miércoles, 6 de diciembre de 2017

Y TU, CUANTOS MILAGROS HAS HECHO?


La palabra milagro la tenemos en nuestro léxico como grabada a fuego, pero parece que no creemos en ellos. Los milagros han estado en nosotros desde que éramos niños y en nuestros oídos ha retumbado esa palabra, desde que fuimos concebidos. De hecho, todos somos un milagro de la naturaleza, pero quiero es hablar de esos milagros que cada uno ha logrado hacer alguna vez, que hacemos y podemos hacer, cada día. Si, aunque no lo creas, tú  tienes ese poder y no te has dado cuenta, pero te voy a ayudar. Te voy a contar una historia, mi historia sobre el primer milagro del que tengo memoria que participé y que tengo grabado en mi mente y en mi corazón.

Hace ya unos cuantos años, me fui con mi compadre Ascanio Calles a buscar camarones y pescados en Los Puertos de Altagracia, como a unos cuarenta minutos de Maracaibo. Fuimos a la casa del personaje que nos ofreció el asunto, pero nos “embarcó”, no lo conseguimos. Sin embargo, para no perder el viaje decidimos visitar a unos amigos que teníamos en esa zona y nos fuimos a la casa de Cayuco.

Antes de continuar, les explico que Ascanio, era una persona genial, era amigo de todos, muy hábil en relacionarse con la gente y con una memoria fotográfica para recordar caras, nombres, apellidos y esos detalles que ayudan a identificar a la gente; además de ser un mamador de gallo único en su especie. Mi compadre siempre me cambiaba de profesión, dependiendo de las circunstancias y de su interés, yo podía ser abogado, ingeniero, veterinario, policía, en fin, cualquier profesión que él le convenía; la cosa iba en función de lo que estuviese hablando o tramando, que eran no trampas, por cierto. Fue un hombre honrado, como pocos. Lo único que era capaz de robarte eran sonrisas y carcajadas. 

Al llegar a casa de Cayuco (no me pregunten el nombre, nunca lo supe, ni lo pregunté), él era el esposo de Ana Julia, bajamos del carro y nos encontramos a alguien acostado en un chinchorro, era tan pequeño, qué parecía un niño. La casa de Cayuco, estaba en un caserío de la zona que se llamaba el Caimán, era una vivienda fabricada con materiales económicos, más o menos grande, con un terreno bastante amplio y no tenían cerca, ni protecciones; no les hacía falta.  El chinchorro estaba colgado entre dos árboles al lado de la casa y había un círculo de humedad en la arena debajo de él. Nos acercamos, ya que nadie contestó el saludo y al abrir el chinchorro, vimos a un señor, que como dijo mi compadre, se veía más viejo que Moisés; si, ese que habló con Dios.

Quien dormía en ese pedazo de tela tejida, era el papá de Ana Julia, estaba muy enfermo y como el mismo nos dijo, andaba visitando a sus hijos para despedirse. Con mucho cuidado Ascanio y yo ayudamos al Señor a medio sentarse en esa pequeña cama colgante y nos dispusimos a conversar con él. Se le veía muy triste, con la mirada a veces perdida. Nos dijo que desde hace años, cuando su viejita murió, él se sentía perdido en el mundo. En ese momento, sale una hija de Ana Julia, que tendría unos 18 años, pero se veía más adulta, ella estaba bañándose cuando llegamos y por eso no nos recibió; era la encargada de cuidar a su abuelo mientras su madre no estaba en casa. María, creo que así se llamaba (y si no, es su nombre en esta historia), nos refirió que su abuelo ya no quería comer, por lo que había perdido mucho peso, lo habían llevado al médico, no le habían diagnosticado nada, pero igual era necesario hacerle otros exámenes. El Señor tenía 78 años, pero parecía tener más de 90.

Justo en ese momento salió mi compadre y le dijo al Señor, “Coño viejo, vos si tenéis suerte, este que está aquí, señalándome a mí, es mi Compadre Eduardito (solo él y los de su casa me llaman así), es uno los Médicos más brillantes de este país, con Especializaciones y hasta Doctorados en Gerontología y Geriatría; acaba de llegar de Alemania hace unas semanas y mientras estuvo allá, él inventó allá una pastilla especial para los viejitos enfermos”. Se podrán imaginar la cara que puse. Era la más alta graduación que había logrado, por parte de mi tutor profesional personal hasta ese momento. Para quienes me leen y no me conocen, yo soy Contador Público de profesión.

