martes, 2 de abril de 2024

LA CULPA MATA MÁS GENTE QUE LA GUERRA

Tomado de www.seamosfelices.com

Hace unos días escuché la sentencia que titula este escrito y me llevó a recapacitar en cuanta culpa hay en el mundo, cuanta culpa hay en mí. La culpa ciertamente es parte de nuestra vida, muchas veces por nuestra "propia" culpa, por la forma alegremente irresponsable y sin sentido como actuamos, por tantas otras razones como culpables hay y especialmente por nuestra incapacidad de arrepentirnos para enmendar la tarea.

Legal, social y familiarmente, la culpa es la asignación de responsabilidades, por un acto realizado, con o sin intención, que afecta a otros o perjudica una actividad. Ante esto puede haber varias consecuencias, que conllevan costos dinerarios, reseñas en sus expedientes laborales y hasta ir a prisión, dependiendo del caso.

Según la RAE, culpa es la "omisión de la diligencia exigible a alguien, que implica que el hecho injusto o dañoso resultante motive su responsabilidad civil o penal" Dicho de otra forma, son las consecuencias de no haber evaluado bien las posibles y pronosticables consecuencias de un acto. 

La culpa que aquí nos ocupa, es el sentimiento que afecta a los seres humanos, producto de una acción, premeditada o no, que pudo haber afectado a otros seres y cuyas consecuencias a veces ni las podemos medir. También hay culpas por acontecimientos que nos han afectado a nosotros mismos, por eventos secretos o actos “escondidos”, a espaldas de los demás, donde por cobardes no damos la cara; en otras palabras, actuando de manera miserable o tal vez muy alegre, haciéndole daño a otros, en algunos casos, sin que estos conozcan al responsable, ni las razones del evento. 

En Psicología la culpa es la sensación, creer, recuerdo o un “simple y turbulento” pensamiento, de que se ha actuado mal. También la culpa viene de lo contrario, del no haber hecho algo en ese momento o circunstancia que lo ameritó, en favor de alguien o de sí mismo. Sentirse culpable, es percibirse sucio, hipócrita, traidor, es una manera terriblemente negativa en la que nuestra propia mente nos cobra esa actuación errónea, que pudiera ser real o irreal, porque a veces magnificamos las cosas, pero que está dentro, puyando, de forma latente. La culpa también se esconde, una veces no está en nuestra visión perimetral, se mimetiza en el subconsciente y suele aparecer en sueños, pensamientos fugaces, en algún déjà vu o puede permanecer oculta por muchos años, fuera de nuestra conciencia, pero haciendo daño a nuestro cuerpo.

Según algunas publicaciones, unas 360 millones de personas murieron en las principales grandes guerras, siendo China la principal aportante con más de doscientos millones en el transcurso de los últimos 12 siglos; de las dos guerras mundiales del siglo pasado, se registran unos 90 millones de vidas perdidas. Hay guerras bíblicas, eternas, como las del Medio Oriente y otras en África, de una continuidad que abruma, por asuntos religiosos que también han sumado millones de fallecidos. DE igual modo están las guerras de odio, conflagraciones no declaradas, que ocurren en varios países y son de menor o mediana intensidad. Un ejemplo es la que se ha vivido en Colombia, que según la web de la Comisión de la Verdad, estiman que han aportado unas 800.000 muertes solo entre los años 1985 y 2018. 

Las desapariciones forzadas, secuestros y asesinatos en países de Centro y Latinoamérica, incluyendo México, producto de la actuación de las guerrillas, los clanes delincuenciales vinculados al narcotráfico y las muertes producidas bajo los regímenes dictatoriales del siglo pasado y los que aún permanecen en Venezuela, Cuba y Nicaragua, son difíciles de calcular, pero aun mal contados, con seguridad pasan de los 10 millones de personas. Esas igualmente son guerras, pero las disfrazan de revoluciones.

Bajo este ultimo renglón que me toca muy de cerca, no solo hay que considerar quienes son asesinados con disparos y golpes, también se deben incluir los que han muerto producto de torturas, hambre y enfermedades, por los altos niveles de pobreza y desnutrición, por la mala vida. Cualquier número que aquí coloque puede ser irreal, pero con seguridad creíble. 

Lo que yo llamo las guerras en la civilidad, no son otra cosa que las discriminaciones, las divisiones, la corrupción, los malos tratos en casa, en el trabajo, escuelas y hasta los enfrentamientos en el tráfico, son señales del odio, furia retenida o las ganas de desahogar represiones y sentimientos malsanos, que muchas veces se convierten en un asesinato, una mutilación o simplemente una vejación que deja a alguien marcado para toda su vida. Eso lo vivimos a diario y aunque creo que ha sido así desde que la tierra existe, pareciera que ha ido creciendo, aumentando la deshumanidad y sus estragos, esos sí que son bien difíciles de calcular. Todo esto crea culpas, frustraciones y mucha tristeza.

