lunes, 21 de enero de 2019

LA CAMISETA AMARILLA DE COLOMBIA


 Hace casi cinco años cuando emigré a Colombia, me encontré con una ciudad, de muchas maneras parecida a la mía, con el mismo calor, a la orilla del mar y del río Magdalena y hasta con un puente, mucho más pequeño, pero muy parecido al Puente Sobre el Lago de Maracaibo. 

Barranquilla no era para mí ajena de un todo, algunas buenas personas que conocí en mi tierra, mi compadre-hermano Hernán Gutiérrez, son oriundos de esta ciudad y muchos de los trabajadores con quienes compartí, en mi segundo trabajo en Auto Talleres Lago durante mi primera juventud, es su mayoría eran latoneros y pintores de estos lares. Con ellos compartí muchos momentos, la mayoría de ellos, muy buenos.

Mi llegada a esta ciudad, ocurrió en un momento donde el fútbol ocupaba toda la atención de sus habitantes. Era la época donde el campeón de Colombia, el Junior de Barranquilla, el equipo local, estaba luchando en torneos internos, pero también porque asistía al mundial de fútbol de Brasil 2.014. Luego de eso, cada año he vivido la pasión de los colombianos, la manera cómo viven ese deporte. En general en toda Colombia, las hinchadas de cada equipo son espectaculares y muestran su amor y admiración por sus jugadores. Como en todas partes donde hay fanáticos se presentan excesos, pero no llegan a ser tan dramáticos y peligrosos como algunos argentinos o los famosos Hooligan de Inglaterra, que realmente si representan una mala cara para este deporte.

El fútbol en Colombia es realmente un asunto serio. Cuando hay juegos de mucha importancia de la selección nacional o del equipo local en su ciudad, hasta se decretan “tardes cívicas” para que los fanáticos puedan asistir al estadio o puedan ver el juego por televisión. Para los mundiales de fútbol, algunas empresas colocan un televisor para los trabajadores, para que puedan hacer un alto en sus tareas de ese día a la hora del juego y verlo. En una empresa donde trabajé un tiempo, fueron los mismos trabajadores quienes compraron el televisor, imaginen eso.

Tengo una anécdota de cuando estaba recién llegado. El primer fin de semana salí a comprar algunas cosas para tener en la pequeña nevera del apartamento que la empresa había rentado para mí y cuál fue mi asombro, cuando vi que ese sábado en la mañana, dos de cada tres personas llevaban la Camiseta de Amarilla de Colombia. Hasta llegue a pensar que había una ley que obligaba su uso, es realmente impresionante para quienes no tenemos esa costumbre ver ese espectáculo en las calles.



Pero no es solo la vestimenta. Es también pasar por tiendas, abastos, empresas que venden televisores, restaurantes, cualquier sitio donde esté encendido un televisor y transmitan el juego, tiene un gentío al frente viendo el partido y todos apoyan a su equipo con sus gritos o su silencio. Brindan rondas de cervezas (bueno, los que pueden), refrescos (gaseosas) y cualquier cosa que puedan compartir. Si los partidos son nocturnos, los acuerdos de amigos y familias para juntarse a ver el juego son inmediatos y el rating de los canales que no transmiten ese encuentro, cae dramáticamente. 

Uno sabe cuándo hay un gol de Colombia o una gran oportunidad de hacerlo, por los gritos y ruidos de quienes están en esa faena. La gente se une de manera increíble. Cuando esto ocurre, en las misas los sacerdotes invitan a orar por el triunfo del equipo que corresponda. El sacerdote de mi parroquia, durante el campeonato, ha puesto afiches con las fotos de los jugadores dentro del templo. Eso, particularmente, me ha gustado mucho.

Pero (lamentablemente siempre hay un pero) después de esos juegos, de ese drenar de adrenalina masivo, luego de la discusión de los aciertos y errores cometidos por el equipo, se acaba la ilusión, se acaba el encanto, como diría una gran amiga mía. El colombiano vuelve a la normalidad.

No quiero que me mal interpreten por lo que escribo a continuación, muy por el contrario de que sea tomado como una crítica, quiero que lo vean como un aporte, como una excelente manera de mejorar como sociedad. Si el pueblo de Colombia se uniera como se une durante un partido de fútbol, sería uno de los mejores y más felices países del mundo, de eso les doy la seguridad.

La forma como se organizan para los juegos es genial, espontánea y permea a todas las clases sociales. Es precisamente la ruptura de esa separación de clases, de la eliminación “temporal” de esa nomenclatura odiosa de “los estratos”, que es uno de los aspectos que les señalo me ha perturbado más desde que me vine a este país, la que me reafirma mi razonamiento de que Colombia puede ser y será grande entre los grandes, cuando aprendamos a vivir, todos los que aquí habitamos, como si estuviéramos en un eterno campeonato de fútbol.