De inmediato, luego de asumir mi nuevo rol y siguiéndole la corriente a mi Compadre, agarré la mano del viejito para tomarle el pulso, le miré los ojos, bajándole un poco el parpado inferior (se veía que estaba anémico, para eso no hace falta ser médico) y le pregunte que sentía. El Señor en pocas palabras me dijo que le dolía hasta el pelo y que se sentía muy, pero muy cansado, como si fuera a morir. Estuvimos un buen rato hablando con este viejito, escuchando algunas de sus historias y nos dimos cuenta que sentía una soledad muy grande. De inmediato mi Compadre me dijo: Este es otro caso para tu pastilla mágica, cuantas le traigo?

Mi cara quedó congelada y entre casi en pánico pensando, que le ira a dar este carajo a este Señor?. Ascanio fue hasta el carro, arrancó una hoja de papel de una libreta grande que tenía y en ella metió unas 20-25 pastillas de Litrison (él siempre cargaba un frasco enorme que vendían antes y contenía 100 unidades), un excelente vitamínico, complejo B le llamaban, muy utilizado por los tomadores de licor para aminorar sus efectos y proteger el hígado. De inmediato pasé a darle las instrucciones, el récipe pues, pero de manera verbal y se lo explique también a su nieta: Tomar una pastilla con cada comida, tres veces al día por una semana. Les explique que no podía tomársela sin comer, porque le haría daño y en vez de mejorar, se podía poner peor.

Pasando unos minutos, llegó Ana Julia, nos tomamos un café con ella y nos fuimos. Al montarnos en el carro, le armé un lío a mi Compadre y su respuesta fue una enorme carcajada que aún recuerdo.

Después de esa oportunidad, no pude visitarlos de nuevo, hasta unos dos años después que mi Compadre se apareció en mi casa. Era fin de semana, yo había llegado de la firma, había subido al cuarto a dormir, tenía cansancio acumulado y le pedí a las hijas que no hicieran ruido; que si alguien llegaba, le dijeran lo mismo, que por favor no me molestaran. Pasados apenas unos minutos, mi esposa subió al cuarto y me dijo: “Allá abajo está Ascanio, de flux y corbata, que quiere hablar con vos. No le pregunté qué quería, debe ser algún amigo de ustedes que se murió y te viene buscar para ir al funeral, porque nunca lo había visto vestido así un domingo, a la una de la tarde”. En seguida abrí los ojos y le pedí le dijera a Ascanio que subiera al cuarto. El muy desgraciado al entrar me gritó: Compadre levántese que tenemos un matrimonio y usted es el padrino.

María, la hija de Cayuco y Ana Julia se casaba y habían decidido que yo fuera el padrino de la boda, pero a mi Compadre se le había olvidado decírmelo. A él era prácticamente imposible decirle que no y además, el hijo que es llorón y la madre que lo pellizca, después de pensarlo mucho, como unos dos minutos, me bañe, me puse el traje más fresco que tenía y salimos. 

Por ser domingo no había mucho tráfico y llegamos a Los Puertos de Altagracia bastante rápido, nos tomamos unas frías en la vía y al llegar nos fuimos al Mango Hilton, la casa de Tolía. Un familiar de Ana Julia que vivía cerca de la playa y en el patio tenía varias, enormes matas de mango, que casi no permitían la entrada de los rayos del sol. Yo iba manejando y me estacioné al frente y al mirar al porche de la casa, yo no podía creer lo que mis ojos veían. El viejito del chinchorro, el moribundo, estaba allí parado, con un liquiliqui blanco; había pasado buena parte del día esperándome, para darme un abrazo y las gracias.

