sábado, 8 de abril de 2017

LA MUJER DE ZEBEDEO Y EL REINO DE JESÚS

Cuenta la palabra que camino a Jerusalén, Jesús comentaba a sus apóstoles y seguidores lo que le ocurriría al final de ese viaje. Que sería puesto prisionero, enjuiciado, golpeado y crucificado hasta morir. Ya esas palabras estaban escritas en el antiguo testamento, ya el destino del Cristo era conocido, Jesús mismo se las había repetido antes a sus apóstoles, pero pareciera que ellos no lo entendían, no terminaban de asumir este inevitable hecho y Jesús sencillamente se los recordaba.

En ese viaje, la madre de los hijos de Zebedeo, se acerca a Jesús y le dice: “Señor, quiero pedirte que cuando llegues a tu reino, pongas a estos mis hijos (Santiago y Juan) uno a tu izquierda y otro a tu derecha”, Jesús la mira y le dice, “Sabes tú lo que me estás pidiendo?”

Para esta mujer ese lucía algo sencillo. Jesús era el mesías e iba camino a ser el Rey, así lo veía la gente. Esta madre le estaba pidiendo a un candidato, que al llegar a ganar la presidencia, pusiera a sus hijos en los mejores puestos de su gabinete. Era una petición válida, si suponemos que en las lides políticas,  quien más se destaca, es quien recibe la mejor ubicación en el poder. Bueno, eso no es necesariamente cierto en la política que nosotros conocemos.

Pero además, obviando a propósito el resto de las palabras pronunciadas por Jesús en ese pasaje, los demás apóstoles escucharon esa petición y no les pareció muy buena. Esos dos les estaban ganando, su madre les gano en velocidad, como dirían por allí, al hacer esa petición. Los otros diez apóstoles se molestaron, ellos también creían haber hecho muy bien su trabajo durante la “campaña” de Jesús y consideraban que tenían los mismos derechos a ocupar esos puestos. Jesús luego les aclara que el Reino al que Él va, no está en Jerusalén, que para llegar a su Reino tendrá que pasar una prueba de muerte y además, que es su Padre quien decide quién va a la derecha y a la izquierda.

Muchas veces ese es nuestro comportamiento, acompañamos una causa, pero solo buscando el beneficio personal, no voy a ser hipócrita, siempre que hacemos algo, queremos ser los primeros en la repartición del pastel, pero no nos damos cuenta del daño que hacemos al no considerar el efecto que causa, cuando nos la damos de vivos, buscando privilegios, al querer ser los primeros en ser ubicados y en los mejores puestos.

Me preguntaba al escribir esto, como sería la cara de Pedro a quien ya Jesús le había dado su puesto y la de Tomas, que tenía sus propias dudas sobre muchas cosas. Esta es otra faceta que nos muestra este evento, el impacto que causamos a otros con nuestros actos o de alguien cercano que, aprovechando sus influencias, quiera resolvernos a nosotros la vida.

La mujer de Zebedeo no tenía idea de lo que pedía y especulando un poco, me imagino que después de ver lo que finalmente ocurrió con Jesús, debió haberse arrepentido del pedido que le hizo. A diferencia de Juan, quien probablemente pudo estar apenado por la conducta de su madre, quien si entendió perfectamente a donde iba Cristo, cuál sería su destino terrenal, él si aprendió bien las lecciones que su Maestro les enseñó durante esos tres años de juntos caminar y lo acompañó hasta el último momento. Algo curioso que aquí ocurre, Juan recibe a María como su madre a petición del propio Jesús y sabemos que se queda con ella, de su propia madre no tenemos historia posterior.

Debemos estar claros en lo que pedimos, a donde queremos llegar y por cuales vías. Debemos tomar las riendas de nuestras propias vidas y no permitir que sean otros quienes decidan por nosotros. La mujer de Zebedeo, estoy seguro que no hizo este pedido con maldad, ya que considero que todas las madres desean lo mejor para sus hijos, pero no necesariamente esos deseos sean los que más les convienen. 

Pretender llegar al “reino de los hombres”, es una cosa, pero al Reino de los Cielos, es algo totalmente diferente; requiere de entrega, de aprender a llevar cargas y de ayudar a los demás con las de ellos, de soportar iniquidades, de tener la capacidad de sacrificarse por el prójimo, de aceptar la voluntad de Dios, de creerle y sobre todo, confiar en Él.

Difícilmente podamos acercarnos a lo que Jesús hizo por nosotros, cuando, como la mujer de Zebedeo, pero dos mil años después, no lo hemos aceptado aún, no entendemos el misterio de su muerte y resurrección. Este próximo Domingo de Ramos, recordemos este pasaje y si somos capaces, imaginemos el valor que tuvo Jesús para, montado en un humilde burrito, asistir a esa cita fatídica, obedeciendo a su Padre, para nuestra salvación.


Eduardo J. León Hernández

Abril  08, 2017

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