viernes, 3 de agosto de 2018

ENEMIGO ÍNTIMO


El bien y el mal, el amor y el odio, la paz y la guerra, todas son caras de una misma moneda, son elementos que se identifican entre sí, que tienen fuerzas similares, pero en direcciones contrarias; si no conocemos a uno, no podemos vivir el otro completamente. Así es nuestra vida.

Las guerras han sido una constante en la humanidad desde que hay historia. Los egos, la incomprensión o las necesidades (también las necedades) del hombre, han sido el origen de muchas de ellas; pero ha sido más en el corazón que en la mente, donde la mayoría de ellas ha nacido.

Hay historias de amor que terminan en tragedias, (sobre todo si son novelas de televisión escritas por mexicanos), Romeo y Julieta, la famosa obra de Shakespeare que todos conocemos, es un buen ejemplo. En esta historia se hace notable y crece la expectativa de la tragedia, cuando leemos la obra o vemos su interpretación, más por la violencia que la rodea que por otra cosa. Su propio desenlace es la mejor muestra, la muerte se lleva al amor y por amor, llegan a la muerte.

El bien y el mal, son el origen del hombre. Dios, nuestro creador, pone al hombre en escena por amor, pero en ese su afán, algo se le sale de las manos y un ángel se convierte en demonio, lo demás lo conocemos bien. Un amigo mío diría, “menos mal que fue así, porque si no la vaina sería muy aburrida”. Por alguna razón (y miren que ha habido teólogos discutiendo el tema, desde que esa disciplina existe), Dios, teniendo el poder supremo, permite que aun el mal exista.

El frío es necesario para conocer el calor, o la falta de él. La luz y la oscuridad, no podríamos percibirlas si no coexistieran. Así como el negro y el blanco, son el resumen de la policromía. Todo en nuestra vida son extremos, diferencias, contradicciones, enfrentamientos, choques; a veces de trenes, otras de almohadas de plumas, pero diferencias al fin.

Pero eso, nosotros los humanos, ninguno es igual a otro, ni lo será. Estamos hechos del mismo material, por las mismas manos, pero nuestras esencias son únicas, no se pueden replicar exactamente. Somos seres hechos a imagen y semejanza de Dios y Él, también es único.

En todos nosotros existen los mismos sentimientos, unos están dispuestos en formas diferentes que en los otros, dimensionados de otra manera, pero todos están en nuestros genes; los buenos y los malos, solo que unos están más dormidos que otros.

El miedo, es para mí, uno de los más duros, uno que sobre sale de entre muchos de los sentimientos. No es el mejor o el peor, el miedo es difícil de clasificarlo, de ponerle un mote, es complicado de catalogar. El miedo es capaz de mover o de paralizar, puede hacernos reaccionar para defendernos, pero también puede impedir que actuemos; todo depende, como siempre, de cada situación, de cada momento, de cada ser humano.

El miedo evita que amemos, impide a veces que nos enamoremos, hace que escondamos nuestros sentimientos hacia los demás por el temor a ser rechazados, a no ser entendidos e inclusive despreciados. El miedo no es malo, lo que puede perjudicarnos es como actuamos ante él. Tener miedo no es solo de cobardes, también los valientes lo padecen y mucho. Parir a un niño puede generar mucho miedo a una mujer, por el dolor a sentir, por las consecuencias, por muchas razones; pero la satisfacción de traer una vida al mundo, arropa ese miedo. Pero hay mujeres que abortan y también es por miedo. Por temor a que un padre se entere de un error, por ser descubierta en un amorío o por el hecho de ser amenazada por su amante, que no desea tener ese hijo; por miedo, comete ese terrible acto.

El valor y el miedo compiten a diario en nuestras vidas. No solo frente a situaciones de peligro, que no son las más frecuentes, se presenta en cada decisión, en cada acción, en cada comentario, hasta “el qué dirán” es algo que genera mucho miedo a muchas personas, las destruye. La indecisión es un reflejo diario del miedo, una falta de acción que nos paraliza. La falta de amor por los otros, la ausencia de caridad por el prójimo, también tiene mucho de miedo en su esencia.

Muy a pesar que el miedo, en la mayoría de las veces, creemos que nos afecta o se activa por factores externos, es contra cada uno de nosotros, a lo interno, con quien juega el miedo la más terrible partida; es dentro de nuestras propias vidas, en lo más íntimo, en nuestra mente y corazón, donde hace mayor daño, de manera consciente e inconsciente.

Frecuentemente el miedo aflora por falta de amor, por no respetarnos a nosotros mismos, de no creer que valemos, cuando nos sentimos acomplejados, rechazados o menos que los demás; cuando no nos sentimos amados. Dios nos ama a todos con el mismo amor, con la misma intensidad, sin distinciones de raza, color, estudios e incluso, sin distinción de credos. Dios ama hasta a quienes no creen en él, también son sus hijos. Si Dios te ama y tú sientes amor por ti mismo, no te hace falta nada más.

Es el miedo nuestro enemigo íntimo, es el que más nos atormenta, en ocasiones de forma silente, otras con mucho escándalo. Muchas veces mientras más conscientes somos de las cosas, más temor sentimos y pareciera una contradicción, pero es que cuanto más sabemos, mayor cantidad de misterios por aclarar encontramos. Dicen que, a mayor edad más incertidumbre y mayor es el miedo, pero también es superior (o debería ser) la experiencia y la fuerza interna para enfrentarlo; eso sigue dependiendo de cada quien. 

El miedo nos oprime, nos deprime, nos exprime; pero también hemos sido dotados con las fuerzas y habilidades necesarias para vencerlo. El miedo hay que encararlo a diario, es casi como respirar, como pensar, como sentir el latido de nuestro corazón, hay que enfrentarlo cada día; con amor y decisión, un día a la vez.

El miedo, ese enemigo íntimo, siempre estará allí. Alzado unos días, muy discreto, como haciéndose el pendejo en los otros, siempre al acecho; esa es su naturaleza.

Dios nos regaló a Jesús su hijo, que dio su vida por nosotros, Él tuvo mucho miedo. Pero lo enfrentó, con el apoyo de su Padre, que estaba con y en Él. Dios también está en cada uno de nosotros, Él es Amor, la única fuerza capaz de destruir y compensar con creces, todo lo que nos hace daño, en especial dentro nosotros mismos. No debemos tener miedo, mejor dicho, no debemos esquivarlo, ya que él siempre estará dentro de nosotros y hay que enfrentarlo; unos días con vehemencia, otros con inteligencia.

"Temo a un solo enemigo que se llama, yo mismo" (Giovanni Papini).

"El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro" (Woody Allen). 

El miedo es tu enemigo íntimo, el más cercano; salúdalo y busca hacer la paz con él. (E.J.León).




Eduardo J. León Hernández


Barranquilla
Agosto 03, 2.018    

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