Cuando estuve a su lado, me dijo: “Coño gracias a Dios que llegó mi Doctorcito”. Yo tendría en esa época unos 26 años y lloré como un niño de la alegría, abrazado al viejito por un rato; hasta que fuimos interrumpidos por otros pacientes que también me esperaban. Allí si entré en pánico y dije, que paso aquí?. En ese momento llegó Ana Julia y me abrazo, ella me conocía muy bien y sabía que yo no era ningún médico, me tomo del brazo y le dijo a la gente: “El doctor vino como invitado especial, él es el padrino de la boda (se casaban solo por el civil) y hoy no va a pasar consulta, después hacemos una jornada.” Al escuchar eso me entró un alivio, pero también una gran curiosidad: Que carajo pasó aquí?, fue de nuevo mi pregunta y me fui hasta la mesa especial que nos tenía reservada Ana Julia, me senté con ella y mi compadre y les dije ambos: aclárenme esta vaina.

Luego de una semana de nuestra visita inicial a casa de Cayuco (les recuerdo que fue dos años antes), mi Compadre pasó por casa de Ana Julia, para ver como seguía el viejito. Le informaron que después de nuestra visita, el Señor había empezado a comer y a tomarse la “pastilla milagrosa”. Como le habíamos dejado dosis para una semana, Ascanio se devolvió al carro, sacó su frasco gigante y se lo dejó completo. Le dijo que le bajarán la dosis, solo dos al día, y después de quince días, solo una capsula en el almuerzo. También se metió a médico.

Ana Julia sabía muy bien lo que Ascanio y yo habíamos hecho, sabía que no éramos médicos, pero habíamos logrado “el milagro” de que su papá comiera y que se tomara la vitamina. Eso generó un círculo virtuoso, ya que al comer agarró fuerzas, las vitaminas le ayudaban, también le generaron un gran apetito y poco a poco el Señor se fue recuperando y empezó a caminar e inclusive a cantar y bailar.

Yo nunca había bailado con un viejo hasta ese día (ojo con los mamadores de gallo, esa ha sido la única vez), por suerte el día lunes siguiente era festivo y pude quedarme toda esa noche, de hecho dormimos en el Mango Hilton, en dos excelentes hamacas que nos prestaron. Fue una noche mágica, dentro de la humildad y la pobreza de esa gente, podías agarrar con tus manos la alegría que había en el ambiente; por la boda de María y la salud del viejito. Este Señor duró ocho años más desde ese último día que lo vi, no pude asistir a su entierro por estar fuera de la ciudad.

Los milagros no los hacemos nosotros, somos el medio para que ocurran, es Dios quien decide ayudar al prójimo, a nuestros hermanos y a nosotros mismos, cuando tenemos fe; en otras palabras, tenemos que buscarlos. 

El viejito confió en mí, pero más confió en Ascanio, quien “lo engañó” diciéndole que yo era médico, geriatra y con doctorados, además de que había inventado una pastilla mágica. Pero también Ana Julia confió en lo que habíamos hecho. Eran muchas las oraciones que seguro hizo para que su padre comiera, que de alguna forma superara esa tristeza, ese vacío que tenía dentro y lo estaba matando. La oportunidad de sentarnos, de escuchar a ese Señor, que nos contara un pedacito de su vida, que se desahogara, fue lo único que nosotros hicimos; escucharlo con atención.

Ascanio hacía mucho esto, por su trabajo viajaba frecuentemente a pueblos y caseríos, visitaba a la gente más necesitada; pero sobre todo, los escuchaba. No tenía problemas en sentarse a conversar sobre una banca de madera para saber de “su gente” y si había un café o una cerveza fría, mucho mejor. Trabajaba con un organismo público que ofrecía ayuda para mejoras y construcción de casas, escuelas y centros de salud. Nunca le negó nada a nadie y fueron muchos los que lo olvidaron.

Hoy mi Compadre Ascanio estuviera cumpliendo 76 años. Hace muy poco que se nos fue, y en honor a él, a ese genial mamador de gallo, a ese gran amigo, a ese ser que siempre te decía lo que te convenía escuchar, lo que era bueno para ti, a él, que siempre estuve dispuesto a escucharme, escribo esta historia.

Como dije al inicio de este escrito, tú también puedes hacer milagros, sonriendo y escuchando a quien necesita ser escuchado, ayudando a quien necesita un abrazo. Tú mismo, puedes ser la “pastilla mágica”, esa que tu prójimo necesita.        


Eduardo J. León Hernández

Barranquilla
Diciembre 05, 2017       


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