En el almanaque católico, la Semana Santa tiene un período que le precede llamado cuaresma (40 días), que se inicia el miércoles de ceniza, justo después del carnaval. Los días propios de la Semana Santa, que aunque se cuentan normalmente desde el Domingo de Ramos, comienzan el Lunes Santo y terminan el Domingo de Resurrección y es seguida por la Pascua de Resurrección, que son otros cincuenta días. De este último periodo, el cuadragésimo día corresponde a la Ascensión del Señor y finalmente Pentecostés, que es la venida del Espíritu Santo. La resurrección tiene que celebrarse entre el 22 de marzo y el 25 de abril, según lo dispuesto por la Iglesia hace unos 17 siglos.
En la Semana Santa o también conocida como Semana Mayor, repasamos o “revivimos” la pasión, muerte y resurrección de Jesús, nuestro redentor. Pero realmente que es lo que ocurre en este período de tiempo, quien es el que debe morir y volver a nacer, luego del calvario?
El término Anastasis simboliza, en la lengua griega, levantamiento o alzamiento. Que podría ser el momento en el cual colocan en alto la cruz con Jesús clavado a ella o su subida a los cielos, cualquier idea cabe en esta interpretación y ambas son convenientes para lo que vamos a analizar. Lo que si queda claro es que Jesús murió y resucitó una sola vez, tuvo una sola Anastasis. Cuantas hemos tenido nosotros?
La lectura de la palabra de Dios durante todo el año, tiene, entre otras, la finalidad de que quien asista a la misa, pueda escucharla prácticamente toda completa, para ello requeriría una asistencia diaria durante tres años seguidos. Las festividades de Navidad y de Semana Santa, son dos épocas puntuales donde se resaltan el nacimiento y la muerte y resurrección del hijo de Dios. Pero que se busca con esas celebraciones especiales, y en especial, que es lo deseable que ocurra en la Semana Mayor? Son días de mucho movimiento en nuestra iglesia católica, siendo las fechas en la que la afluencia a los templos es mayor, pero estamos haciendo lo que debemos?
Como se mencionó antes, Jesús murió y resucitó una sola vez y para siempre, mostrándonos durante su vida santa y profética, con palabras y hechos, lo que fue y es capaz de hacer como hombre y como hijo de Dios. Hizo los más grandes prodigios y nos dejó grandes verdades que necesitamos, para vivir de manera honesta, y sobre todo feliz. Pero, repito mi pregunta, estamos nosotros haciendo lo que debemos? A veces creo que no, hablo por mí.
Es complicado para nosotros, que conocemos a Jesús solo por la “historia”, por lo escrito en la palabra de Dios y lo que nos han dicho nuestros padres y abuelos. Los que lo conocieron y “vivieron” lo que Él hizo, no le creyeron, como hacemos nosotros casi veinte siglos después de su muerte para entender este misterio?
Es bien difícil contestar las interrogantes con las que terminan los párrafos anteriores, sin creer en Jesús, y más importante, sin confiar en Él. La Semana Santa y todos los días que le preceden y le siguen, nos dan la oportunidad de mejorar, de ser felices, de buscarlo a Él, esa es la meta. Ese periodo de casi cien días, debemos dedicarlos a revisarnos, a ver como hemos cambiado; el tiempo siempre cambia algo en nosotros, eso es inevitable. Ver si esos cambios han sido convenientes o no para nuestras vidas; hacernos un examen minucioso de cómo está nuestra alma; verificar de manera honesta (podemos engañarnos nosotros mismos, pero es infame y absurdo hacerlo) si nuestro corazón se ha endurecido o por el contrario es más amoroso y cercano a nuestro prójimo; hacer un recorrido por lo que ha sido nuestra vida, lo que es hoy y lo que esperamos sea mañana. Es necesario hacer un real examen de conciencia, a la luz de la palabra de Dios, ver quiénes somos, en que nos hemos convertido y qué debemos cambiar. Después de todo esto, viene el tiempo de corregir, de perdonar y de enmendar lo que sea necesario y decidir ser feliz.
Para todo lo anteriormente expresado, créanlo o no, hay un manual de vida que Dios nos regaló, los textos donde está su palabra. En ese manual hay una clave, un aspecto básico, el amor. Donde hay amor, no hay maldad. San Agustín decía “Ama y haz lo que quieras”. “El amor no actúa con bajeza, ni busca su propio interés”, dice San Pablo en primera de Corintios. Esa es la clave, ese gran mandamiento que nos dejó Jesús, que no sustituye a los primeros diez que Dios dio a Moisés, si no que los arropa. Quien ama, no hiere, no hace el mal. Esa es la mejor guía y es la base sobre la que debemos revisarnos. El amor es la referencia de cómo debemos ir muriendo al pecado, al mal vivir, a la tristeza.
Cada Semana Santa, en los tiempos previos a ella, estamos llamados a reconciliarnos con el prójimo, con nosotros mismos y con Dios. Debemos vivir en silencio nuestra pasión, dejando atrás poco a poco lo pesado de esa cruz que nosotros mismos nos hemos puesto y morir a lo que no nos conviene. Solo después de esto, podremos alcanzar nuestra propia Anastasis, para resucitar y levantarnos con el Señor y poder vivir el encanto y la felicidad de nuestra propia pascua.
Jesús murió y resucitó una sola vez, a Él no le hizo falta repetir ese acto. A nosotros en cambio, por lo menos una vez al año nos toca.
Eduardo J. León Hernández
Abril 12, 2.017.
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