Algo de cifras para calentar el ambiente e ir al punto. Según la ONU, la población mundial ha crecido de manera exorbitante en las últimas décadas, pasando de 2.477 millones de habitantes en 1.950 a los 8.000 millones de seres humanos, según registros actuales. China e India se disputan el lugar del país con mayor cantidad de habitantes, y entre ambos, tienen un 35% de la población mundial. 

En 2.022 se produjeron 134 millones de nacimientos y 67 millones de muertes a nivel global y la propia ONU espera que esta tendencia cambie a partir del año 2.086, cuando las defunciones y las nuevas vidas se igualen, producto de la caída de la fertilidad y el envejecimiento de la humanidad. Mi amigo Jairo diría: esto si que va a joder los sistemas de pensiones, pero ya yo no estaré por allí.

De esas 67 millones de muertes, cifra que con seguridad tiene un subregistro importante, la gran mayoría fallecieron por enfermedades no contagiosas, que hoy día constituyen siete (7) de las diez principales causas de muerte en el mundo, cuando en el año 2.000, según la OMS, sólo eran cuatro (4). Esto quiere decir que las pestes o pandemias se han reducido y los eventos mortales no contagiosos han aumentado.

 “La enfermedad cardíaca se ha mantenido como la principal causa de muerte a nivel mundial durante los últimos 20 años y ahora mata más personas que nunca, pasó de 2 millones en 2.001 a 9 millones en 2.019. Las afecciones cardíacas hoy representan el 16% del total de muertes por todas las causas.

La segunda causa de muerte en el 2.019 fueron los infartos cerebrales. Los fallecimientos por enfermedades pulmonares y respiratorias fueron la tercera y la cuarta causa en el mismo año; esto no considera el impacto del COVID-19.

El Alzheimer y otras formas de demencia ahora están entre las 10 principales causas de muerte en todo el mundo, ocupando el tercer lugar tanto en las Américas como en Europa. Entiéndase que el Alzheimer no causa muertes por si misma, sino porqué lleva a un mal funcionamiento de algunos órganos. 

Las muertes por diabetes aumentaron en un 70% a nivel mundial en las últimas dos décadas. En el mediterráneo oriental, los fallecimientos por este mal se han más que duplicado y representan el mayor aumento porcentual de todas las regiones. 

La OMS alerta también sobre el ascenso de las muertes por consumo de drogas en América, la única región donde esta causa se encuentra entre las diez principales de mortalidad y donde los fallecimientos por este motivo se han multiplicado por tres en este siglo.”

Todo lo anterior fue tomado de la página de la Organización Mundial de la Salud, y excluyendo al Covid 19, la gran mayoría de las causas de muerte tienen que ver con nuestra forma de vida, la velocidad de la misma, la falta de paz y yo agrego: el odio, la ira y la culpa. 

Curiosamente, revisando algunos datos de enfermedades causantes de muertes dentro de algunos centros de tratamiento de salud mental, el cáncer, los ictus y los infartos, no son un motivo de defunción en esas instituciones, siendo las intoxicaciones, las peleas con armas punzo penetrantes y el suicidio las que ocupan el podio en estos centros. Hago la salvedad que aquí me refiero a personas que están totalmente fuera de sus cabales, esos que coloquialmente llamamos locos.

Pero también aplica para los que vemos cada vez que pasamos por la calle 30 en Barranquilla y en cualquier caótica calle de otra ciudad. Están harapientos, sucios, casi sin ropa o desnudos, durmiendo en el suelo, algunos cubiertos por cartones, comiendo de la basura y por cierto, ni siquiera acidez les da. Son seres que desconocen quienes son, donde están, ni qué hacen. 

Estos seres viven fuera de sí, en un estado salvaje dentro de nuestras ciudades, pero, seguramente, en su mente, no tienen penas, ni culpas, porque no las recuerdan. En otras palabras, los locos mueren de otras vainas, no de cáncer, ni de ictus, ni de infartos, mucho menos se intoxican, ni les da diarrea, a ellos no los mata la culpa.

Ahora veamos que nos dice este breve resumen matemático: Si de los 67 millones de muertes, digamos que conservadoramente un 50% están asociadas a enfermedades influenciadas o producidas por rencores, culpas o remordimientos (esto científicamente es innegable) y eliminamos un sesgo estimado por exceso dejando solo un 25% de ellas, para no afectar las décadas años anteriores donde hubo menos muertes, tendríamos que producto de las muertes por las enfermedades no contagiosas que nos ocupan, resultaría la bicoca invertida cantidad de 600 millones muertes, solo para los últimos 70 años. Eso supera notablemente todas las muertes registradas en guerras desde hace 12 siglos.  

