domingo, 19 de noviembre de 2017

ZOMBIELAND

Las historias de zombis siempre han sido famosas. El Thriller de Michael Jackson, es el mejor exponente de este género o más aun, es el referente de este tipo de espectáculos, convertidos en una enorme variedad de películas, obras de teatro y musicales. Los zombis no son nuevos, existen películas y libros dedicados a estos muertos andantes desde antes de que la televisión fuera a colores. La definición de zombis es muy sencilla, seres que han muerto y que por razones demoníacas o por infecciones de terribles bacterias, toman vida nuevamente y deambulan por las calles, normalmente con un hambre exacerbada, que los convierte en caníbales.

Un thriller también es un género literario o cinematográfico, que denota suspenso; donde hay héroes y villanos, pero que sus tramas suelen ser complicadas, oscuras y hasta enredadas de entender hasta el final. Uno de los escritores que mejor han definido y dibujado, a través de sus escritos, este tipo de género es Stephen King, varias de cuyas obras han ido a la gran pantalla.

Los zombis son seres ficticios, no existen en la realidad, al menos yo no los he visto sangrando y comiendo gente en la calle, pero en muchas ocasiones si vemos personas que van por la vida “como un zombi”, caminando sin destino, hambrientos, con los ojos hundidos y caras de muerto. Eso es algo que se ha ido convirtiendo en un evento común y hasta lo hemos empezado a aceptar con mucha normalidad; demasiada diría yo. Ya no nos llama la atención como debería, ni nos genera pena esa condición humana. Muchas veces, simplemente los despreciamos y decimos que son locos, drogadictos, alcohólicos, gente de la calle, sin oficio; perdemos la perspectiva de que esa piltrafa humana realmente es, un resultado de la miseria de nuestras sociedades, o sea, de nosotros mismos.

También hay zombis estudiados (no es lo mismo que educados), con carro y bien vestidos, que tienen familia, casas y recursos económicos, pero que van por la vida como si los demás no existieran. Ellos nunca tienen hambre, pero son caníbales, no pierden oportunidad para echarle una vaina a cualquiera que se descuide, viven al acecho. Esos son más peligrosos que los sangrantes, porque no te dan indicios de lo que son hasta que te desgarran la vida y luego te chupan la sangre; si así mismo, cual vampiro.

En las películas, siempre hay un punto de inicio de esta tragedia, una bacteria que se escapa de un laboratorio o un muerto que es mordido por un ser maligno salido de las tinieblas. Al salir de sus tumbas y empezar a atacar al resto del pueblo, la bacteria o el mal, se esparce rápidamente, como gasolina regada en carretera de piromaníacos.

Hay países enteros que son así, hay regiones del mundo donde esta ficción es una realidad. Y no es un hecho nuevo, los zombis por hambre y los zombis miserables siempre han existido, pero no eran tan conocidos esos hechos como ahora, que los medios permiten saberlo. Lo triste es que en las películas, cuando se conoce la noticia de un estallido de zombis, las autoridades actúan, o de los mismos pueblos, hombres y mujeres valientes salen y luchan en las calles, en plena oscuridad, sin armas, sin saber cómo atacarlos, pero decididos a acabar con ellos. Es su vida y la de los suyos la que está en juego.

Mi bisabuela, Mama Aurora así le llamábamos, era una santa y cada vez que veía la hambruna que reportaban en Biafra se entristecía mucho y hasta lloraba. Esa pequeña nación formada por cinco estados de Nigeria, que por varias razones buscaron su separación, solo duró como estado unos tres años, en ella se estima que murieron, hace unos 50 años, más de un millón de personas, la mayoría de hambre. Mama Aurora siempre que escuchaba algo decía: “Quien tuviera un avión para enviarles muchas olletas de sopa” y Papa José, su esposo, mi bisabuelo le contestaba, “Aurora, si le enviáis sopa de la tuya, se mueren de tanta vitamina que tiene”, suena jocoso, pero era real.

El hambre y la sed que padeció la gente de Biafra, región que para esa época tenía unos 18 millones de habitantes, sumado por supuesto a la falta de atención médica, medicinas y la guerra, fue algo terrible. “Un dato que sirve para medir la dimensión de esa crisis: la movilización de transporte aéreo civil que se usó para aliviar la situación de hambruna fue la más grande desde el final de la II Guerra Mundial”, eso lo menciona BBC en un artículo de mayo de este año. Biafra era solo apoyada como nación por cinco pequeños países y algunos otros más grandes le daban apoyo financiero y en armas. Las imágenes de la hambruna de Biafra, son impresionantes. Los niños desnutridos, en brazos de sus madres, con unas poses cadavéricas dan dolor y espanto, algunas fueron muy famosas, tristemente reconocidas y destacadas en premios de fotografía periodística. Se puede pensar, que tomar y publicar esas fotos dan una satisfacción morbosa, pero no es así. Gracias a ellas, a los valientes periodistas que tuvieron y tienen la actitud heroica de cubrir esa y muchas otras guerras y a la fuerza que se debe tener en el estómago para tomar esas fotografías, se permitió que fuera conocido en todo el mundo, lo que en Biafra ocurría.

Indistintamente de que haya generado esa guerra, el hecho a resaltar es que quienes padecían el hambre y la sed, la enfermedad y la muerte eran niños, mujeres y ancianos, los más débiles. Ellos, junto a muchos hombres, fueron los que se convirtieron en zombis por hambre, por culpa de los zombis miserables. El reportaje de BBC antes mencionado señala que “Las imágenes de niños consumidos por el hambre en Biafra que fueron difundidas por televisión, le dieron la vuelta al mundo y llegaron hasta el presidente de EE.UU., que ordenó hacer algo al respecto”. Nixon dirigía  USA en esos momentos.

