Por el título, mi buen amigo Jairo Peralta, quien nació el
siglo pasado en Santa Marta, diría que voy a escribir sobre alguna paisana de
él, ya que Samario es el gentilicio de los nacidos en esa parte de Colombia;
pues no mí amigo, no es así. Curiosamente y por esas cosas de las lenguas, los
nacidos en Samaría, antigua región de Palestina y que luego pasó a ser parte de
Israel, son llamados Samaritanos y son ellos el centro de esta nota. Considerado
un pueblo de segunda por los judíos, ya que a pesar de tener raíces comunes, los
samarios se mezclaron con gente de diferentes pueblos y como muchos, generaron diferentes
costumbres, adoraciones y ritos religiosos, adaptados a sus
necesidades o a las de sus dirigentes.
Samaría o los samaritanos, son nombrados ocasionalmente en
la Biblia, pero hay tres pasajes de los evangelios de Juan y Lucas que son
bastantes famosos. El del buen samaritano y me detengo en el calificativo de
bueno, que ya nos comienza a decir algo.
Al colocarlo, aunque sabemos que se usa de forma didáctica para decirnos que las
otras dos personas mencionadas en ese pasaje (Lucas 10: 25-37) eran los malos,
es también una figura literaria de trasfondo que pudiera tratar de revelar de
alguna forma, que los samaritanos eran digamos “no muy buenos”, dada sus diferencias
con los judíos; en otras palabras, también era extraño ver un buen samaritano.
Está el otro momento donde Jesús (Ver Juan 4, vale la pena releer todo el
capítulo para entender el contexto), en la primera mitad de su
camino público, decide ir a Galilea y teniendo que pasar por Samaria, se
consigue a una mujer en el pozo del pueblo y le pide agua, convirtiéndose en
una bella historia de conversión para la samaritana y toda su comunidad. Dato
interesante, dice la palabra que en esa oportunidad, Jesús se quedó allí dos días, porque los
samaritanos se lo rogaron.
Luego, ya en el final de la vida humana
de Jesús, quien dirigiéndose a Jerusalén para ser crucificado (Lucas 9: 51 en
adelante), envía a algunos discípulos para que le consigan posada en Samaria,
dice el texto que no se la dieron porque se dirigía a Jerusalén. Acto seguido,
dos de sus apóstoles le preguntaron a Jesús: Señor, quieres que digamos que
baje fuego del cielo y los consuma?, por supuesto Jesús les armo su
zafarrancho, recriminándoles esa malsana intención.
En estas historias, se ven tres tipos de samaritanos, el
bueno, el que se convierte y cree y el mal agradecido (pueblo), aunque mas
adelante pudiéramos decir otra cosa. Tres respuestas ante tres momentos
diferentes. El primero de piedad o misericordia ante la necesidad del prójimo; el
segundo, de claridad y aceptación del Salvador, solo por lo que le reveló a una
mujer y que esta a su vez se encargó de transmitir al pueblo y, finalmente en
el tercero, el no recibimiento de Jesús en ese mismo pueblo, donde antes le
habían rogado que se quedara; curioso no?
Este último texto lo escuche nuevamente esta semana y llamó
como nunca mi atención. En el vemos a dos apóstoles, parece que “encendidos”,
creo que ya habían entrenado bastante en el arte de sacar demonios y de hacer bajar fuego del cielo y quieren reprender a todo un pueblo por no recibir a
Jesús. Y hay unos discípulos que fueron enviados a conseguir la posada
y no lo lograron. Son muchas las lecturas o interpretaciones que estos eventos
nos pueden dar sobre el comportamiento humano y la forma como se puede
estigmatizar a una persona o a un pueblo entero, con o sin razón.
El buen samaritano era bueno él, por su condición
individual. Hacía el bien sin mirar a quien. Vio a un hombre tendido en el piso
después de haber sido robado y golpeado y sin miramientos lo ayudó, buscó darle
cura a sus heridas y pagó posada y comida hasta que se recuperó. Cuantas veces
nos hemos visto ante esta circunstancia y que hemos hecho? La samaritana del
pozo recibe a Jesús y se extraña de que él le hable y se sorprende cuando le
pide agua. Él le ofrece tomar “agua viva” del pozo que acabará su sed para
siempre, le revela su vida y convence a todo el pueblo. Te ha sorprendido Jesús
alguna vez en tu vida? Te ha ofrecido agua de su propio manantial?. Mas profundo aun, has decidido tomarla? Estas
reflexiones ya las hemos escuchado antes, pero es bueno repetirlas.