La existencia de estratos sociales me imagino no es una condición única de Colombia, pero de los varios países que conozco, solo aquí existe, de manera tan seria y arraigada, ya que está en leyes, decretos y en la manera de cobrar los servicios públicos. Eso es algo que desgraciadamente marca a su gente desde su nacimiento y esa separación, hasta llega a definir el progreso de cada persona y de la familia. Reconozco que hay sectores muy progresistas y que han intentado e intentan cambiar esa situación y muchas otras que no vienen al caso señalar.

Es muy común para mi en misa, escuchar como algunos sacerdotes, muy disimuladamente en unos casos o mediante un reclamo duro y directo en otros, le exigen a la feligresía, que mejoren el trato a las personas que les ayudan en sus casas, a sus obreros y empleados, para aquellos que tienen empresas. Que les paguen lo que les corresponde, que cubran al día sus aportes a la seguridad social y respeten su tiempo de descanso. Les recalcan que son seres humanos igual que todos y que merecen un trato digno. No es la generalidad, conozco excelentes familias que tratan a sus asistentes en el hogar, como uno más de la familia (Eroooo), algunos sabrán a quien me refiero. Pero hay muchas otras que los tratan como gente de segunda o tercera clase. Eso también ocurre en mi país, estoy seguro de ello, pero es muchísimo menos frecuente. Ese es solo un detalle que debe cambiarse, es un asunto heredado, pero muy importante, porque denota educación y respeto.

El día que inicié este escrito, ocurrió un terrible evento terrorista. La guerrilla del eln (así en minúsculas), hizo explotar un carro bomba dentro de las instalaciones en una Escuela de Policía en Bogotá. Es uno de los crímenes más atroces que puede realizar un ser humano: matar, asesinar a mansalva a una veintena de jóvenes y herir a otra gran cantidad, estando desprevenidos y sin poder defenderse. Hoy dicen los voceros de ese infame cuerpo de miserables, que es una señal que le envían al gobierno por haber despreciado su acto de buena voluntad, que fue el haber suspendido su actividad guerrillera y de secuestros en la época navideña; nos dieron un regalo pues. No había escuchado una excusa más vil que esa para respaldar un asesinato en masa. 


El día de ayer, en Bogotá, miles de personas se lanzaron a la calle para protestar contra ese evento terrorista y pidiendo la paz; lo mismo ocurrió en otras ciudades, aunque por supuesto en menor cuantía. Pero esa misma demostración no la vi en Barranquilla y debo decirlo, aquí vivo y me siento parte de esta sociedad, solo unas 300 personas se acercaron a la marcha que se convocó para protestar contra la violencia y a favor de la paz. Quienes allí murieron, excepto por dos extranjeros que estaban cursando estudios en esa escuela, eran Colombianos, al igual que los más de cincuenta heridos, muchos de los cuales, probablemente queden discapacitados. 

Por supuesto que hay otras situaciones, pero estos son solo
 ejemplos de lo que yo he podido ver y no trato de dar cátedra de buena gente, humildad y mucho menos de perfección, soy una persona que ha cometido y comete errores; tampoco trato de resaltar los errores o deficiencias culturales, por el contrario, quiero demostrar lo bueno de esta sociedad.

El día que TODOS los colombianos de bien; no los malos, no los tramposos, tampoco los productores de droga y narcotraficantes, esos que difícilmente cambiaran su actuar, aunque para Dios nada es imposible y que son los menos, ya que representan una minúscula minoría y son la escoria que ensucia el buen nombre de este bello país. El día en que costeños y cachacos, pastusos y paisas, y todos los demás gentilicios, se agarren de la mano y vistan la misma camiseta, Colombia será diferente.

Un conferencista colombiano-japonés, dice en una de sus charlas, que si se le dice a un colombiano: A que no te subes en ese árbol?, de inmediato éste te contesta, cuanto me das y me subo? o y como para que debo hacer eso?. Pero, que si le cambias la sentencia y le afirmas: Colombiano, tú no tienes fuerza para subir en ese árbol. Cuando él ve eso como un reto, la respuesta es: Cómo quieres que me suba, por el frente o agarrándome de las ramas.? Y seguro que se sube.

Mi reto es a todos los Colombianos y residentes de este hermoso país, si todos somos capaces de unirnos alrededor del fútbol, por qué no unirnos para mejorar el país?: 


Vamos todos a ponernos siempre la Camiseta Amarilla de Colombia.


Eduardo J. León Hernández
Enero 21, 2.019

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