemos la esperanza, otros renegamos de Dios y el resto
buscamos otras vías. Un grupo, con cierta resignación y confortados, decimos
como Marta, no llegaste a tiempo, pero mi hermano va a estar bien; otros como
dijo Tomas, vamos a morirnos con él, ósea no esperamos nada bueno; algunos vamos
como curiosos, a ver qué pasa; y por último, dice la palabra que muchos
creyeron, no dice que "todos" creyeron, porque así éramos y seguimos
siendo. Vemos los milagros, sabemos que pueden ocurrir, que ya antes los hemos
recibido, pero aun así, no creemos, mucho menos confiamos.
Mi pueblo está igual, a un paso de lograr ser resucitado, pero
está muy desesperanzado. Laureano Márquez, el gran humorista y politólogo
venezolano, dice que una vez el diablo vendió todas sus herramientas, menos la
desesperanza, esa capacidad mal sana que el demonio utiliza para dejarnos
vacíos y llevarnos a no creer en nada, a perder la confianza y la esperanza en
Dios, en nuestros semejantes y en nosotros mismos. Esa vieja herramienta,
muy desgastada por su uso, pero fabricada con un endemoniado material, que al
unirse con nuestra falta de fe, se potencia, se reactiva y corta más que un
bisturí de diamantes. Esa desesperanza es la que está matando a mi pueblo.
Esa actitud derrotista,
indiferente, mediocre e indolente es la que no permite, que el más rico y bello
país de la tierra, donde Dios se lució y entrego todo lo mejor que tenía, hoy
esté sumido en la más terrible miseria y nosotros, su pueblo, esperando que
Dios o cualquier país, organización, persona y algunos, creo que hasta aspiran,
que vengan seres extraterrestres a salvarnos, porque no tenemos fe
en Dios, no confiamos ni siquiera en nosotros mismos.
Lázaro murió, sus hermanas que creían y confiaban en Dios, le
imploraron a Jesús y en el momento que correspondía ocurrió el milagro, pero aun
así, algunos no creyeron.
Hermanos, paisanos, coterráneos,
amigos míos, por favor, despertemos y ayudemos un poco a Dios. Permitamos que
Él vea que tenemos confianza, que sentimos que Jesús también es nuestro amigo, dejemos la desesperanza, que a veces también se
confunde con la pereza, quitémonos las ataduras de pies y manos, removamos el
trapo que cubre como nuestro rostro y no nos permite ver, que nos asfixia, que nos
enmudece y al igual que Lázaro, salgamos de esa tumba, que ya tiene un
desastroso olor a muerte.
Dios nunca llega tarde,
los impuntuales somos nosotros.
Eduardo J. León Hernández
Barranquilla
Abril 03, 2017
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