Pero que pasa en ese último camino a Jerusalén? Santiago y
Juan parece que se creen todo poderosos y se olvidan de la misericordia ante un
supuesto pecador. Quieren tomar venganza por su propia mano contra un pueblo
que no quiso darle a Jesús, al menos una piedra para que pudiera recostar su
cabeza. Tenían tanto orgullo y prepotencia en su corazón? Tal vez eso explica
porque luego de esta escena, en otro momento y circunstancia, la madre de estos dos apóstoles se le
acerca a Jesús y le pide que los ponga a su lado como principales en el reino, según
se relata en Mateo 20:20, clase de rabieta agarraron los otros diez (pueden leer La Mujer de Zebedeo en este mismo blog). Los samaritanos no lo querían recibir
porque iba a Jerusalén, pero que era lo que realmente eso significaba? Sería que
ellos querían que Él se quedara permanentemente en Samaria y ademas lo querían como
su Rey, como su dirigente? O es que estarían celosos de Jerusalén y como niños malcriados le dijeron que siguiera directo? Si los samaritanos, como vimos antes, ya conocían a Jesús y sabían que era el Redentor, yo me pregunto, es que en tan poco tiempo se les pudo olvidar? O tal vez hubo
presiones en la dirigencia del pueblo para no recibirlo? Pudo ser que a algunos
no les convenía que Jesús llegara y se quedara. Es posible que no fuera
conveniente porque iría contra algunos intereses y para evitarlo generaron un
complot. Digo yo.
Y los enviados a buscar la posada, que papel jugaron? Se
dice muy poco en el texto, pero ellos pudieron ser parte del complot. De pronto
eran ellos quienes no querían quedarse en Samaria o hicieron como el hijo que
dijo a su padre que iba a trabajar pero no fue y ellos tampoco fueron a contactar
a los posaderos. El trecho pudo haber sido muy largo y estos enviados, como
muchos de nosotros, eran flojos y no obedecieron las órdenes que recibieron,
vaya usted a saber por qué circunstancia. De pronto se comieron la plata que recibieron
para hacer la reserva o la transfirieron a sus cuentas en Panamá.
Las anteriores líneas son especulaciones mías, pero tomemoslas
como válidas y pongámonos nosotros mismos en esos lugares. Cuantas veces Jesús
ha querido quedarse con nosotros y no se lo hemos permitido? Igual que Santiago y
Juan, no hemos querido vengarnos de alguien y quemarlo usando nuestros ojos de super-héroes y de paso, pedimos que nos pongan en los primeros lugares, por ser los más
santos? Seguro varias veces. Como pueblo, es muy frecuente que no nos pongamos
de acuerdo en lo que nos conviene, dejamos pasar la mejor oportunidad y
elegimos como líderes de nuestros corazones y de nuestras vidas, a gobernantes
corruptos y mal vivientes; o no es así? Cuando nos han encomendado un trabajo, lo
hemos hecho bien? O más claro, hicimos el mayor esfuerzo en lograrlo o realmente
nunca fuimos y dijimos que no fue posible, que no nos quisieron atender?.
De no ser porque ya en el antiguo testamento se señala que
vendría el Cristo y que sería asesinado, podríamos pensar, que de quedarse en Samaría, Jesús no
hubiese muerto crucificado en Jerusalén, imaginariamente es una posibilidad.
Aunque, desde otro punto de vista mas real, esa estadía pudiera haber retrasado la
crucifixión y permitir que Jesús se mantuviese en su peregrinaje por muchos años
y seguir llevando la palabra de Dios al mundo. De pronto los apóstoles, ya un
poco mas conscientes y habiendo entendido mejor el asunto, pudieron haber
hablado con Dios (escondidos de Jesús, por supuesto) y haber cambiado el curso
de la historia. Todo es posible en nuestra imaginación.
Lo que no puede ser posible, es que conociendo los hechos, sigamos
siendo como el levita o el sacerdote y continuamos ignorando a diario al más desvalido, al
enfermo, que está a nuestro lado. Tampoco podemos seguir esperando al Mesías a
un lado de un pozo seco, a Él ya lo tenemos dentro. Él ya está con nosotros y
sabe muy bien quienes somos y que hemos hecho, conoce muy bien lo que ha sido
nuestra vida. Jesús solo espera, que como la Samaritana, salgamos a convencer a
nuestro pueblo de las bondades de creer en Dios, de tener fe en él y que
decidamos de una buena vez recibirlo definitivamente, para mitigar nuestra sed.
No podemos ser como Samaría, muchos hemos recibido a Jesús, nos ha convencido y
motivado con sus actos y palabras, pero nos ha durado poco dentro. Como parte
de esas semillas que cayeron al lado del camino, hemos dejado morir la planta
justo cuando nacía, por no cuidarla. Tampoco podemos pretender estar a su lado
en el reino de los cielos, ni que nuestras madres oren para que eso ocurra
cuando no lo merecemos (aunque las oraciones de las madres lo hacen todo
posible, sino pregúntenle a María) y mucho menos tratar de destruir o mover a
un lado a quien no nos gusta o tiene planes diferentes a los nuestros,
aprovechando nuestras posiciones. Cada quien sacará sus propias conclusiones o
generará sus propias dudas, cada quien al mirarse en ese espejo, verá su real
figura.
Dejo pendiente mi duda sobre los discípulos enviados, ya que no tienen nombres ni apellidos y los detalles de su misión son los que menos se mencionan. Dejo esa duda
razonable, pues no hay culpable hasta que se le demuestra el delito. Mantengo esa incertidumbre
abierta, para pensar que soy yo mismo, que somos nosotros a quien Dios está
enviando. También quiero pensar en la seguridad de que vamos a conseguir posada para Jesús en nuestro pueblo y en nuestro propio corazón y que será para siempre. Esa es la tarea
pendiente.
Eduardo J. León Hernández
Barranquilla
Octubre 07, 2.017
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