El país de donde vengo, el que me vio nacer y donde espero poder morir cuando me toque, se ha convertido en un país de zombis. Por un lado el hambre, si amigos el hambre; la gente de unos de los países más ricos del mundo anda a diario por las calles buscando comida, muchos no la consiguen ni teniendo dinero para comprarla, porque en algunas zonas ya ni llegan provisiones. Otros ya no tienen con qué y viven de la caridad, pero tampoco hay mucha, por lo que se ven forzados a comer de la basura. La falta de medicinas, de servicios médicos y la inseguridad, hacen de Venezuela un sitio más peligroso que la Biafra de los años 60, a pesar de no haber una guerra declarada. Han vuelto enfermedades que estaban erradicadas, alimentos que antes eran consumidos a diario, ahora son un festín, enfermedades tratables comúnmente y que normalmente no son un riesgo que conlleve a una pérdida de la vida, han tomado más víctimas que cualquier conflicto armado.

Esta semana, con mucha tristeza veía un video, donde una señora relataba que ella había perdido su único de riñón, por no contar desde hace meses con el tratamiento necesario para el trasplante que recibió; la señora murió dos días después de la grabación. El hermano de una amiga, diagnosticado tardíamente con un cáncer agresivo, está sumamente delicado y han iniciado una campaña para recaudar fondos y poder ir al exterior, donde le ofrecen una esperanza de vida. La lectura diaria de las redes sociales, donde una de las cosas más comunes es la solicitud de medicamentos, algunos sumamente básicos y que otros países prácticamente los regalan, es una escena abrumadora y triste. Los que aún pueden aprovechar la tecnología, por las redes se informan de cuando y donde hay algo para comprar, pero lamentablemente, a veces, la información llega luego de que se han acabado.

Venezuela es un país de zombis, donde ocurren terribles cosas, cada día. Las imágenes de filas para todo, solo las cree el que las ve y las vive. Pero también las de los zombis miserables, de esos que se pavonean al frente del gobierno, detrás de una vitrina blindada, por supuesto, porque ya no se pueden acercar al pueblo, son impresionantes; por la opulencia que muestran, la desfachatez con la que hablan y lo miserable y cínico de su comportamiento.

Lo triste es que a diferencia de las películas, este thriller ha ido perdiendo héroes, se están debilitando. Muchos jóvenes se nos fueron hace unos pocos meses, asesinados por el régimen en las protestas. Muchas personas valerosas, que han salido a defender nuestra nación y que salen cada día para tratar de sobrevivir, perecen o son metidos en prisión sin motivos válidos. Las fotografías de esos hechos, de los desmanes que la tiranía hizo y hace, es lo que ha ayudado a acentuar el seguimiento y ciertas acciones por parte de los países que desean ayudar a Venezuela.


El pueblo, a veces creo que ha perdido las esperanzas y pareciera, por ratos, que se ha entregado. Aún conservo muchos amigos que están allá, actuando como los fuertes guerreros que son y siempre han sido, escribiendo, profetizando, algunos ya mayores, haciendo todo lo que pueden, pero, son muy pocos, necesitan ayuda. Para mí, que siempre he sido un creyente firme de mantener la esperanza y la lucha, me es difícil reconocer esta situación, pero lo que veo, no me deja escribirlo de otra forma.

La fe en Dios, esa si no la pierdo, pero no por mis fuerzas, sino por las de Él que renueva las mías a diario. Muchos me criticarán porque escribo desde afuera y no estoy allá peleando. A esos solo les digo, que cada día retumban en mi cabeza las veces que mi nieto Andrés de 9 años me ha preguntado “por qué no estamos allá luchando”, no le puedo mirar a los ojos cuando le respondo. Creo que los hombres que aprovechamos y disfrutamos lo que Venezuela nos regaló, no hemos hecho nuestro trabajo, hablo por mí y por los míos y elogio a quienes lo hacen; yo en ocasiones me siento como un cobarde. Como muchos, les juro que tengo mis razones para no estar en mi país ahora mismo y que son muchas las batallas que libré antes de salir y las que lucho a diario desde donde estoy; tampoco en este escrito quiero juzgar a nadie por su inacción, siento que no tengo moral para ello y que cada quien carga con su conciencia. 

No sé qué va a pasar en los próximos días, semanas o meses, no sé cuántos inocentes más van a morir de hambre, de desnutrición, de cualquier enfermedad o a manos de la delincuencia. Tampoco sé cuántos van a morir de tristeza, de soledad y rabia. Solo sé que allá arriba hay un Dios que mira para abajo y su Santo Espíritu que nos acompaña y en cualquier momento se hará justicia.

Tengo la esperanza de que algún día (ojalá sea mañana coño, los muertos de hoy no son de los míos, pero ya me pueden estar llegando), el pueblo despertará y dejará de andar como un zombi. Quiero casi con desespero que alguna ayuda llegue, coño pero que llegue ya, porqué como en Biafra, son demasiadas las muestras, testimonios y fotografías, para que siga este genocidio y que nadie alguien haga algo, pero de verdad. El hambre no espera, ella sabe cómo hacerse sentir, es horrible, es bien fea y se ha mudado a Zombieland.


Eduardo J. León Hernández

Barranquilla
Noviembre 19, 2.017

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