martes, 24 de octubre de 2017

AYER, HOY Y SIEMPRE


Hace algún tiempo, un sacerdote a quien aprecio mucho, hablaba de lo que ha existido y existirá siempre. Era una especie de metáfora para explicarnos a la Santísima Trinidad, compuesta como todos sabemos, por el Padre Dios, Jesucristo el Hijo y el Espíritu Santo. Tres unidades de amor de la cual sabemos el primero fue el Creador, el segundo se hizo Hombre para formar parte de la humanidad y dejarnos el amor de Dios en nuevas palabras. El tercero, en varios momentos, nos lo presenta la biblia como una paloma o una llama, un calor de Fuego que no nos quema, más bien nos purifica y nos acompaña. La unión de ellos, ese gran misterio forma la Santísima Trinidad o el Dios Trino, como también es llamado.

Esa secuencialidad, nos lleva a deducir que Dios Padre, como creador estuvo en el pasado, desde los momentos de la nada, de la creación del universo y de la tierra, explicada por esa extraña realidad que revela el libro del Génesis. Dios Padre fue lo que desde el presente siempre ha de existir. Esa sentencia que pareciera no tiene mucha sintaxis, está muy bien escrita, revela la existencia de algo que vive hoy, vive en el mañana, porqué Él mismo es el siempre, lo único eterno. Sin embargo, Dios Padre pudiéramos decir, para objeto de este análisis, es el pasado, el principio. Su hijo nos lo dice y nos dejó la oración excelsa para orar a Dios, el Padre Nuestro.

Jesucristo parece un poco más fácil de explicar, nació en una fecha que conocemos, sabemos de dónde viene, quienes son sus padres, como vivió y como murió. Pero hay una parte de él que es desconocida, la que no era humana, esa parte que nuestra mente no es, ni será capaz de entender. Él fue engendrado y no hay conocimiento biológico y mucho menos genético que pueda explicarlo. Jesucristo ha sido, para los nacidos después de Él, un presente, pero fue un futuro para quienes por la palabra de Dios sabían que vendría. Entonces, podemos decir que Jesús, es el presente. En el Credo podemos ver que es Jesús la figura central, es quien más copa líneas en ese fabuloso escrito de reconocimiento de nuestra Fe.

La tercera figura, esa que nos es más extraña, es la figura principal en algunos ritos litúrgicos y en oraciones establecidas en la Iglesia, pero no es tomado tanto en cuenta por nosotros y eso fácilmente lo podemos comprobar haciendo un recorrido mental de lo que oramos o rezamos a diario. Es el futuro de ayer, hoy y siempre y es el mismo Jesús quien le da al Espíritu Santo esa cualidad, ya la tenía, pero Jesús la destaca. Cristo se ofrece mediante su cuerpo y su sangre, literalmente es así porqué permite que lo crucifiquen, muere y resucita y sube al cielo, pero mediante la solemnidad del partir del pan y repartirlo junto al vino, se queda con nosotros. Esto último, quien no lo ha vivido, no lo puede entender. En la última aparición posterior a su muerte, en Pentecostés, el propio Jesús dice a los apóstoles que los deja, que sube al cielo con el Padre, pero que les entrega al Santo Espíritu, a esa poderosa figura de protección y sanación, de verdad y unión, de amor y paz. El Espíritu Santo, es el futuro, aunque Él al igual que el Padre, han existido toda la eternidad.

No es poca cosa entender la Trinidad Santa, es el más grande misterio. Cuando escuchamos o leemos en diferentes fuentes, vemos cómo actúa el Santo Espíritu en quienes lo invocan para que con su inteligencia de hombres, puedan explicar algo tan sagrado y lejano de nuestro entendimiento. Invocándolo y abriendo el corazón para recibirlo, es la única forma de entenderlo, de percibirlo, de tenerlo vivo y en conciencia. No puedo explicar cómo se hace eso, solo sé que es posible.

El Espíritu Santo merodeaba la tierra al principio de los tiempos, también fue la esencia y la muestra, fue la señal que confirmó el bautismo de Jesús. Juan el bautista dijo “yo bautizo con agua, pero quien viene detrás de mi lo hará con el Espíritu Santo” y en el momento del bautismo de Jesús en el Jordán, se presentó el Espíritu en forma de paloma. También fue el Espíritu Santo quien engendró a Jesús en nuestra Santa Virgen María. 

El Espíritu Santo es lo que heredamos como ejemplo: Es inteligente, santo, único y múltiple, sutil, ágil, penetrante, inmaculado, claro, inofensivo, agudo, libre, bienhechor, estable, seguro, tranquilo, todopoderoso, omnisciente, que penetra en todos los espíritus inteligentes puros sutiles. (Sabiduría 7:22-23). Es Espíritu de sabiduría, inteligencia, consejo, fuerza, ciencia, piedad, temor de Dios. (Isaías 11:2)

San Pablo en la primera carta a los Corintios, ante una realidad muy específica de ese pueblo, habla del Amor, que es Dios y les menciona los dones del Espíritu. Luego el mismo Pablo les habla a los Gálatas de los frutos del mismo Espíritu. No es poca cosa, es la mano que ejecuta, es el que acciona, es la presencia de Dios mismo entre nosotros. Es el dador de vida, el que nos protege. Es quien nos señala el camino y nuestras potencialidades.

La palabra espíritu, para nuestros fines, denota aire o viento, eso que se mueve, que sentimos, pero que no vemos. Es esa fuerza indómita que puede derrumbar la más fuerte edificación con su descomunal poder, que marca las rocas y delinea montañas, pero también es esa suave caricia que roza nuestros rostros, esa leve brisa que nos refresca. Es lo que mueve los molinos de viento o los que generan energía, es la fuerza que permite volar a los pájaros y los aviones. Es lo que desplaza las tormentas, lo que las genera, lo que aviva el fuego, pero también apaga los incendios, haciendo mover las nubes para deja caer la lluvia, elemento esencial también para la siembra.

El Espíritu Santo es limpio y amoroso, es dulce y fuerte. Está en todas partes y nunca nos abandona. Es la Luz que recibimos en el bautismo y que forma parte de nosotros para siempre. Estuvo con Dios al principio, engendró a Jesús y lo acompañó hasta acabar su tiempo en la tierra y el propio Jesús, sabiendo lo que nos conviene, nos lo dejó para que nos lleve por el buen camino. Jesús, en su infinita misericordia, nos ofrece las vías para lograr el perdón de los pecados, perdona y pidió al padre perdón a quienes los injuriaron (Dios también ha llevado su parte) y lo crucificaron, pero también advierte que todo aquel que atente contra el Espíritu Santo, nunca será perdonado.

Dios nos bendiga, Jesús interceda por nosotros y el Espíritu Santo nos guíe y proteja. A la Trinidad Santa, a ese Trío Sagrado, agradezcamos sus regalos de ayer y roguemos que nos acompañen hoy y siempre.


Eduardo J. León Hernández

Barranquilla

Octubre 24, 2.017 

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