miércoles, 1 de enero de 2020

MARÍA, LA QUE NUNCA SE DIO POR VENCIDA



Imagen de la película Tierra de Maria
La Virgen María, es la mujer más famosa de nuestra historia. Amada por los cristianos católicos y por personas de otros credos, que la veneran y respetan, pero también ignorada o vilipendiada por seguidores de ciertos cultos, por quienes no tienen filiación religiosa alguna, ateos o sencillamente incrédulos. La solemnidad del día de hoy 1° de enero, en mi iglesia católica, es la de Santa María, la Madre de Dios. Uno de los hechos más discutidos, estudiados y que sigue levantando controversias y debates: cómo es posible que una simple mujer sea la Madre de Dios. Yo no voy a dedicar este escrito a ese tema en específico, yo estoy convencido de mente, alma y corazón de que es así, pero es un asunto profundo, muy complejo y aún no he estudiado lo suficiente para poder explicarlo. En su lugar, voy a describir y a imaginar desde mi corazón y mi mente, lo que pienso de ella.

María, hija de Joaquín y Ana, era un muchacha humilde y sencilla, creyente en Dios y con una fe inquebrantable. Eso es lo que dicen quienes la describen en la Biblia, los que la conocieron y escribieron sobre ella. En esas mismas escrituras, María se muestra dócil y hasta sumisa ante Dios, cuando por medio del Ángel, acepta ser la Madre de Dios en la tierra. Como diría un larense, "naguara", hay que tener mucha fuerza para aceptar el salir preñada en sus condiciones y en el entorno histórico en el cual se desarrollaron estos hechos. Pudo haber perdido la vida por el solo hecho de haber sido catalogada como infiel, pero alguien no menos valeroso y lleno de fe como José, escuchó a Dios en sueños y la recibió embarazada, de otro. 

Hoy, 2000 años después, pregunto: alguno de los hombres que lee esto, ¿aceptaría manejar ese encargo? O alguna de las mujeres, ¿se eximiría de criticarla y de exponerla al escarnio público? Piensen un poquito y contéstense, en lo más íntimo de sus corazones, esa pequeña e inocente pregunta.

Ante de continuar, quiero hacer énfasis (por si alguien no lo tiene claro) que el centro de todo lo que tiene que ver con mi religión es Cristo, Dios, el Espíritu Santo, en otras palabras, la Santísima Trinidad. El núcleo de todo no es la madre, el padre o los amigos de Jesús, tampoco los santos y los profetas. Dios es el centro de todo, pero Él se vale de algunos seres humanos, con ciertas cualidades y dones, con demostrado espíritu de sacrificio, con amor en su corazón y capacidad de arrepentimiento verdadero, para ayudarnos al resto de nosotros a tomar el buen camino.

María debió iniciar, muy pero muy nerviosa, ese su camino de entrega a Dios y a la humanidad (a ti, a mí, a todos), cuando aceptó ser la Madre del Hijo de Dios (me imagino que San Joaquín, de haber sido Jobitero, hubiese dicho: Oh y me salió fallo el nieto), pero también mostró una gran fortaleza cuando, por ejemplo, escuchó a Simeón, ese profeta que esperaba se cumpliera la promesa de Dios, de que no moriría sin conocer al Redentor del mundo. En Lucas 2:33-35, este anciano que recibe al niño Jesús en el templo le dice: "Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti (refiriéndose a María), una espada te atravesará el alma". 

En el evangelio de hoy, también Lucas en 2:16-21, dice: “En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que los oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”

Pongo aparte específicamente la línea que dice:  “María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Muchos fueron los eventos desde el nacimiento, la presentación de Jesús en el templo, del momento en el cual encuentran al niño perdido en el templo y muchas otras situaciones, que María guardaba en su corazón y allí las meditaba. Unas eran muy bellas, pero otras eran terriblemente fuertes. María siempre supo cuál sería el destino de su hijo, pero aun así, “Nunca se dio por vencida”, ni trató de influir para cambiarlo. Continuamente se enteraba de situaciones que le atravesaban el alma, pero seguía guardándolas en su corazón. Le pregunto a las que son madres: si supieran que su hijo va a morir, que lo van a asesinar, ¿No tratarían de salvarlo? ¿No buscarían la forma de evitar su muerte?. Difícil decisión, complicado no actuar, ¿o no?

María tenía una fortaleza increíble, toda ella basada en la fe en Dios, en sus claras convicciones. La palabra no dice nada de cómo llegó a tener ese valor y es aquí donde comienza a funcionar la imaginación. María seguramente oraba de manera constante, se comunicaba con Dios a diario y en esa conversa directa y franca, debió conocer muchas cosas que nosotros no sabemos, porque igual debió guardarlas en su corazón y no se las dijo a nadie, por eso no están escritas. Dios debió contarle, prepararla o anticiparle diferentes asuntos de la vida de Jesús, a ella y a también a José (aunque a este último siempre le hablaba en sueños y seguro que el pobre, en ocasiones, debió no querer quedarse dormido. Cada vez que el Ángel de Dios le hablaba, tenía que salir corriendo, hacer maletas, revisarle los cascos de las patas al burro, preparar la merienda para el camino, revisar los pasaportes, las visas, buscar los euros, después lo del alquiler de la casa; unos cuantos depósitos en garantía debió haber perdido por dejar la casa antes de tiempo, pobre José). Esa oración constante fue lo que le permitió a Maria preparase para la dura vida que le tocó vivir, cuando cercano a los treinta años, Jesús salió a repartir palabras, buenas acciones y milagros a todo el mundo y de retorno, casi siempre, solo recibía maltratos, traiciones, desprecios y finalmente la muerte. No debió ser fácil para María; pero ella “Nunca se dio por vencida”.        

