jueves, 10 de agosto de 2017

Óscar Arnulfo, un gran Amigo.

El pasado fin de semana tuve la maravillosa oportunidad de visitar la tumba y luego la capilla donde asesinaron a Monseñor Óscar Arnulfo Romero en San Salvador. No voy a contar su historia, es bastante conocida y me llevaría varias páginas hacerlo, solo voy a decirle a quien no conozca de él, que fue un hombre entregado a su pueblo, que nunca calló su voz para defenderlo, que el púlpito y los altares donde ofició, así como las calles por donde caminaba, fueron siempre el escenario de sus denuncias de atropellos de los derechos humanos y donde mostró su solidaridad hacia las víctimas de la violencia política en El Salvador. Murió en el altar de la capilla donde predicaba con frecuencia, aunque ese día, esa misa no le tocaba. Murió predicando la palabra de Dios, la única verdad que conocía, pero creo que más importante es cómo vivió, siempre actuando a favor de los demás. Era, es y será siempre un verdadero amigo, desde el lugar que Dios en el cielo le haya otorgado.

Estar en el lugar donde murió Mons. Romero y conociendo su historia, es casi imposible contener las lágrimas. Imaginar ese momento, donde un ser miserable, desde el frente de la capilla del hospital Divina Providencia, le dispara estando Mons. Romero en plena celebración, no es cosa sencilla. Debió ser horrible para los presentes, en mi mente traté de recrear ese momento y lo imagine desesperante, muy triste, desolador, ver caer a una persona que no había hecho mal a nadie, que solo había pasado su vida trabajando por y para su pueblo, un amigo de todo El Salvador, de la humanidad, de la verdad y la libertad. 

El día antes de su muerte, acaecida el 24 de marzo de 1.980, hizo un fuerte reclamo a las fuerzas armadas salvadoreñas, en especial a la Guardia Nacional y a la Policía (cualquier parecido con nuestra situación en Venezuela no es ninguna casualidad), dirigiendo sus palabras a las bases de estas fuerzas, para recordarles que estaban matando a los de su propio pueblo, les recalcaba que la orden de un hombre no podía ir contra la orden de Dios: No Matarás. En su homilía de ese día, que luego fue denominada como Homilía de Fuego, concluyo diciendo: “En nombre de Dios y de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”. (Tomado de Wikipedia). 

En la pared detrás del altar donde murió Mons. Romero hay un escrito que dice: “Nadie tiene más Amor que el que da la vida por sus Amigos”, esa frase me paralizó, literalmente me fui mentalmente a las protestas de las ciudades y pueblos de Venezuela donde tantos han caído, donde han sido asesinados, principalmente de manos de la guardia nacional y de la policía. No es fácil para uno que está afuera, buscando y luchando por otra vida, en un duro exilio, pero con la mente allá, con los de uno. Son muchos los amigos luchadores que han muerto por decir la verdad y exigir libertad. Fue inevitable voltear mi mente hacia mi propio pueblo, hacia lo triste que vive mi gente, recordar la pobreza, el hambre y la falta de libertad en la que vive y sobretodo, la barbarie y la represión de la tiranía del régimen que desgobierna a mi país.

La palabra Amigo ha seguido resonando en mi mente. La amplitud, pero también la especificidad de la misma me ha mantenido ocupado en estos días. En mi tierra todos somos amigos, bueno lo éramos hasta hace algunos años, cuando el odio sembrado por la tiranía empezó a aflorar. Ese odio inoculado en un pequeño grupo, algunos que por su condición y en otros por algunas otras características que me apena escribir, empezó a dividirnos. La palabra Amigo es una palabra divina, destaca a alguien excelso, que no tiene demoras para ayudar a quien lo necesita. Define a quien te escucha y no te critica, a quien te tiende la mano en cuanto lo necesitas, pero que tampoco duda en tratar de corregirte al conocer de ti, algún mal comportamiento.

Eso fue Mons. Romero para El Salvador y para toda Centro América, un gran Amigo, de esos que son tan irrepetibles como irreverentes, de los que no dudan un segundo para actuar cuando es necesario, de los que no callan nunca para defender lo necesario, de los que son capaces de hablar con su pensamiento, con su ejemplo y con sus escritos, aun después de la muerte.

Sería no apreciarlos a todos, colocar aquí solo algunos de los nombres de los que han caído en los últimos meses en Venezuela, en su lucha en las calles buscando la libertad, ya que la lista es larga, son más de 140 los asesinados solo en los últimos 120 días y miles los heridos y apresados injustamente. Pero si quiero destacar a los jóvenes, seres maravillosos que han crecido en esta tiranía y que conocen de libertad, sin haber tenido la oportunidad de conocer la democracia. Esos jóvenes cuya irresponsable valentía y su “deseo de vivir en libertad o morir en las calles”, como algunos lo expresaron antes de morir, probablemente con miedo, pero con un deseo de libertad aun mayor, como el de Óscar Arnulfo, los ha llevado a ser nuestros Amigos, ya que entregan su vida, por todos nosotros, para lograr un mejor país. Ellos, los caídos, tal vez no tendrán un altar con su nombre, algunos que cayeron en sitios o vías emblemáticas, seguro se les recordará por mucho tiempo; ojala que al pasar toda esta locura, al menos hagamos un muro para tenerlos siempre presentes y sobre todo, para destacar contra que lucharon. 

Pido a Dios el Altísimo, quien todo lo puede y a nuestra madre y gran mediadora María, que ayuden y protejan a todos quienes se mantienen en la lucha, entre ellos a mis amigos personales y familiares, que son parte de esa raza indomable de hombres y mujeres que tienen claro su objetivo, en estas horas tan terribles, en estos tiempos de tanta tristeza y desesperanza y que no nos dejen caer en la tentación de perder la fe. Que desde donde estemos mantengamos nuestra lucha y como nuestro querido amigo, Óscar Arnulfo Romero, seamos capaces de no callar y de siempre tener fuerzas para enfrentar esta oleada de maldad y de odio y poder alcanzar la tan deseada paz. 


Eduardo J. León Hernández

Ciudad de Guatemala
Agosto 10, 2.017

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