Hay dos culpas que quiero resaltar: la infantil y la religiosa. La primera es la que causamos en nuestros hijos, cuando con nuestros actos equivocados, comentarios hirientes no justificados, ni mucho menos explicados, hacemos sentir culpables a los niños de una situación o evento que para nada es su responsabilidad. Cuantas veces no escuchamos decir a una madre o a un padre, que no puede hacer esto o aquello porque tiene que cuidar al niño, que el dinero no alcanza por que ya son tres bocas que alimentar. Es tan común llamar bruto o hacérselo sentir, con el solo hecho de no entender que no todos los niños tienen la misma capacidad y haciendo comparaciones odiosas los convierten en resentidos, pero en especial culpables de existir. Estas "culpas endosadas" duran para toda la vida del niño o del joven.

Aquí aclaro algo, no estoy hablando de una “protección especial” como la que estamos viendo con las generaciones de cristal, a las cuales no se les puede decir nada, porque todo es ofensivo y dañino para el niño o el joven, no, muy lejos estoy de eso.

Yo fui criado con carácter, seriedad y respeto, sobre todo respeto por mis padres, tíos, abuelos, maestros y por las demás personas. Les confieso que me gané (bien ganados) mis carajazos cuando excedí las reglas, eso es otra cosa totalmente distinta. Unas nalgadas a tiempo enderezan el camino.

La culpa religiosa es esa que, al menos en la iglesia católica (y hablo por ella, la mía, que es la que conozco y vivo) en la que somos culpables desde el mismo momento de nacer. No me voy a lanzar una explicación teológica en este momento, lo tengo pendiente para otro momento. El tema es que en ella, casi todo lo que hacemos es pecado, y lo que no hacemos es pecado por omisión, que solo los santos están absueltos y para ir al Cielo, tienes que ser como ellos. Muchos me van a caer a piedras y yo les invito a hacerlo, pero recuerden que solo pueden hacerlo si están libres de pecado. 

Resulta que al estudiar la vida de muchos santos, su vida no fue tan santa, lo que supieron hacer fue arrepentirse y cambiar su comportamiento, por el de una buena persona, ese debe ser el mensaje. El hecho de creer permanentemente que estamos en pecado, nos llena de forma constante y creciente de culpas, creando un bucle que es muy difícil de vencer. 

Por suerte hay una muy buena corriente de sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos, que están entendiendo el cambio que necesita la iglesia en ese sentido y que hasta algunas oraciones usadas en la misa, más pronto que tarde, deberán ser cambiadas, como ya lo han hecho con muchas otras, porque recordemos, que muy buena parte de los ritos y oraciones fueron creados por hombres, para cubrir circunstancias de una época en especifico. 

Yo estoy de acuerdo en confesar los pecados, las culpas, los remordimientos. Desahogarse frente a un sacerdote realmente libera y sana, lo he confirmado varias veces en vida, aunque eso igual funciona haciéndolo honesta y sinceramente con otra persona. Yo me he quitado pesos enormes de mis hombros, sincerándome con mi esposa, con mis hijos o con cualquier gente a quien deba decirle algo que me causa alguna culpa o pesar, con ese alguien a quien deba pedir dis-culpas. 

Un amigo sacerdote me decía, “habla conmigo que estoy obligado a guardarte el secreto; a los que tienes a tu alrededor, les va a costar mucho no soltar el cuento”. Y comulgar, siempre es algo maravilloso, pero hacerlo después de una buena confesión, solo quien lo vive lo entiende. 

Cada uno de nosotros tenemos nuestro Cielo y nuestro propio infierno, aquí mismo en la tierra y a mayor parte de este último, lo conforman las culpas, los remordimientos. 

“El sentimiento de culpa representa un aviso interno, una suerte de alarma, habitualmente inconsciente, que tiene por finalidad adaptar nuestros comportamientos a las normas del entorno familiar y social. Habitualmente produce angustia y ansiedad y, si es continuado en el tiempo, puede llevar a la depresión”, esas líneas fueron tomadas de un excelente artículo publicado en la Gaceta Unam en 2.022, titulado Si transgredes las normas, la Culpa impide que lo repitas. Este artículo es bastante completo y nos da muchas luces al respecto. 

La culpa no es una enfermedad, pero las genera. Tristemente con frecuencia la culpa no es real o nosotros la magnificamos, en lugar de buscar claridad. Y cuanto pasa a ser cierta, no somos capaces de reconocerlo y pedir disculpas o perdón por lo cometido. Muchas veces por cobardes, prepotentes y orgullosos, preferimos mantenerla, mientras nos hace daño, como ese diente cariado que llegamos a perder o nos produce un mayor dolor en el futuro, por tenerle miedo al odontólogo.

La culpa enferma, mata, inutiliza, nos ralentiza y nos impide vivir la vida a plenitud. Vivir con culpas, es mirar con mucha constancia por el retrovisor, sintiendo un dolor agudo y mudo, profundo y sensible, oculto y a la vez presente encada acto.  

La culpa, sin duda alguna, nos quita vida y mata más gente que las guerras.


Eduardo J. León Hernández

Barranquilla
Marzo 29, 2024


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