Seguramente, durante el tiempo transcurrido, esos 18-20 años, que pasaron entre la perdida de Jesús en el templo y cuando se acerca a su primo Juan para que lo bautizara y así iniciar su ministerio publico, Jesús, María y José, debieron tener momentos muy felices. José enseñando a su hijo su oficio de carpintero, mostrándole las maravillas del mundo que los rodeaban, probablemente fueron a pescar, para que Jesús practicara lo de la pesca milagrosa y no le tuviera miedo al mar. También le educó, le mostró como ser bondadoso y la calidad de un buen hombre, con su propio ejemplo. María por su lado, debió enseñar a Jesús a cocinar bien, además del arte (milagroso en cualquier época) de hacer rendir la comida, como buena administradora de hogar que era; eso debió ayudarle en la multiplicación de los panes y los peces. Hay muchas cosas de la vida de la Sagrada Familia que no sabemos, pero que sin duda alguna, podemos imaginar cómo buenas y alegres. Tampoco nos hablan de la muerte de José, aunque debió haberse ido muy satisfecho por la labor realizada.     

Para mi, María era una fortaleza en un cuerpo de mujer. El 25 de diciembre de 2017, publiqué en este mismo blog, un artículo titulado “Por qué Jesús no fue mujer” y ahora veo que me faltaron varias consideraciones. Si en un lugar de Jesús, María hubiese sido la redentora, la historia sería otra y tal vez nos estuviéramos portando mejor. Primero: las mujeres soportan mucho más el dolor que los hombres y se sanan mucho más rápido, son más astutas; María capaz se hubiese hecho la muerta y bajado de la cruz. Segundo: aun cuando las respuestas de Jesús eran las apropiadas, ¿se imaginan la lengua de una mujer con el apoyo del Espíritu Santo?, nadie hubiese podido con ella. Tercero: Impresionante hubiese sido la rellenada que le habría dado al demonio en el momento de la tentación, sería algo así: mira carajito, yo te conozco muy bien. Ya le echaste a Eva un tronco de vaina con lo de la manzanita esa en el Edén. Te participo que yo no tengo hambre porque estoy a dieta, tampoco necesito reinos porque soy la hija del dueño del mundo y además, porque no me da la gana y punto; así que, mejor sigue tu mal camino. Cuarta: los apóstoles hubiesen sido mujeres, al menos la mayoría, y ¿quién se hubiese metido con esas fieras cuando atraparon a Jesús (en este caso a María)? difícilmente la hubieran crucificado. Se hubiesen ido en cambote a sacarla del tribunal donde estaba y seguro la hubiesen salvado. Ninguna la hubiese negado (bueno, excepto alguna chavista, que seguro estaría de intrigante, nunca faltan). Las mujeres son mucho más valientes que los hombres e infinitamente decididas. 

María fue tan extremadamente “jodida”, que no se murió, Dios terminó llevándosela al cielo en cuerpo y alma. La palabra no dice nada de sus últimos años, solo que los pasó junto a San Juan, a quien le debió ser bien complicado protegerla, ella no se quedó tranquila. Ya con su hijo en el cielo, Maria no tenía nada que callarse, debió andar por la calle, hablando de Dios, como los evangélicos que tanto la critican y vilipendian. A pesar del sufrimiento padecido, de ver morir a su hijo y de las persecuciones a las que se enfrentó durante toda su vida, “Nunca se dio por vencida”; el mal no pudo vencerla, no puede vencerla y nunca podrá.         

La palabra de hoy, en su primera lectura el libro de los Números (6:22-27) dice: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”. Y en la segunda lectura el apóstol san Pablo dice a los Gálatas (4:4-7): Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡Abba, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

En esas palabras, Dios nos considera sus hijos y quiere revelarnos su rostro, pero no cuando muramos, sino ahora, hoy, en esta nuestra vida. Todos los santos, San José y Santa María, Madre de Dios y también madre nuestra, son caminos, son una maravillosa ayuda para acercarnos a Él. Ellos son como recovecos, trochas o grandes autopistas, dependiendo del tipo de vehículo que quieras usar y a qué velocidad desees ir, para ayudarnos y de sus manos llevarnos a conocer a Dios, si no somos capaces de buscarlo directamente.

Para todos ustedes, conocidos o no, creyentes, ateos, buenos y no tan buenos (esto incluye a los chavistas, para quienes pido a Dios que los convierta en santos y se los lleve al cielo, pero ahora mismo en enero), les deseo el mejor de los años, en este 2020 que hoy comienza. Sin embargo, eso es solo mi deseo, que no deja de ser bueno e importante, no obstante, todo depende de ustedes mismos, de sus fuerzas, de su fe, de sus buenas intenciones. Los años que pasaron ya son historia, no podemos cambiar nada en ellos. Y los días, semanas, meses y años que vienen, están en eso, por venir, son inciertos, pero si sus intenciones son buenas, de la mano de Dios y de la Sagrada Familia, nada podrá con ustedes. Como Santa María: Lucha, canta y ora. Nunca te des por vencido.


Eduardo J. León Hernández

Barranquilla
Enero 01, 2020

PD: Para ir cerrando este tiempo navideño, les recomiendo la película Tierra de María, está en Netflix. Tiene una forma muy fresca y actual de conocer a nuestra Madre y por supuesto de llegar a Dios. 


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