jueves, 23 de noviembre de 2017

GRACIAS A USTEDES LOGRÉ MI SUEÑO


Esas palabras las escuché recientemente en una celebración litúrgica en una parroquia a la que asisto regularmente. Las pronunció al final de la misa un joven soldado, quien mostró muy contento la prótesis que le habían colocado para completar su miembro inferior izquierdo, el cual perdió, por debajo de su rodilla, en uno de esos momentos terribles que tiene la guerra.

Ese joven estaba allí para dar gracias a Dios por el milagro de poder caminar de nuevo, se le veía muy feliz y no dejaba de agradecer a quienes, de esa feligresía, ayudaron con su aporte económico para lograr esa prótesis. También se dirigió a los presentes para pedir la colaboración para muchos otros, que al igual que él, también tienen el sueño de lograr ser “como antes”.

Ese cuadro que les dibujo en los párrafos anteriores ya lo había visto en otras ocasiones, pero no fue sino hasta la semana pasada que caí en cuenta de una triste realidad. Como es posible que el sueño de un hombre joven, quien perdió una parte de su cuerpo luchando por su país, por los mismos que estábamos presentes en esa eucaristía, tenga que ir a mendigar, a pedir dinero para recomponer su cuerpo y poder ser “como antes”? 

Más increíble aun, fue la impresionante cantidad de gente que miró hacia un lado, los que pasamos por el frente de otro joven que tenía en sus manos el envase, donde esperaban la colaboración para "recomponer" el cuerpo de otros jóvenes discapacitados, por culpa de una mina o un disparo; que indolencia tan grande. En esa iglesia podía haber más de 400 personas en ese momento y por la puerta por la cual salimos, abandonamos la iglesia más de 100; fue triste ver que solo unas pocas pusieron algo y vaya usted a saber el valor de lo aportado. Coño, de que estamos hechos ?

En primer lugar las sociedades están obligadas a socorrer a estos héroes, quienes además de que, por el hecho de ser los hijos de José y María, de los que no tienen real, son los que integran el ejército y la policía, son quienes dan la cara y ponen el cuerpo ante las minas y las balas. Estoy casi seguro, que ninguno de los feligreses que asisten a esa iglesia, tienen algún familiar en esas condiciones. Dije “casi”, ojalá esté equivocado y aclaro, que eso no solo ocurre en esa parroquia, ese comportamiento con seguridad se replica en el resto. 

El estado debe ser obligado a “reparar” a esas víctimas, a sufragar con recursos públicos los esfuerzos y riesgos de esos jóvenes, que encararon la muerte tan de cerca, que la vieron pasar, que se les paró al frente y hasta les toco el cuerpo, quitándole una parte. Y cuando hablamos de reparar me refiero, además de colocarles las mejores y más avanzadas prótesis disponibles en el mercado, también es lograr para ellos un trabajo digno, con el que puedan ganarse la vida y no solo una miserable pensión (si es que la logra), que no representa para nada el esfuerzo y sacrificio estos jóvenes. O es que ellos valen menos que un diputado o un gobernador? Esto debería ser parte del derecho internacional que ampara a los derechos humanos, no hay derecho a que esos seres, quienes regularmente provienen de muy humildes hogares, tengan que andar mendigando unas monedas para volver a ser “como antes”, como Dios los hizo. Para poder lograr su sueño.

Pero también nosotros somos culpables de ello. Primero por no evitar las guerras, producto de ambiciones perniciosas y egoístas, si es nuestra responsabilidad (recalco, nuestra, yo también voy en el saco) por la dureza de corazón. Por nuestra parcialidad egoísta y la avaricia, por nuestra desidia, por no considerar al otro, por no exigir nuestros derechos y también cuidar los de los demás; por no cumplir con nuestros deberes personales, familiares, ciudadanos y religiosos.

De que nos sirve ir a la misa, darnos golpes de pecho y después de haber escuchado un mensaje, tan claro como los que nos regala el Señor en cada eucaristía y en especial en esa parroquia, donde nos invitan a acercarnos a los demás, pero le pasamos por el lado a ese necesitado. Y estoy hablando en este caso de ese joven soldado (y tantos otros que se cruzan en nuestro camino a diario), no hacemos nada, ni siquiera le sonreímos o nos paramos a su lado mientras él esté allí, estoico, pidiendo una limosna. 

No somos capaces ni de escuchar su historia, de tomarnos unos minutos para al menos preguntarle que hace para vivir, como lleva ese sufrimiento, de qué manera sobrevive y si (a pesar de su desgracia) puede sonreír, faltándole una parte de su cuerpo. Saber al menos en que batalla perdió esa parte de su pierna o esa mano, donde y como fue el evento; a los héroes de guerra les gusta comentar sus acciones en el campo de batalla y nadie se preocupa por escucharlos. He allí la razón de mi tristeza y mi frustración, es producto de nuestro (repito nuestro) insensible comportamiento.

Yo no digo que vayamos por el mundo con una bolsa de dinero, para dar limosnas a todo el que cruza nuestro camino, esa no es la idea. Ni nos alcanza la plata, ni es la solución del problema. Muchos (más bien todos) necesitan ser escuchados, ser tratados como gente, alentados en sus deseos de superación y sobre todo, siempre esperan de nosotros, al menos una sonrisa. Eso, no cuesta nada, pero vale un montón.

Eduardo J. León Hernández

Barranquilla
Noviembre 23, 2.017

No hay comentarios:

Publicar un comentario

LA CULPA MATA MÁS GENTE QUE LA GUERRA

Tomado de www.seamosfelices.com Hace unos días escuché la sentencia que titula este escrito y me llevó a recapacitar en cuanta culpa hay en ...